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Sociedad|Domingo, 8 de junio de 2003
LA HISTORIA DETRAS DE LA MUERTE DE LAS DOS CHICAS EN SANTIAGO DEL ESTERO

Chicas Saravah y la Santiago subterránea

La provincia que hasta censura obras de teatro tiene una vida menos mojigata. En buena medida, pasa por un bar de trampa llamado Saravah. La policía investiga la relación de las víctimas con ese lugar y las fiestas privadas en las fincas.

Por Alejandra Dandan
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Patricia, en foto familiar con su padre y hermano.
Desde Santiago del Estero

Leyla Fátima Bshier Nazar era su nombre. Desde hace una semana, su crimen se ha convertido en un puñal que atormenta al gobierno de Santiago. Las derivaciones de la investigación han volteado a la cúpula policial y al segundo jefe de la provincia. La décima marcha del silencio realizada hace apenas dos días logró acercarse hasta el frente de la Legislatura. Quienes están aquí desde hace tiempo saben que eso no ha ocurrido nunca. Que por primera vez alguien logra gritar desde la calle la palabra asesino dirigiéndose a las estructuras de gobierno. Ese crimen que arrastró una segunda muerte al cabo de 22 días ahora reúne cuatro expedientes, más de mil fojas, cuatro detenidos y la historia de un lugar: Saravah, uno de los boliches de copas de Santiago que se ha convertido en el último sitio donde a Leyla la vieron con vida. La causa acumula ahora páginas y páginas de declaraciones sobre ese lugar, uno de los puntos donde se cruzan historias de sexo y droga en las vidas de las chicas muertas, con los sospechados por el homicidio. Página/12 habló con una de las jóvenes claves de la investigación, que en esta nota va contando detalles del mundo habitado por las chicas Saravah.
Saravah aparece en esta historia durante los primeros días de la investigación, cuando el padre de Leyla comienza a buscar datos, detalles o posibles movimientos de su hija desaparecida. Hasta ese momento, Yunes Bshier no sabía qué había ocurrido con Leyla. Eran los primeros días de febrero, poco antes de que una leñera de los alrededores de la capital de Santiago se topara dentro de un monte con los cuerpos de las dos chicas muertas. Por aquel entonces, Yunes tenía unos pocos datos. Sabía que su hija estaba radicada en Tucumán, que había vuelto a Santiago hacia el 8 de enero para quedarse poco más de una semana y que extrañamente no había decidido alojarse en casa de sus familiares sino en casa de una de las chicas Saravah. Esa chica es Cristina Juárez, alguien que por estos días es una pieza central de la causa y tiene pedido de captura.
Leyla pasó los últimos días con ella, y quizá también las últimas horas. La primera foja de las mil que ahora componen el expediente tiene sus datos. Es una denuncia radicada frente al comisario Julio Rodríguez, el 17 de enero, en la que Cristina “pone en conocimiento que su amiga Leyla Fátima Bshier de Nazar” salió de su domicilio a las 04.15, del jueves 16 del enero. Quince minutos después, según los expedientes, Leyla estaba en Saravah.
Quien ahora recuerda ese paso es una de las personas que declaró en tres oportunidades en la causa. Dos de esas veces lo hizo como testigo protegido. Ella tiene treinta años, hace cinco trabaja atendiendo clientes vinculados a las primeras líneas del poder político local. Conoce la actividad de las adolescentes y las jóvenes que se prostituyen en la calle, ejerce una suerte de regencia sobre ellas y, hasta los días de los crímenes, alternaba sus noches entre los hoteles más importantes del centro y Saravah, el lugar donde ahora tiene prohibida la entrada. “Leyla estuvo ahí la noche que desaparece”, dice. “Estuvo entre las tres y media y cuatro de la mañana del jueves. Estaba siempre ahí, no con continuidad como el resto de las chicas que van de martes a domingo. Ella aparecía esporádicamente, cuando venía de Tucumán.”
