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Sociedad|Lunes, 7 de mayo de 2012
Dos militantes gays se casan en Argentina porque en su país aún no fue legalizado

Matrimonio australiano en Buenos Aires

Alex Greenwich y Victor Hoeld contraerán matrimonio en Buenos Aires. Luego volverán a Sydney, donde viven. En Australia, el 62 por ciento apoya el casamiento igualitario, pero aún no es legal.

Por Soledad Vallejos
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Alex y Victor se conocen y viven juntos desde hace cuatro años.

“Hace 18 meses le propuse matrimonio. Hace 12 decidimos que queríamos casarnos en Argentina”, dice el activista australiano Alex Greenwich en un bar porteño cuando todo ese tiempo ya pasó y sólo unos días lo separan de la libreta de matrimonio que lo una legalmente a Victor Hoeld, el alemán con el que está en pareja hace cuatro años. Tienen 31 y 32 años, habían venido otras veces, a la distancia habían seguido los momentos decisivos del debate por el matrimonio igualitario y celebrado la sanción de la ley, hace casi dos años. “Y ahora mismo, en Australia está empezando el debate por el matrimonio. Hay tres proyectos en el Congreso, las iglesias están decidiendo qué posición toman, los sondeos dicen que el 62 por ciento de la población apoya el matrimonio entre personas del mismo sexo. Todavía la ley no está, pero confiamos en que pronto sea aprobada. Y entonces nuestro matrimonio, el que celebremos acá, va a ser válido también en Australia.” Santa Fe, Tierra del Fuego, Buenos Aires: el distrito en el que celebrarán la ceremonia es, todavía, una incógnita. Pero en uno de esos tres territorios la semana próxima Alex y Victor verán cumplida la meta por la cual viajaron tantos miles de kilómetros.

“Supongo que viajamos hasta acá para casarnos por tres razones”, explica Greenwich, con la misma prolijidad implacable que aplicó, hace meses, a un correo que llegó a los mismos activistas locales que en estos días lo ayudan a gestionar trámites burocráticos y análisis prenupciales. “Por empezar, claro, acá es legal el casamiento entre personas del mismo sexo. En segundo lugar, conocemos Buenos Aires y nos gusta mucho. Vinimos tres veces ya. Y en tercer lugar, geográficamente nos cerraba.”

–¿Geográficamente?

–Sí, porque nosotros vivimos en Sydney, pero tenemos muchos parientes en otros lados. Victor, que es alemán, pero nació en Brasil, tiene familia en Alemania, y yo en Estados Unidos. Entonces casarnos acá hacía más equidistante el lugar de la ceremonia: ¡todos tenían que viajar más o menos la misma distancia y nadie nos iba a reclamar que a otro le queda más cerca, más cómodo!

Greenwich es activista de Australian Marriage Equality, una organización LGBT que lleva adelante parte del lobby en la sociedad civil, trabaja y socializa argumentos (entre otros medios, en su página web, www.australianmarriageequality). Por ello, pero no solamente (“¿Por qué me quiero casar con Victor? ¡Porque lo amo!”), hace cerca de un año fue al consulado argentino en Australia para preguntar cómo podrían hacer. Lo contactaron con la Federación Argentina LGBT (Falgbt). Así empezó un intercambio por correo electrónico y algunos llamados telefónicos que terminaron con la pareja subiendo a un avión con destino a Buenos Aires.

Volaron catorce horas dejando atrás, por un par de semanas, un país en el que el 62 por ciento de la población aprueba la modificación de lo que el Estado entiende por matrimonio civil (la cifra trepa al 72 por ciento cuando se considera a quienes tienen niños, al 74 en el caso de los votantes laboristas). Lo más curioso, sin embargo, es que el 75 por ciento de los ciudadanos australianos cree que el matrimonio entre personas del mismo sexo es “inevitable”.

“El matrimonio es algo muy personal, muy íntimo. Queremos hacerlo bien, celebrar con la gente que queremos, con nuestras familias”, explica Greenwich, que un rato antes de encontrarse con Página/12 había dado, finalmente, con una estancia en la que celebrar el casamiento. “Sabemos que cuando volvamos, allá todavía no va a ser reconocido como algo legal nuestro matrimonio, sólo porque somos hombres. Si yo, en cambio, volviera casado con vos, sí lo reconocerían. Pero es una apuesta a futuro, en cierto modo: mi matrimonio con Victor va a ser legal un día. Cuando finalmente se apruebe la reforma, será reconocido.” El viaje nupcial, explica, no pasó inadvertido en Australia. Es fácil comprobarlo en Internet: el líder del lobby cristiano allí, Lyle Shelton, criticó hace sólo unos días a Greenwich por no haber asistido a una audiencia en el Senado. El activista, tuiteó el líder de los sectores religiosos, había faltado a la audiencia “porque hoy está en Argentina ‘casándose’ (sic). ¿Coincidencia o inversión emocional?”.

No es sólo que, lo dicen las encuestas, más de la mitad de la población australiana, cualquiera sea su práctica religiosa, apoye la redefinición del matrimonio: mientras que algunas iglesias ya anunciaron que también están de acuerdo, otras, como la Uniting Church, se apresta a debatirlo, y todo parece indicar que la decisión será favorable. Cuando el activismo LGBT australiano vio que el matrimonio igualitario era una realidad en países “tan religiosos como España y Argentina”, dice Greenwich, respiraron aliviados, también, por un dato nada menor: en Australia, cerca del 20 por ciento de la ciudadanía se define como atea. No casualmente, el 69 por ciento de quienes se casan lo hace en ceremonias exclusivamente civiles.

Cuando termine esta semana, Greenwich y Hoeld conformarán un matrimonio legalmente reconocido. Luego de la ceremonia civil, y ante unas cuarenta personas, entre amigos y familiares llegados de otros países, la pareja recibirá la bendición de Nicolás Alessio, el sacerdote cordobés a quien la jerarquía eclesiástica inició juicio canónico por apoyar públicamente el matrimonio entre personas del mismo sexo.

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