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Sociedad|Lunes, 27 de febrero de 2012
Opinión

¿Que se vayan o mayor control?

Por Mario Toer *
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Desplomada la expectativa de reagrupamiento en Colombia, Chile y Perú, la derecha latinoamericana entró en un período de búsqueda de nuevos caminos. El atrevimiento de los estudiantes chilenos, el triunfo de Humala y la obligada prudencia de Santos evidenciaron los límites del “eje del Pacífico”. El triunfo de Dilma Rousseff, la atropellada de Cristina Kirchner y la consolidación de Chávez mostraban que persistía un escenario promisorio de avances por parte de quienes buscan consolidar un bloque alternativo al neoliberalismo en la región. El ramalazo de la crisis en Europa terminó de privar a los voceros de la reacción de sus más reiterados argumentos.

¿A qué recurrir? ¿Cómo reaparecer en escenarios que se han mostrado esquivos? Sabido es que cuando se carece de fuerza para arremeter se hace necesario atender a las debilidades, las diferencias, los flancos débiles del adversario. Y los estados mayores de la derecha conjugan la sapiencia acumulada por siglos y nunca dejan de tentar el movimiento que suponen oportuno, sin conceder tregua alguna. ¿Por qué no recurrir a los recónditos temores que albergan los pueblos y atizar el miedo al solapado envenenamiento que puede venir con los gases del progreso o las aguas contaminadas por la desaprensión humana?

Si bien pueden afectarse intereses de empresarios “colegas”, en buena parte de los casos no provienen de las principales metrópolis, sino de empeñosos aspirantes como Finlandia y Canadá. Pero aunque ese costo sea inevitable, sabido es que una vez dividido el pueblo, deslegitimados sus dirigentes, todo puede volver a los cursos acostumbrados y compensar los “daños colaterales”.

Por otra parte, si han sido pueblos originarios o de latitudes marginales los que se han sumado a las multitudes adictas al “neopopulismo” descompensando la balanza, ¿cómo desechar afincarse entre esas mismas huestes para imponerles el retorno a los antiguos cauces?

Quizás uno de los primeros escenarios donde se conjeturaron las diversas posibilidades fue, entre nosotros, cuando se cortaron por largos meses los vínculos terrestres con nuestros hermanos uruguayos, cuestionando una iniciativa inconsulta que más tarde se sobredimensiona con el alegato de la inexorable presencia de malignos fluidos que después nunca se encontraron. Más tarde fue en Ecuador, donde el presidente Correa, en un contundente discurso para respaldar la ley minera, llamó a las cosas por su nombre: “pequeños grupos indígenas” y “fundamentalistas ecológicos” quieren condenar al país “a ser mendigos en un saco de riquezas”. Por ese entonces, en Brasil, al calor de las protestas contra una represa hidroeléctrica en el corazón del Amazonas, surge la candidatura “verde” de Marina Silva, que acumuló una apreciable cantidad de votos, pero sin llegar a impedir el triunfo del PT. En Perú, el recién llegado Humala debe hacerse cargo de emprendimientos heredados e intenta detener las marchas y protestas que suponen indefectible el marasmo ecológico producido por la gran minería. El presidente Evo Morales, muy poco después de haber hecho retroceder la concertada ofensiva derechista, se encuentra con que algunos sectores indígenas del Oriente, con lazos con aquella derecha (que también ha dado en llamarse “verde”), marchan e impiden la construcción de un camino vital para la integración del país. Pero el Parlamento acaba de aprobar una ley que permitirá debatir y por último decidir en un plebiscito si se hace el camino. La oposición ya ha anunciado que tratará de impedirlo. Pero en Bolivia saben que si ceden ante la prepotencia enmascarada de ambientalismo, perderán la capacidad de liderazgo en todos los terrenos.