–¿Qué es Saravah?
–Saravah es un boliche de trampas pero nosotros no hacemos levantes, los levantes los hacen los mozos. El mozo te deposita en la mesa de, ponele, un cliente. Ahí va a tomar algo mucha gente que viene de afuera, porque es el único lugar abierto de martes a domingo. El mozo te pone ahí y la exigencia del dueño del boliche es que vos por lo menos le hagas consumir el trago más caro. Desde el Fernet que vale 5 pesos, hasta unChandon que vale 40. Cuanto vos más le hagas consumir al tipo, mejor. Es como un derecho de piso que pagás para que te dejen trabajar adentro: lo que hacés después con el tipo es para vos.
–¿Quiénes son las chicas que trabajan?
–El 99 por ciento de las mujeres de Santiago trabajan ahí. Yo te voy a explicar: dicen que regenteo mujeres pero lo que hago son los arreglos. Las chicas no son minas instruidas, ni de caminar la noche en otros lugares. Yo viví en Buenos Aires siete años, conocía la noche no porque trabajaba de puta, pero tenía mi pareja que era taxista. Ahora estoy viuda hace cuatro años, tengo hijos, mi esposo ha fallecido de cáncer. La peleo todos los días y a mí me encanta levantarme a la mañana y ver la sonrisa en la cara de mis hijos. Y mirá, cuando yo he tenido mi primera hija me han corrido de mi casa: tenía 17 años, mi abuela me quería hacer abortar. Me he ido a Buenos Aires, mi hija tiene doce años ahora y yo siempre digo, un hijo no ata a nadie.
Javier Humberto Juárez fue convocado el 11 de febrero para una declaración en la División de Investigaciones de la Unidad Regional 2 de La Banda. Era uno de los mozos de Saravah que trabajaba en la barra o repartiendo bebidas y comidas por las mesas. También a él le preguntaron por Leyla. La había visto, dijo entonces. “Había comenzado a frecuentar el boliche con otras chicas –dice ahora en el expediente–, y así en varias oportunidades conversaban de diferentes temas.” Hace un año aproximadamente había perdido de vista a Leyla, y ya no la vería más hasta noviembre, dos meses antes de la muerte. “Volvía con una amiga –dice Juárez en el expediente–, con la cual comenzaron a trabajar en el lugar ejerciendo la prostitución en forma discreta, realizando contacto con alguna persona que quería pasar la noche con ellas, por un monto de dinero e incluso el declarante en varias oportunidades a ella y a su amiga les presentó algunos clientes.”
Esa historia que tuerce la hipótesis construida por su familia pero sostiene las líneas que investiga su abogado defensor y la propia Justicia, corroe la imagen de Leyla pero podría convertirse en una de las puntas que puede explicar sus últimos recorridos. Por Saravah pasa el 99 por ciento de los hombres solos que buscan mujeres en Santiago. Ese bar levantado frente al río Dulce, entre árboles de casuarinas, reúne a empresarios locales, viajantes, policías de tiempo libre y hombres de los altos y de los bajos comandos del poder. Por allí pasaron los tres imputados por el homicidio que están detenidos. Y de allí sacan las listas de mujeres o sus números de teléfonos, esos clientes que suelen convocarlas más tarde a alguna fiesta, ese tipo de fiestas que durante estos días han cobrado aquí el tono de grandes fábulas o leyendas. Esas fiestas donde algunas hipótesis de la investigación barajadas por parte de la defensa pudo haber terminado convertida en la antesala del sitio donde Leyla terminó muerta.
–¿Estuviste alguna vez en una de esas fiestas?
–Una vez me han querido llevar a mí a una fiesta en una finca del Zanjón –dice la testigo– donde iba supuesta gente del gobierno. Un diputado provincial candidato a senador, otro de los que renunció estos días, gente del comercio importante, muy importante aquí en Santiago, y una persona que se suicidó hace unos meses también del gobierno. A mí me llevaban solamente para hacer strip tease, nada más. Me llamó por teléfono uno de ellos que era cliente mío. Y él me dijo que vaya, que había mucha comida, mucho champán. “¿Y qué más hay?”, le pregunté porque si hay eso también hay más. Porque todos empiezan tomando y después todos te quieren pasar.
