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Sociedad|Sábado, 17 de julio de 2010
Mediante manipulación genética, logran que no transmitan el paludismo

Mosquitos que no contagian

Investigadores de Estados Unidos lograron modificar al Anopheles, vector del paludismo, para que no pueda desarrollar en su interior el microbio causante del paludismo. Otros expertos alertan sobre los riesgos de la experiencia.

Por Pedro Lipcovich
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Mediante manipulación de su genoma, limitaron el desarrollo del parásito en el estómago del mosquito.

Investigadores de Estados Unidos lograron, por manipulación genética, modificar al mosquito transmisor del paludismo para que ya no pueda infectar más. La intervención sobre una enzima en el estómago del insecto hace que el microbio causante de la enfermedad no pueda desarrollarse, además de acortar la vida del mosquito de modo que el ciclo de transmisión insecto-hombre-insecto no tiene tiempo de concretarse. La aplicación del descubrimiento no es sencilla: en términos prácticos, faltaría conseguir que esta raza de mosquitos pudiera prevalecer sobre los comunes en la naturaleza. Pero, además, se plantean objeciones de orden ético: liberar al ambiente un organismo genéticamente modificado podría traer consecuencias impredecibles. Entretanto –explicó un destacado especialista argentino–, la mejor respuesta al paludismo es similar a la que vale para el dengue: actuar sobre el ambiente para que el mosquito no pueda reproducirse. En Oaxaca, México, una eficaz acción sobre las aguas estancadas logró reducir a cero la transmisión de la enfermedad. Este criterio, que además desestima el uso de insecticidas, también valdría para reducir el contagio del dengue. El paludismo, en la Argentina, persiste en el norte de Salta y a veces baja hasta Tucumán.

La investigación fue efectuada por científicos de las universidades de California y Arizona, dirigidos por Rolf Ziegler, y publicada en el último número de la revista Public Library of Science Pathogens. El artículo empieza por destacar que el paludismo, o malaria, causa la muerte de casi un millón de personas al año, y advierte que esta cantidad podría aumentar dado que se viene incrementando la resistencia, tanto a los medicamentos que atacan la enfermedad como a los insecticidas que atacan al mosquito transmisor, el Anopheles.

El punto de partida del estudio fue el dato de que, cuando los mosquitos chupan sangre de humanos, absorben sustancias como la insulina, que a su vez actúan como señal de procesos en el organismo del insecto. Particularmente hay una enzima llamada Akt que, como reacción a la insulina, desencadena una serie de mecanismos, particularmente en la mucosa del estómago del mosquito. El microbio que causa la enfermedad –llamado Plasmodium falciparum– llega al estómago del mosquito con la sangre de la persona infectada, y allí debe sufrir cambios y atravesar la mucosa para llegar a las glándulas salivales, desde las que infectará a un humano con la picadura. Los científicos, trabajando con la especie Anopheles stephensi, formularon la hipótesis de que, mediante manipulación de su genoma, podrían activar la Akt de un modo que, en el estómago del mosquito, limitaría el desarrollo del parásito, además de reducir la duración de la vida del mosquito.

Y así fue: “El número de mosquitos infectados cayó entre el 60 y el 99 por ciento y, entre los infectados, observamos una reducción del 75 al 99 por ciento en la cantidad de parásitos. Además, se produjo una reducción del 18 al 20 por ciento en la duración promedio de la vida de estos mosquitos”, según el artículo. En síntesis, “demostramos que la manipulación genética de una proteína clave reduce el desarrollo del parásito en el insecto vector, así como la duración del período durante el cual el mosquito puede infectar”.

Nicolás Schweigman –profesor a cargo del Grupo de Estudio de Mosquitos de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA– estimó que “se trata de un trabajo muy interesante en la perspectiva académica, ya que han encontrado un modo de bloquear la aptitud del mosquito para infectarse”. Sin embargo, advirtió que su aplicación práctica es difícil y cuestionable. Difícil, porque habría que lograr que, en ambientes naturales, el mosquito modificado pudiera ir sustituyendo al que sí se infecta. Y cuestionable porque, señaló Schweigman, “esta perspectiva plantea problemas éticos”.

La cuestión se inscribe en el problema de liberar al ambiente una especie con modificaciones genéticas cuyas consecuencias pueden ser imprevisibles: “Aunque no transmita la malaria, no podemos estar seguros de que no pueda causar otros problemas –observó Schweigman–: todo mosquito, al picar, inocula su saliva en los capilares sanguíneos de la persona; es inyectar un líquido cuyas propiedades no serán, en este caso, del todo conocidas”.

En contrapartida, “respecto de la malaria, hay distintas experiencias donde un adecuado manejo ambiental redujo la transmisión. En la ciudad de Oaxaca, México, retirando de los charcos de agua el verdín, que es un alga de la que se alimentan las larvas del Anopheles, se logró reducir a cero la transmisión –contó el investigador de la UBA–. La población de mosquitos tampoco se reduce con insecticidas, que generan múltiples problemas y sólo pueden tener alguna utilidad en momentos de epidemia. En cambio el saneamiento de las zanjas, para que no se estanque el agua, es una medida importante. Este criterio vale también para el Aedes aegypti, que trasmite el dengue”.

En la Argentina, “hay transmisión activa del paludismo en la región salteña que comprende las ciudades de Tartagal, Orán y Salvador Mazza. La enfermedad ha quedado reducida a esa zona, aunque cada tanto se produce algún brote hacia el sur, como sucedió hace unos años en Tucumán. Esto tiene que ver con condiciones climáticas y poblacionales: al igual que el dengue, el parásito de la malaria es transportado por personas que llegan desde las zonas endémicas y a su vez infectan a los mosquitos locales. Por eso es importante detectar a tiempo a estas personas, no sólo para curarlas sino para cortar el ciclo de transmisión”, explicó Schweigman.

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