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Sociedad|Viernes, 9 de enero de 2009
RESCATE DE CUATRO MONTAÑISTAS PERDIDOS EN MEDIO DE UN TEMPORAL

Sobrevivientes del Aconcagua

Una patrulla localizó a tres montañistas y un guía que pasaron dos noches a unos 20 grados bajo cero. Están en grave estado. Un cuarto integrante del equipo falleció. Habrían cometido dos errores clave que los dejaron en situación de desamparo.

Por Pedro Lipcovich
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Marco Afasio y Mateo Refrigerato (en los extremos de la foto), dos de los rescatados.

“Algunos creen que el Aconcagua es un paseo más en un paquete turístico y no toman en cuenta los riesgos que van a correr”: esta observación –formulada por el jefe de la Patrulla de Rescate que opera en la alta cumbre mendocina– puede ayudar a entender el accidente por el cual un andinista perdió la vida y cuatro se hallaban anoche en grave estado. El primer error cometido por los deportistas, el martes pasado, habría sido llegar a la cumbre demasiado tarde, pasadas las 16, cuando empieza a oscurecer. En esas condiciones los atrapó una tormenta, el viento blanco, que reduce la visibilidad a unos pocos metros, y, antes de extraviarse, cometieron el segundo error: abandonar sus mochilas, confiando en que llegarían a un refugio que jamás encontraron. El Aconcagua los castigó haciéndolos pasar dos noches a la intemperie, con unos 20 grados bajo cero. Ayer, poco después del mediodía, un equipo de 30 rescatistas, entre profesionales y voluntarios, los localizó: varias horas tardaron en trasladarlos a lo largo de unos pocos centenares de metros, bajo la tormenta que no cesaba, hasta un campamento a 6300 metros de altura; desde allí procuraban proseguir el descenso hasta donde pudieran ser transportados en helicóptero.

Los andinistas italianos Elena Zenil, de 38 años; Marco Afasio, de 39; Marina Acanazio, de 38, y Mateo Refrigerato, de 35, habían contratado con la empresa chilena Azimut 360 un paquete turístico que incluía el ascenso al Aconcagua; los acompañaba el guía argentino Federico Campanini, de 31 años, quien no está registrado entre los que trabajan habitualmente en esa montaña. En la tarde del martes lograron llegar a la cumbre por la ruta más común, la del noroeste, pero, en cuanto empezaron a bajar, los sorprendió la tormenta. “El viento blanco, que no deja ver a más de cinco metros de distancia, empezó a las 18. Poco después el guía envió un reporte radial diciendo que tenía dificultades, estaban agotados –contó el comisario general Armando Párraga, jefe de la Patrulla de Rescate mendocina–. Se extraviaron y, en vez de volver al campamento Berlín, a 6300 metros de altura, fueron a parar al Glaciar de los Polacos, de unos 6700 metros” (en ese mismo lugar, el sábado pasado, se desbarrancó y murió un andinista alemán).

Otra montañista italiana, integrante del grupo, se habría salvado al separarse del contingente y llegar hasta el campamento Nido de Cóndores, a 5600 metros de altura. Pero los demás “pasaron a la intemperie las noches del martes y del miércoles, bajo la tormenta, con temperaturas por debajo de 20 grados bajo cero, sin equipo adecuado”, precisó Párraga. Es que en la mañana de ayer, los rescatistas, antes de encontrar a los accidentados, hallaron sus mochilas: “Huyendo del temporal, abandonaron el equipo que hubieran necesitado para protegerse”, observó el jefe de los rescatistas.

La operación de rescate empezó el miércoles, luego de un pedido de auxilio satelital efectuado por el guía. Pero el viento blanco obligó a suspenderla hasta las cinco de la mañana de ayer. A la mañana temprano, desde un helicóptero, rescatistas divisaron a dos personas que, en el último tramo del Glaciar de los Polacos, agitaban una bandera azul. Otras tres personas yacían en el suelo. Una de éstas había muerto y la otra tenía múltiples fracturas.

El salvataje no podía lograrse por aire y, por tierra, recién a las 13.40 fue posible hacer contacto con los accidentados. Cuatro horas demandó trasladarlos, en camillas, hasta el campamento Berlín, donde rescatistas y rescatados se disponían a pasar la noche. Pero “nadie va a dormir hoy allí”, anticipó Párraga previendo los quejidos de los accidentados: “Padecen edemas periféricos: las caras, las manos hinchadas. La quemadura por frío es tremenda, es como recibir el fuego de un lanzallamas”. El guía argentino, en particular, habría sufrido una descompensación mientras lo trasladaban. Se esperaba poder llevar a los accidentados hasta Nido de Cóndores o hasta el puesto de Plaza de Mulas, a 4500 metros, adonde podría llegar un helicóptero que los lleve a un centro asistencial.

–¿Los montañistas cometieron errores evitables? –preguntó Página/12.

–Ultimamente, mucha gente considera el Aconcagua como una especie de paseo que se incluye en un paquete turístico y no se preparan para las adversidades: creen que los temporales son pasajeros, pero pueden durar una semana; en media hora puede acumularse un metro de nieve. El viento, de hasta 130 kilómetros por hora, puede hacer que uno deba tirarse pegado al piso. El Aconcagua es impredecible y hasta uno que, como yo, lleva casi 30 años haciendo operaciones de rescate, se encuentra en situaciones de emergencia –contestó Párraga.

“Es probable que ellos hayan llegado a la cumbre después de las 17, cuando la hora tope son las 16 –continuó–: más tarde ya empieza a haber sombras que quitan visibilidad, y allí un tropezón puede ser grave, una distensión en un tobillo es grave, porque la vida depende de las piernas; ni hablar si uno se golpea en la cabeza. Desprenderse de las mochilas, suponiendo que llegarían al refugio, los privó de las bolsas de dormir y las mantas de supervivencia, que conservan el calor corporal aun a 30 grados bajo cero.”

Alrededor de 30 rescatistas participan en la operación. “Incluyen policías, guardaparques y también ‘porteadores’ que se han ofrecido como voluntarios. Son los que trabajan llevando los equipos de los andinistas con las vituallas, de modo que el andinista sube con poco peso. Es un trabajo sacrificado, aunque bien pago”, comentó Párraga.

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