No fue a la fiesta. En su lugar, dice, fue una de sus amigas.
–Ella me contó que habían estado, que habían pasado con varios vagos y pasar aquí se dice cuando tenés relaciones sexuales. Que había una mesallena de comida, lo que busques; bebida, lo que busques. Había otra mesa que podías encontrar la falopa que quieras, pastillas, cocaína, marihuana.
–¿Leyla pudo haber terminado en uno de esos sitios?
–Para mí la Leyla ha ido a la fiesta con la Cristina, no sin la Cristina. Han estado en una jodita, la mina se ha pasado de rosca y éstos la han agarrado, la han coimeado a la Cristina, le han dicho que se vaya y que la iban a hacer vivir y no han podido. Entonces han hecho lo que han hecho para borrar posibles rastros pero les ha salido mal la jugada.
Es ahora el escenario del crimen lo que la Justicia está buscando. Entre las hipótesis que dan vuelta, también existe la posibilidad de que el sitio de la muerte haya sido en una de las fincas linderas a la Ruta 9, hacia el sur de la provincia (ver aparte).
La novia
Leyla era la de esta historia y también aquella otra protegida contra viento y marea por su novio, Nicolás Antonolli, aquel chico tucumano al que hace un año le escribió la esquela que ahora está guardada en una caja donde se acumulan sus recuerdos. “Serás la espina clavada en mi corazón para siempre, la cual sangrará cada vez que te sienta lejos.” Al pie de esas líneas, Leyla agregaba: “Hoy hace un año que me preguntaste si quería ser tu novia”. Nada más, después de eso pone su firma.
Nicolás conoció a Leyla en Tucumán hace casi dos años, poco antes de que ella decida trasladarse a esa provincia. Estuvieron juntos durante sus últimos meses de vida, excepto en esas ocasiones en las que ella volvía cada tanto a Santiago. Casi un mes después del día en el que se presume el asesinato de Leyla y cuando su cuerpo apenas había sido descubierto en el descampado llamado La Dársena, Nicolás fue convocado por la Justicia. Su informe, su shock, quedó escrito en la foja 19 del expediente. Allí cuenta que posee una residencia en la “vecina provincia de Tucumán” y que “resulta ser novio de Leyla Nazar con la cual comenzó a mantener una relación amorosa desde hace un año aproximadamente, ya que ella se domiciliaba en las cercanías de su inmueble”. Los detalles de la declaración incluyen los datos de aquella relación que “comenzó de común acuerdo y que transcurría con toda normalidad”.
Nicolás explicó además los motivos del viaje, al menos la parte que él conocía. Pero la policía quería saber más. Le preguntaron sobre los datos que entonces ya manejaban. Entonces, Nicolás dijo “que su novia en ningún momento ejercía la prostitución; que solamente venía a esta ciudad de visita; desconoce si Cristina Juárez tenía esa profesión como así también si su novia tenía alguna vinculación con (Patricio) Llugdar”, por ahora el único procesado por el homicidio doble en la causa.
En estos días Nicolás está viviendo en la capital de Santiago, siguiendo los pasos vertiginosos de una investigación que, cada tanto, vuelve a sorprenderlo. Página/12 estuvo revisando con él aquellos papeles que todavía conserva con escritos de Leyla, aquellas esquelas donde le pintaba corazones de colores con la palabra “te quiero”. Guarda un libro de poesías de Pablo Neruda, también de Leyla. Y otros papeles, los envoltorios de los chocolates que alguna vez él le regaló. Leyla los alisaba y los guardaba dentro de uno de sus cuadernos. Nicolás cada tanto los abre buscando que esa sea la forma en la que el mundo se acuerde de ella.

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