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Sociedad|Domingo, 27 de abril de 2003
LA INCREIBLE HISTORIA DEL HOMBRE DADO POR MUERTO QUE NO LOGRA SER INSCRIPTO COMO VIVO

La difícil vida después de la muerte

Hace un año, Gustavo Gauna descubrió que un certificado de defunción lo dio por muerto. Su caso se conoció hace un mes. Pero el hombre sigue sin poder revivir: ya perdió varios trabajos,
fue rechazado como testigo en un caso policial y no puede cobrar el seguro de desempleo. En la Justicia, nadie investiga el tema. Y ningún organismo le soluciona su problema.

Por Horacio Cecchi
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Gustavo Gauna y el certificado que acredita su muerte.
Desde hace un año víctima del riguroso y endemoniado engranaje estatal, Gustavo Gauna es formalmente un muerto. Civil, porque de muerto no tiene un pelo. Como ya fuera informado en marzo pasado, su muerte fue certificada por el celebérrimo doctor Juan March. Gauna apeló en vida ante el gobierno bonaerense para anular su acta de defunción, lo que le fue denegado con el comprensible argumento de que antes se debía expedir la Justicia. En agosto pasado, el propio occiso denunció su muerte ante la fiscalía de La Plata. Pero la Justicia no investigó nada: ocho meses después, el fiscal platense dijo no tener competencia en La Matanza, donde ocurrió la muerte no ocurrida. Ahora falta designar fiscal, porque pese a la repercusión del caso, ninguno en la nueva jurisdicción tuvo la curiosidad de investigar de oficio. Entretanto, el finado es marginado entre marginados: fue rechazado como denunciante en una comisaría, no puede cobrar el seguro de desempleo, ya perdió dos ofertas de trabajo, y sólo su familia, su abogada y este diario aseguran que está vivo. Como finado, obligaciones no tiene. Salvo una: figura en el padrón electoral. Hoy quedará confirmado que en el país de los vivos, también votan los muertos.
–Gustavo, andate. Vos no podés.
La voz del uniformado no fue seca sino casi un ruego. Nadie sabe si porque en realidad no se trataba de entrar en ecuaciones de violencia, o si sencillamente era imposible ejercerla sobre un muerto. Lo cierto es que el policía fue empujando mansa pero respetuosamente a Gauna por el pasillo de la comisaría de Berisso en dirección a la puerta exterior. Al llegar a la vereda, Gauna se quedó de pie, meditando no tanto sobre su futuro sino sobre su frustrado papel como testigo de un amigo, víctima de una cuchillada. Desolado más que nada por su amigo, intuía que el uniformado había puesto en escena tan sólo su sentido más común, según el cual los finados jamás estuvieron capacitados para ser testigos ni denunciantes.
De todo esto no hace mucho tiempo, pero qué importancia tiene el tiempo si de lo que estamos hablando es de la vida de un muerto.
Gauna vive en el Barrio Obrero, Berisso al fondo. Es el confín de los confines. Más allá no hay nada. O el Averno. A escasos metros se estira el arroyo 66, un oscuro y angosto afluente de aguas servidas, que para el caso podría ser la laguna Estigia. De ser así, en algún recodo, entre las malezas seguramente se oculta el remero Caronte, aguardando que los muertos abran su boca para entregar la moneda del peaje al infierno. En el caso de Gauna, esto será difícil: no sólo porque está vivo sino también porque además las monedas las guarda como única subsistencia y la de su familia.
Viviendas como la de Gauna abundan en el Obrero. Ladrillos a la vista, no por moda sino porque no hay con qué cubrirlos. A veces, a los ladrillos los tapan con agujeros. En el barrio, lo que sobra es hambre. En dos manzanas hay tres comedores infantiles. Gauna vive con su esposa, Laura, cuatro hijos de 5, 10, 12 y 14 años, y su madre. Laura cobra los 150 pesos del Plan Jefas de Hogar. Su madre no puede cobrar la pensión porque extravió el DNI. Una mujer de nombre Mirta, de Capital, conmovida por la historia de Gauna, le regaló una máquina de coser con la que Laura remienda para afuera. Y Gauna aporta lo que le dejan algunas changas. O sea, monedas.
