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Sociedad|Sábado, 26 de marzo de 2011
Bergoglio celebró la misa en el Día del Niño por Nacer

Homilía y rosarios en contra del aborto

En la Catedral, poblada sobre todo por mujeres mayores y monjas, el cardenal convocó a enfrentar lo que llama “cultura de la muerte”. Mientras adentro rezaban, afuera un grupo de musculosos desafiaba a militantes por la despenalización.

Por Soledad Vallejos
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La mayoría de los concurrentes eran mujeres mayores y monjas, a los que se sumaban algunos hombres.

Con el Ave María del Mesías de Haendel, el coro había dado paso al cardenal, los cuatro sacerdotes, la marcha grave con que se ubicaron tras el altar de la Catedral, el inicio de la misa. Era el octavo año, recordó uno de los auxiliares del oficio, que en Argentina se celebraba el Día del Niño por Nacer, en la fecha que el calendario vaticano conmemora que un ángel anunció su embarazo a la Virgen María. Un rato después, ante una feligresía nutrida en su abrumadora mayoría por monjas y señoras mayores, el arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, se congratulaba de estar allí “el día más luminoso del año”, buscando desmitificar “la cultura de la muerte” y previniendo a sus fieles: “¿Tenés coraje o estás somnoliento? ¿Qué te anestesia? (La Virgen) María no tenía anestesia alguna. Tenés que sacudirte esta anestesia que nos presenta esta civilización decadente” que “tiene los valores trastocados”. Desde las primeras filas, el ex juez Hernán Bernasconi asentía; a metros del altar, donde la reclamaba su función de auxiliar del oficio, la periodista Alicia Barrios también.

La misa, cuyo final daba comienzo a una convocatoria de rezo grupal, duró poco más de una hora, al cabo de la cual, entre la Catedral y la Plaza de Mayo, se registraron escenas confusas entre unas 30 mujeres prodespenalización del aborto y algunos jóvenes musculosos que vivaban a Cristo Rey. La gresca duró poco, pero alcanzó para exaltar a los muchachos que, al retirarse hacia la escalinata del templo, señalaban con desconfianza, ante la policía, a los periodistas presentes allí, entre ellos esta cronista y la fotógrafa de este diario. Luego de disculparse, algunos explicaron que su inquietud obedecía a la “provocación” de esos grupos alineados con “organizaciones internacionales a favor del aborto, como la OMS, la ONU, esa mierda. Todos sabemos que el mejor anticonceptivo es una aspirina entre las piernas”.

El templo estaba poblado por una concurrencia ecléctica. Tanto podía verse una nutrida cantidad de monjas con variedad de hábitos, como señoras mayores y muy mayores, treintañeras rodeadas de nubes de al menos tres niños, algunos señores y unos pocos jóvenes de entre veinte y treinta años. Algunos, pocos en comparación, adolescentes también. El ruido leve de rosarios colorados, blancos, amarillos, de plástico e indispensables en la convocatoria “Rosario por la vida”, matizaba la espera pasando entre manos de la feligresía que se disponía a escuchar lo que el Arzobispado había anunciado como una advertencia sobre “la gravedad moral y jurídica” del aborto. El ingreso a la Catedral también parecía augurarlo, con el reparto de volantes alertando acerca de la “Operación ‘Herodes’”, la convocatoria a las “jornadas de capacitación para el servicio a la vida” (un voluntariado para un “servicio de ayuda que acompaña a la embarazada en dificultad para prevenir el aborto”) y afiches que recordaban que “Jesús también fue un embrión”.

El mensaje del jefe de la Iglesia local, en realidad, no hizo más que reiterar el contenido de anteriores comunicados, con algunos matices en lemas ya clásicos de la oposición al derecho al aborto y todos los malabares necesarios para no mencionar explícitamente la intervención.

Bergoglio definió como “santuario” el “seno de María”, quien “acompañó a la vida que acababa de concebir” y que, “esperó como toda madre espera a un hijo, con mucha ilusión”. Jesús, aseguró, “nació sin ninguna comodidad, en situación de calle. No había lugar para él, y ello acompañó”. También, siguió, lo hizo “en su soledad, esa noche que lo torturaron toda la noche (antes de la crucifixión). Acompañó la vida de su hijo y su muerte”. Esa, redondeó, es “María, la mujer que recibe y acompaña la vida hasta el final, con todos los problemas que se puedan presentar”. Tras unas preguntas retóricas acerca del cuidado por los ancianos y la unión familiar, Bergoglio definió: “Si no amamos, caemos en el egoísmo y uno se enrosca en sí mismo. En acariciarse a sí mismo”.

Tras la comunión, precedida por oraciones en las que los gestos aprendidos en celebraciones más fervorosas y carismáticas delataron la presencia de numerosos fieles de cultos evangélicos, Bergoglio y los sacerdotes que lo acompañaban se retiraron. Pocos concurrentes abandonaban la Catedral; la mayoría permaneció rezando el rosario.

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