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Sociedad|Domingo, 16 de mayo de 2010
LA EXPERIENCIA SUIZA DE LAS SALAS DE CONSUMO Y LA ENTREGA DE HEROINA A PACIENTES CON ESA ADICCION

El otro método

Suiza tiene la política de drogas más abierta y avanzada de Europa. Nelson Feldman, psiquiatra argentino que trabaja allí desde hace años, explica cómo funciona una política eficiente de reducción de daños. Y analiza qué podría implementarse en la Argentina.

Por Emilio Ruchansky
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El psiquiatra Nelson Feldman. A la izquierda, imágenes de Platz Plitz, un parque para drogarse en los ’80.

La abstinencia como método hegemónico en el tratamiento de las adicciones fue y es constantemente criticada por quienes promueven una política de drogas más humana. Su implementación, al igual que las campañas con ese mensaje simplista y cerrado que se embandera tras el “no a las drogas”, aleja toda posibilidad de diálogo con los que consumen. “Básicamente, porque no corresponde a su realidad y el consumidor no va a mostrar interés ni en la propuesta ni en el mensaje”, asegura Nelson Feldman, un prestigioso psiquiatra argentino especializado en tratamientos de usuarios problemáticos, que atiende en el Hospital Universitario de Ginebra, Suiza. Feldman fue invitado a fines de abril al último Congreso Argentino de Psiquiatría realizado en Mar del Plata, su exposición se tituló: “Del paradigma de la abstinencia a la diversificación de tratamientos”.

Feldman es coordinador del Servicio de Abuso de Sustancias del Departamento de Psiquiatría, un programa donde se les brinda heroína a ciertos pacientes, con un grado comproblable de adicción en el tiempo, hasta tres veces por día. Los pacientes pueden pincharse en el hospital y volver seis horas después cuando se acaba el efecto. No pueden llevarse la heroína a casa, sólo pueden llevarse metadona, un sustituto derivado de opiáceos que se usa como estrategia de desintoxicación para heroinómanos. También prescribe aceite con extracto de THC, el principio psicoativo de la marihuana, como paliativo para pacientes con cáncer o VIH positivo pero también adictos a otras sustancias ilegales.

En Suiza, además, hay lugares cerrados, conocidos en otros países como “narcosalas”, donde los usuarios pueden consumir heroína, cocaína o crack sin ser molestados por la policía y con médicos, psicólogos y asistentes sociales presentes en caso de que deseen hablar, informarse o pedir ayuda. Por las calles se ven casas rodantes donde, con absoluta privacidad, el usuario puede pedir jeringas descartables a una enfermera y a un “educador”. Allí se les da información y consejos en caso de que los pida o los necesite. En unas máquinas llamadas Automats, ubicadas en la calle, también se pueden conseguir jeringas las 24 horas.

A partir del deseo del usuario de dejar o de controlar un consumo y de las necesidades urgentes para reducir el daño que provoca el uso de una droga, cientos de personas acuden al consultorio de Feldman en Ginebra. Es que allí se invierten los términos con lo que se trabaja en cientos de países: no se pasiviza ni se hace un objeto del paciente, no se lo declara “insano” para avanzar sobre su voluntad y libertad. Se lo acompaña y escucha. Se le muestra una salida acorde con lo que puede lograr.

Este psiquiatra partió de Buenos Aires a París hace casi 25 años becado para especializarse en tratamientos. Luego de ocho años en Francia decidió cruzar la frontera e instalarse en Suiza, que ya entonces tenía la política de drogas más abierta y avanzada de Europa. Sabe que en la Argentina la realidad es otra, pero no se cansa de preguntar una y otra vez sobre los avances en la legislación, quiere saber por qué la Ley de Salud Mental está frenada en el Senado y cuándo se despenalizará la tenencia de drogas para uso personal. Que los pacientes judicializados sean la norma y no la excepción le resulta “perverso”.

–¿Cómo llega el usuario al sistema médico suizo?

–Más allá de las emergencias, los usuarios llegan al servicio ambulatorio voluntariamente. En los casos de adicción, el paciente consulta por las consecuencias negativas de la adicción, como problemas personales, laborales o de salud. No llega judicializado, llega por las consecuencias negativas de su adicción, o sea, porque pierde el control, no va a trabajar o lo echaron, o porque tuvo problemas con su familia o su pareja.

–¿Cuánto tiene que ver con esto la política de territorializar el sistema sanitario y ponerlo al alcance de los usuarios?

–En la calle tenemos las garitas, los “automats”, donde no hay contacto humano, es para cambiar un jeringa vieja por una nueva. Y después está el bus. Ahí hay personal, generalmente una enfermera y un educador, y si el paciente dice “estoy mal, no sé qué hacer”, el enfermero o el educador le va a decir: “Mirá, por qué no consultás al servicio de adicciones”. Se le da un flyer con la dirección y el teléfono. Son actores de reducción de daños pero que pueden ser también vectores del servicio de atención.

–¿Sabe cuántas personas llegan a su consultorio de esta forma?

