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Sociedad|Sábado, 18 de abril de 2009
Acto en el Obelisco en reclamo de justicia y con escasa concurrencia

Un pedido por la ley juvenil

Familiares y vecinos de Daniel Capristo se congregaron en la Plaza de la República. Hubo pocos cientos de personas. Facundo, el hijo de la víctima, dijo que “el que mata debe pagar”. Entre los concurrentes hubo expresiones discriminatorias y xenófobas.

Por Carlos Rodríguez
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Facundo Capristo pidió juntar un millón de firmas para que se apruebe la ley penal juvenil.

El Obelisco, habitual escenario de festejos deportivos, fue elegido ayer por los familiares y amigos de Daniel Capristo, asesinado el miércoles en Valentín Alsina, para realizar un acto en homenaje al camionero fallecido y para reclamar seguridad. El orador principal fue Facundo Capristo, de 24 años, hijo de la víctima, quien pronunció un discurso más emotivo que político, aunque finalizó con una demanda dirigida al gobierno nacional y a los legisladores: “Tenemos que reunir un millón de firmas para que se apruebe una Ley Penal Juvenil, porque el que mata tiene que pagar. Tenemos que hacer algo porque si seguimos así nos van a matar a todos”. En el mensaje, Capristo hijo eludió –desde la tribuna– expresiones como el recurrente pedido de “pena de muerte” que se oyó en la marcha de Lanús la noche anterior. Más dura fue la actitud de la mayoría del público asistente –unas 400 personas–, que descargó un abanico de broncas enfocadas en la presidenta Cristina Kirchner, en la clase política en general y en gestos francamente xenofóbicos que hicieron blanco en los habitantes de las villas y en los inmigrantes llegados de países vecinos.

“Control de natalidad”, decía el cartel que exhibía un chico joven, muy bien vestido, que explicó de esta forma la idea que dejaba entrever su mensaje: “Esas negras, las que viven en las villas, tienen siete hijos y después los dejan que se críen en la calle”. Y siguió con sus argumentos discriminatorios, señalando a los que viven en las villas como supuestos agentes del mal: “Los padres de esos chicos les enseñan a robar. Por eso hay que instrumentar un plan para controlar la natalidad”.

Entre los grupos que se fueron formando en la Plaza de la República, alrededor del Obelisco, se destacaba el que se congregó alrededor de Juan Carlos Blumberg, el padre de Axel, quien recordaba con nostalgia las marchas que supo convocar, con el mismo eje de la “inseguridad”, después del asesinato de su hijo, víctima de un secuestro extorsivo. “Yo fui a todas sus marchas”, le repitieron, una por una, tres señoras del barrio de Almagro que llevaban carteles con críticas a la clase dirigente: “A los calienta sillones, ya basta. ¡Hagan algo!”. También se vio otra pancarta que decía “no más caras tapadas de los delincuentes asesinos”, en alusión a las medidas que se toman para resguardar la identidad de personas imputadas cuya culpabilidad todavía no fue probada.

Aníbal, un vecino del barrio porteño de Congreso, intentaba, en solitario, desglosar un discurso que buscaba profundizar en las raíces de la violencia: “Nada se va a solucionar si no pensamos que esos chicos (se refería a los ‘pibes chorros’) no han tenido educación, ni han tenido un trabajo, ni han tenido contención de nadie. Si no logramos que su realidad cambie, la violencia siempre va a estar presente. Ellos son víctimas, aunque también puedan ser victimarios”. Sus razones chocaban contra el rechazo rotundo de sus interlocutores ocasionales: “Hay que matarlos”. “No tienen cura”. “No sirven para nada”. “No quieren trabajar”. “Hay que echar a todos los bolivianos y a los paraguayos”. Las frases parecían latigazos. Aníbal optó por retirarse en silencio.

Las demandas que se exhibieron en los carteles apuntaban a temas muy diversos: “No más celulares en las cárceles. No más secuestros ni muertes” o “No compremos productos robados”. Un vecino de Avellaneda, al explicar su mensaje, comentó que “todo el mundo compra objetos robados a bajo precio, sin darse cuenta que esa es una forma de fomentar la delincuencia. Si no tuvieran donde vender los celulares, no los robarían”.

Los manifestantes habían partido hacia el Obelisco desde diferentes puntos: la plaza principal de Valentín Alsina, la sede de la firma Andreani, para la que trabajaba Daniel Capristo, en Avellaneda, y el puente Victorino de la Plaza, en Barracas. Por la mañana, en el cementerio de Lanús, habían sido sepultados los restos del hombre asesinado. Unas cien personas concurrieron al sepelio.

Los organizadores de la marcha habían previsto la participación de miles de personas, pero en el Obelisco sólo se reunieron varios centenares, entre ellos familiares de otras víctimas de hechos violentos. Desde Mirta, la hija de Salvador Carregada, muerto durante un robo, hasta los padres de Cristian Robles, el hijo de un policía federal que fue asesinado a balazos por agentes de la misma fuerza que lo confundieron con un ladrón.

“Nunca quise estar en este lugar, no se lo deseo a nadie. A mi papá lo mataron ante mis ojos. Me lo sacaron de las manos. A mí no me lo van a devolver, pero quiero que se haga justicia, porque el que mata tiene que pagar por lo que hizo”, dijo Facundo Capristo, al hablar desde la chata de un camión que fue estacionado en el extremo sur de la Plaza de la República. La manifestación, en ningún momento interrumpió el tránsito por la Avenida 9 de Julio, ni por las calles Cerrito y Carlos Pellegrini.

“Yo los voté y espero que hagan algo por todos nosotros. Estoy dispuesto a reunirme con Cristina, pero quiero que cambien las leyes para que todos tengamos seguridad”, dijo el hijo de Capristo. La sola mención del nombre de la Presidenta, hizo que el público estallara en insultos y cánticos adversos. En algunos momentos reapareció el “que se vayan todos”. Facundo Capristo sostuvo que ya nunca podrá “ser feliz”, pero deseó que la muerte de su padre “sirva para poner un punto final a tantas muertes. Si no somos capaces de hacer justicia, no vamos a poder hacer un gran país”.

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