En nuestro país, particularmente en las provincias cordilleranas que durante tanto tiempo habían envidiado a Chile su desarrollo minero (el “sueldo” de Chile, lo llamaba Salvador Allende) han surgido sectores que impugnan las iniciativas extractivas. No parecen ser muy numerosos, si atendemos a las últimas elecciones, pero los temores pueden ser legítimos. Nadie ignora que el progreso contamina, máxime el ocasionado por el desaprensivo desarrollo capitalista. Nosotros tenemos ese testimonio monumental que parece perpetuo que es el Riachuelo. Nadie puede subestimar el problema y se tienen que redoblar los controles para minimizar ese daño, así como se deben evaluar los costos y los beneficios en cada emprendimiento.

Pero aquí viene lo que no puede perderse de vista: ¿un debate fructífero o acción directa para dividir o desestabilizar? En todos estos países vamos a encontrar declaraciones que se conjugan y a veces se confunden de rancios representantes de la oposición conservadora y sus consabidos medios de prensa, ultraizquierdistas impenitentes dedicados tiempo completo a debilitar a los gobiernos que suponen han secuestrado a una inasible revolución, hasta, también los hay, de honestos y apacibles amantes de la naturaleza. Por otro lado, a no dudarlo, aparecen intereses locales o nacionales con nexos poco transparentes con empresas extractivas. Es imprescindible separar la paja del trigo, así como no desatender las denuncias fundadas.

Pero ¿qué clase de debate podemos esperar o aun alentar? ¿Qué vamos a exigir? ¿Que se vayan todas las mineras o más control del Estado? Por otra parte, si de “modelos de desarrollo” se trata, más allá de la retórica, no se puede dilucidar la índole de un camino a futuro en apenas una coyuntura con algunas frases efectistas, sino que supone toda una etapa de evaluaciones y aprendizajes, sin histerias ni indulgencias.

Sabido es que la acción directa ocasiona dictámenes judiciales y desalojos, con su saldo de violencia que muchas veces no se sabe evitar ni tampoco en qué termina. Ocurrió en todos los escenarios que hemos nombrado de nuestra patria grande. Los desestabilizadores de parabienes. Ni la represión de la protesta ni la búsqueda de martirologios servirán para ahondar en el problema. Y no hay que tener temor en decirlo. No se trata de descartar nada, sino de responsabilidad política y verdaderas intenciones. Y aquí tiene que estar la diferencia. ¿Cuántos son los que se suman a reclamos sin contar con las debidas certezas o al menos han hecho el esfuerzo por evaluar los potenciales riesgos que se aducen? Pocos temas como éste requieren de experticia y precisión. Y si cabe, garantizada la información responsable, que se convoque a un plebiscito en la región involucrada. Quienes quieren contar con recursos para intensificar la distribución y sacar de la miseria a vastos sectores que constituyen la herencia vergonzosa de nuestro continente, no pueden confundirse. La provocación, aunque se vista de caléndula, sirve a la derecha. Sus “medios de incomunicación” desahuciados en varias de sus campañas, están explorando el camino de la sensibilidad ambientalista. Y siguen sabiendo mucho en esto de imponer la agenda. Como dice García Linera, atención con la “trampa imperial”, no podemos “cuidar el bosque para el mundo entero” mientras en “el norte siguen depredando todos los bosques”. Y nos seguirá diciendo que “hay que cuidar a la madre tierra”, sí, pero sin olvidarnos de sus hijos, que hoy sufren tremendas carencias. Y esas carencias no pueden esperar más. Los que parecen olvidarse de los más necesitados, y se apresuran a desfilar como cruzados saltimbanquis, sin miramientos, con bizarría fundamentalista en defensa del “medio ambiente”, aquí, en La Paz, Quito, Lima, o Río ¿a quién le estarán haciendo el juego? De últimas, bien merece la pena que todos nos asumamos “verdes”, es mucho por lo que hay que velar y son valederos los temores de los vecinos a los emprendimientos, pero en el próximo desfile, si sentimos al lado nuestro un tufillo demasiado a nuevo en una capa verdolaga, digamos sin empacho “te conozco, mascarita”, y seguro veremos que a más de uno se le cae la careta y el rostro se va tornando hacia un violáceo, más bien “tenebroso”.

* Profesor consulto, titular de Política Latinoamericana (Ciencias Sociales-UBA).

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