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Sociedad|Viernes, 22 de agosto de 2008
DRAMATICO TESTIMONIO DE UNA SOBREVIVIENTE DE LA TRAGEDIA AEREA DE MADRID

Un viaje de ida y vuelta al horror

Una médica de 41 años es una de las 19 sobrevivientes del vuelo de Spanair. Relató cómo se salvó por milagro y buscó entre el humo y el fuego a sus familiares. Se salvaron tres de los 22 niños que viajaban.

Por Oriol Güell *
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Familiares de los fallecidos esperan en las cercanías del predio ferial donde se encuentran los cadáveres.

Desde Madrid

“Al levantar la cabeza sólo vi cuerpos esparcidos.” La médica Ligia Palomino, 41 años, voló desde su asiento 9B del MD82 de Spanair, que acababa de estrellarse, hasta un cauce seco. Quedó casi inconsciente. Despertó con el estallido, a sus espaldas, de las 15 toneladas de combustible. Descubrió un paisaje de cuerpos humeantes. Anoche, en el hospital Ramón y Cajal, de Madrid, lloraba. Acababa de contar a su familia cómo había sobrevivido a la peor catástrofe aérea en España en 25 años, que provocó 153 muertes.

Los sedantes y la conmoción casi le impedían decir algo comprensible. Pero Fernanda, su hermana, y su madre, Ligia, como ella, la consolaban y daban sentido a su historia.

Ligia les explicó cómo, a las 13.20, hora prevista del vuelo, el comandante del avión se disculpó y les informó que había un problema técnico. Y que, casi en el mismo instante del despegue, se asustó al sentir los extraños ruidos que empezó a hacer el avión. Se agarró al brazo de José, su pareja, y miró a Gema, su cuñada, que iba sentada en la fila de delante.

Los tres iban a pasar una semana de vacaciones a las islas Canarias, para celebrar su 42 cumpleaños, el próximo domingo.

El avión dio una brutal sacudida y Ligia cuenta que oyó “un ruido horrible” antes de salir despedida. Chocó contra el cauce seco de un río lleno de piedras y tierra reseca. Quedó aturdida, casi inconsciente durante un tiempo que no es capaz de recordar. De repente, una enorme explosión la despertó. Eran los tanques de combustible del avión, que acababan de convertirse en una gran bola de fuego.

Giró la cabeza en busca de José y a su lado vio una persona con la ropa y la piel ennegrecidas. ‘¡José, José!’, gritó. Alargó el brazo para tocarlo y se dio cuenta de que en aquella muñeca lucía un reloj que no le resultaba familiar. Un instante más tarde, ese cuerpo cayó a un lado y Ligia vio que estaba muerto. Palpó el rostro y descubrió que no era José.

Volvió a levantar la cabeza y miró a su alrededor. Vio varios cuerpos esparcidos sobre el terreno rojizo, rodeados de todo tipo de objetos humeantes.

Muy cerca sentía el enorme calor que salía del fuselaje del avión, sobre el que se elevaba una gigantesca columna de humo y fuego. Cuando la dirección del viento cambió, un aire ardiente le hizo imposible respirar y la cegó. Se tumbó a un lado y levantó un brazo para protegerse, esperando a que la lengua de fuego amainara. Casi al instante se dio cuenta de que muchos de los que la rodeaban, entre ellos una niña de corta edad, lloraban y gritaban pidiendo ayuda.

Médica, apasionada de la asistencia a víctimas de accidentes, Ligia trató de ponerse en pie y empezar a ayudar. Apenas logró levantarse un palmo sobre el suelo antes de caer. Tras dos o tres intentos, se dio cuenta de que su fémur derecho estaba roto.

Al fondo empezaron a oírse las primeras ambulancias de los equipos de emergencia. Gritó otra vez el nombre de José y el de Gema. No obtuvo respuesta.

Cuando los médicos del servicio de emergencia llegaron para atenderla, se produjo el encuentro más extraño que jamás hubieran imaginado ella y sus compañeros del servicio de ambulancias del Ayuntamiento de Madrid. “Primero se miraron extrañados, luego lloraron”, relató la hermana.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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