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Sociedad|Viernes, 20 de julio de 2012
SE LEVANTO POR LA TARDE EL PARO DE CHOFERES DE LARGA DISTANCIA

Día de maltrato al pasajero

Después de que se inició el paro, en la terminal apagaron las luces y la calefacción. Por la mañana, los pasajeros cortaron una avenida. El Gobierno criticó al gremio y anunció sanciones para las empresas.

Por Emilio Ruchansky
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Un grupo de pasajeros cortó la avenida Antártida Argentina en protesta por el paro.

Los choferes de larga distancia levantaron ayer a la tarde el paro que habían comenzado en la medianoche del miércoles. La medida, impulsada por la Unión Tranviarios Automotor (UTA), afectó las terminales de todo el país y se plegaron alrededor de 25 mil conductores. “El acuerdo implica la finalización de este conflicto y lo resuelve en forma definitiva”, aseguró el ministro de Trabajo, Carlos Tomada, quien criticó la medida de fuerza por su carácter sorpresivo. Poco después, los empresarios aseguraron que el acta les “genera obligaciones desproporcionadas e inviables”. Desde la CNRT anunciaron sanciones para las empresas (ver recuadro). El servicio recién se normalizó a la noche.

Ayer por la mañana, cuando todavía continuaban sin salir los ómnibus, un grupo de pasajeros cortó la avenida Antártida Argentina, frente a la terminal de Retiro, para protestar por la decisión de la UTA. “Tenía pasajes las 21.45, llegué media hora antes y no había un solo micro. No daban informes y cerraron las ventanillas de las boleterías. Un amigo me contó que había micros que salían del Correo Central y los que llegaban hacían bajar a la gente en un supermercado, cerca de la terminal”, relató Jorge Weishein, sentado sobre su valija en Retiro, junto a su hijo Francisco, de 9 años. Van de vacaciones a La Cumbrecita, Córdoba. “El viernes nos reprogramaron para el miércoles, llegamos y otras vez paro. Si nos dan pasaje para irnos en tres días, no vamos”, dijo.

La medida de fuerza se levantó ayer a las 16.30, luego de una complicada puja entre gremios y empresas (ver aparte), pero recién dos horas después los ómnibus comenzaron a circular. Primero salieron los servicios internacionales, en los últimos andenes. Mientras tanto, el enojo de los pasajeros, que al mediodía derivó en el corte de la avenida Antártida Argentina, se trasladó a las boleterías que recién levantaban sus persianas. Las colas eran larguísimas y a cada rato se oían insultos a los empleados, ya que pocos pasajeros conseguían pasajes para viajar anoche. “Lo nuestro fue una resistencia pacífica. Nos pusimos a armar origamis en forma de grullas toda la noche a ver cuántos hacían falta para que se terminara el paro. Al final, la gente pasa y se los lleva”, dijo Mirabelle Martínez, una profesora de plástica, sentada frente a la boletería de Plaza, junto con dos amigas. Las tres compraron un paquete de cuatro noches y cinco días en Mar del Plata y cruzaban los dedos para poder viajar lo antes posible. Una de las jóvenes intentó averiguar, como otros pasajeros, si se les iba a dar alguna compensación o un pasaje abierto a cambio del mal trago. “No es culpa nuestra”, le respondieron.

En esos pasillos, frente a las boleterías, varios pasajeros tumbaron los tachos de basura y se sentaron encima, aguardando novedades. De a ratos, se oían gritos y reclamos. “Tengo a mi marido volando de fiebre desde anoche y ustedes no son capaces de darnos un pasaje”, decía una mujer frente a la oficina de Chevallier. “Chorros, devuelvan la plata”, gritaban otros. Detrás del mostrador, se pedía tranquilidad. “Vamos a atenderlos, si ustedes nos dejan”, advertía un empleado del Grupo Plaza.

Los ánimos estaban caldeados por el maltrato recibido la noche del miércoles. “Nos apagaron las luces y la calefacción, cerraron los baños y después nos querían echar de la terminal. Una vergüenza”, dijo Marta Palavecino. La señora había ido a acompañar a su sobrino, Gustavo y a la hija de éste, Oreana. “Tenía dos pasajes a Tucumán para las 20.10 y como no iba a salir, me dijeron que si pagaba 300 pesos más iba en otra compañía, que tampoco salió. Tengo que volver a mi trabajo”, decía Gustavo. Su tía fotocopió los pasajes para reclamar.

Mientras se despedían de una señora con la que compartieron una larguísima espera, Aída Cáceres y su marido, Elvio Robledo, miraban la pantalla para ver si salía su micro a Bragado. “Vamos a cuidar a mi tía, de 94 años. Siempre viajamos en tren y quisimos darnos un lujo. Salió mal y encima es caro esperar acá. El agua para el mate sale 4 pesos y nosotros somos jubilados, no nos sobra nada”, protestó la señora, hundida en un banquito frente a la plataforma.

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