“Durante doce años trabajé en una empresa subcontratista de Vialidad Provincial. Hacía arreglos en la vía pública”, dijo a Página/12 el mismísimo Gauna, de cuerpo presente y constatado por testigos de la entrevista, realizada en su humilde casita del Barrio Obrero, en Berisso. “Yo estaba contratado –prosiguió el milagroso–. La costumbre es que cuando se termina el trabajo, termina el contrato. Aguantaba dos o tres meses con changuitas y después me volvían a llamar para otro trabajo.”
Los aportes al difunto
En abril del año pasado, la secuencia se repitió y, como siempre, Gauna se dirigió a las oficinas de la Anses para solicitar el seguro de desempleo. Pero esa vez se encontró con una sorpresa extremadamente amarga o jocosa, irónica o agorera, profunda o superficial, según el estado de ánimo con que la enfrentara. Gauna figuraba como muerto. La empleada no ponía en duda la palabra del occiso, pero tampoco estaba dispuesta a desmentir lo que la sagrada pantalla y el inapelable Estado tecno sentenciaban en ese mismo momento.
Será riguroso e implacable el engranaje estatal pero Gauna, finado y todo, se las arregló para poner en evidencia sus eslabones rotos: en la misma Anses quedó registrado el último aporte patronal a su nombre. Corresponde a su trabajo durante abril del año pasado. Lo curioso es que su supuesta muerte fue registrada también en la Anses un mes antes. O sea, o los empresarios han aportado por trabajos no realizados –lo que en este país es harto dudoso– o Gauna no está tan muerto como dice el engranaje.
“‘Vuelva en unos días, a ver si se lo puedo arreglar’, me dijo la mujer”, recordó Gauna. En aquel momento, se dejó llevar por la idea de que todo se trataba de un error, que en pocos días más regresaría, cuando pudiera reunir las monedas para el viaje, y que le darían el merecido beneficio. Monedas tuvo que reunir muchas, porque los viajes de ida y vuelta a la Anses se repitieron una y otra vez, siempre con la misma respuesta. Hasta que el 5 de agosto, la Anses dio el punto final. Tomaron como criterio el mismo inapelable criterio que vienen tomando desde hace añares: persona muerta no cobra.
En el certificado de defunción consta que Gustavo Horacio Gauna, de “edad aprox. 33 años”, falleció el 29 de marzo de 2002, a las 13.30, o sea, mientras Gauna estaba en pleno pica, pica, picapedrero para Vialidad. No figura su DNI porque obviamente no lo tenían (estaba y está en poder de su dueño). Para los casos de ausencia de DNI se colocan las huellas digitales del difunto. En este caso, lo hicieron, pero en forma trucha: la tinta aparece corrida con lo que las huellas son ilegibles.
El 9 de agosto, Gauna juntó más monedas y, con el certificado bajo el brazo se presentó en la Oficina de Denuncias Penales platense, dependiente de la Fiscalía. La instructora judicial Brenda Ponce le tomó la denuncia, donde quedó expresamente claro que su muerte tuvo lugar en Laferrère, partido de La Matanza. Aunque deberían haber informado a Gauna que La Plata no tiene competencia en el asunto sino la Justicia de San Justo, el caso fue aceptado como propio con el número de causa 149.006, y derivado a la fiscalía 9.