–No pasa todo a través de ellos, quizá sí, porque le hablaron de nosotros y guardó el papelito. O nos buscó en Internet. Pero no es algo tan directo. Lo que sí es cierto es que los servicios de reducción del daño son complementarios de los servicios de atención, no es algo que está contrapuesto. Digo, porque a veces se dice: ahí le promocionan la toxicomanía y después los otros tienen que curarlo. El que consume activamente en un momento va a necesitar atención y va a venir, el hecho de ir al bus de reducción de daños no le impide venir a nuestro servicio. Es una complementariedad dentro de los cuatro pilares de la política de drogas en Suiza: prevención, reducción del daño, tratamiento y represión, porque la policía tiene que hacer su trabajo, pero los pilares no son antagónicos.

–La prevención funciona en varias facetas, ¿está orientada a los que no consumen o los consumidores ocasionales y recreativos?

–A los no usuarios o a los que son usuarios recreativos, para que no vayan más allá.

–¿De qué se les habla?

–Se focaliza en el consumo problemático de alcohol, mucha prevención sobre conducta: el automóvil y consumo de sustancias, y alcohol en particular. Se hacen campañas de prevención a un público joven, sobre todo lo que llamamos “lugares festivos”: clubes, fiestas, festivales, recitales de rock, donde también aparecen asociaciones de reducción de daños y se dan mensajes y ponen stands adentro. Ahí reparten folletos sobre el efecto de cada droga y su costado negativo; son libritos con ilustraciones, están muy bien hechos. Y después está toda la información sobre la deshidratación para los que bailan en un lugar caluroso.

–¿Cobran muy cara el agua en los boliches y cierran el agua en el baño, como pasa en algunos lugares acá?

–Sí, o dejan sólo el agua caliente... justamente a través de estas campañas los clubes pueden obtener un logo que se llama safer clubbin, y que da una especie de afectación de calidad del club, por el cual se verifica que hay espacios de pausa, de chill out, que hay acceso, y el agua tiene un precio correcto y hay agua en el baño, además las organizaciones llevan botellones para recordar que hay que tomar agua.

–¿Antes cuál era el discurso oficial en Suiza?

–Era el que se daba en la escuela. Había información sobre sustancias pero hay que reconocer que no era algo exhaustivo.

–¿Que pasó al difundir más información?

–Se sabe que hay un porcentaje de jóvenes que consume, y no sólo por las estadísticas. Está la realidad, sólo hace falta abrir los ojos. Tenemos consumo de alcohol y de cannabis regular y problemático también. O sea, el discurso de prevención se dirige a ellos también, indicándoles los problemas derivados del uso de cada sustancia.

–¿Y cuáles son esas preocupaciones del usuario?

–¿Qué hay en un comprimido comprado una noche en una discoteca? El que consume no sabe nada de lo que hay adentro, quizá hay éxtasis, pero el efecto no es el mismo si hay 15 miligramos o si hay 90. Hay un riesgo de efectos secundarios, de toxicidad, más elevado si hay 90. Segundo: ¿realmente hay éxtasis en el comprimido o hay otras anfetaminas más fáciles de fabricar en forma clandestina y que son más tóxicas? Porque eso sucede. Alguien se toma una de estas pastillas, no le hace mucho efecto, se toma dos más, el problema es que estas anfetaminas que no tienen un efecto inmediato sobre el sistema nervioso central, sí tienen un efecto rápido a nivel cardíaco. Entonces, ese tercer comprimido, que le hace un poquito a nivel estimulación, le hace mucho a nivel cardíaco. Y el joven en realidad no tomó éxtasis, tomó una anfetamina más tóxica y peligrosa.

–En los boliches suizos se hacen testeos de sustancias.

–El hecho de que haya posibilidad de testear al menos le da la opción a la persona de saber que si lo toma se está exponiendo a un riesgo. O por lo menos sabe lo que hay dentro y lo que no, es una información básica.

Feldman asegura que “sin información no hay libre elección”. Este es el primer paso para solventar el llamado “uso responsable” de las sustancias. Saber distinguir entre estos usuarios y los que abusan de sustancias o dependen de ellas permite adecuar el tratamiento a realidades distintas. ¿Cuánto de estas estrategias se puede implementar en Argentina? “Sólo algunas”, dice. “La sustitución de sustancias no funcionaría con el paco porque es una droga difícil de controlar por los efectos y por el daño que produce”, informa el especialista.

Sin embargo, las salas de consumo (ver aparte) pueden ser una estrategia para acercar el sistema de salud y de contención social a los paqueros. Claro que antes habría que vencer ciertos prejuicios, las tentaciones autoritarias de quienes reclaman la internación compulsiva de los consumidores de paco, por ejemplo. Aceptar el hecho de que para tratarse puedan seguir consumiendo semejante veneno cuesta. Feldman lo sabe, con la heroína pasó lo mismo. Sin embargo, el especialista sigue apostando al gradualismo en el tratamiento: “Creo que resulta más creíble y posible que imponerle la abstención, si el paciente no quiere ni puede dejar de consumir una sustancia”.

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