Cuatro días después, con más monedas, Gauna presentó una nota ante el Registro de las Personas bonaerense, donde abrieron un expediente, el 2209-10487/02. Su titular, Mario Giacobbe, inmediatamente ordenó al Archivo Fonético Masculino la búsqueda de homónimos para determinar si existía otro Gustavo Horacio Gauna. De la búsqueda surgió que Gauna hay muchos, pero Gustavo Horacio, de aprox. 33 años, hay uno solo. El 18 de agosto, Giacobbe preguntó por escrito a la Asesoría de Gobierno si correspondía realizar denuncia penal y si lo autorizaban a suspender el acta de defunción, habida cuenta de los problemas en vida que pasaba Gauna por su propia muerte.
La Asesoría respondió el 21 de marzo pasado: la denuncia penal no era necesaria ya que una fiscalía investigaba el tema. Y como ya existía causa penal, hasta tanto la Justicia no se expidiera, el acta no podía suspenderse, con lo que Gauna ni siquiera podía pasar al estado de suspensión etérea que, como todos saben, no es vivo pero tampoco muerto.
Un cuarto oscuro
para los muertos
A todo esto, Gauna ya no sólo era tomado por el barrio como un espectro o despreciado como denunciante. Lo que más golpeaba su disminuido ingreso (ya de por sí disminuido), era la imposibilidad de obtener trabajo: la fama que tomó su caso, a fines de marzo, produjo paradoja. Gauna se benefició por la difusión (el regalo de la máquina de coser), pero se le hizo más difícil que antes conseguir trabajo. Allí donde en vida no había otra forma de que lo tomaran que no fuera en negro (o los contratos provisorios, que son un disimulado negro), de buenas a primeras, como muerto le empezaron a exigir todos los papeles en regla. Al menos dos ofertas firmes fueron rechazadas por ese motivo.
En una lo pedían como albañil, nada menos que en el penal de Magdalena. Le dieron a entender, penosamente, algo así como “si no se le pueden hacer aportes la cosa no va, acá todo es en blanco”. Y en enero pasado, cuando Gauna suponía que año nuevo vida nueva, fue rechazado por su viejo empleo de pica, pica en Vialidad, con un argumento semejante al de los guardapresos: “No te podemos meter en la compañía porque figurás muerto”.
Como se mencionó más arriba, la solución del problema radicaba en un sí de la Justicia para suspender su acta de defunción. Pero el sí demora. Ocho meses después de su denuncia penal, y curiosamente días después de que el caso fuera publicado, la fiscalía platense entendió que, en realidad, La Matanza queda lejos de La Plata, y se declaró incompetente. El caso fue girado en abril a esa jurisdicción. Pero Gauna se encontró con que en La Matanza es mejor no hablar de muertos: ningún juez ni fiscal entendió de oficio pese a la publicidad del caso.
“Podés mandarte a afanar. No te pueden detener. A lo sumo, te matan, pero ya estás muerto”, le sugirió alguien con lógica pragmática. Gauna no hizo caso. De todos modos, es cierto: habrá perdido todos sus derechos, pero obligaciones no tiene. Salvo una: el 30 de marzo pasado, como en toda la provincia, en Berisso se votó por las internas del justicialismo. Que los listados pueden ser truchos es conocido, y lo comprobó el propio difunto: aparecía habilitado en el padrón. No votó. Tampoco era obligatorio. Pero hoy, en las presidenciales, se le plantea el dilema. En lugar de ser o no ser, anoche Gauna reflexionaba: “¿Debo o no debo?”. Votar, se entiende. Página/12 se anticipó y resolvió el dilema. En la página web del Poder Judicial de la Nación, habilitada para consultas sobre el padrón electoral y el lugar de votación, incorporando el DNI 21.616.041 (correspondiente al Gauna vivo), sexo masculino, jurisdicción provincia de Buenos Aires, el engranaje estatal confirma: “Ud. vota en la Sección Electoral 12, Berisso, Circuito 512, Mesa 16, de la Escuela de Educación Técnica Nº 2, calles Punta Arenas (12) y Cádiz. Berisso”. Hoy, Gauna cumplirá su única obligación como ciudadano argentino civilmente muerto.

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