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Sociedad|Sábado, 23 de marzo de 2013
OPINION

A diez años de un plebiscito histórico

Por Norma Giarracca *

Como lo hemos recordado muchas veces, durante 2002 las formas deliberativas denominadas “asambleas” se expandían por todo el país. Esa idea estaba preñada de la decisión colectiva horizontal y de la búsqueda de nuevos sentidos en los procedimientos electorales y de representación. Fue en un lugar de la provincia de Chubut donde se posó la idea y se configuró como pura novedad, como alborada de un gran movimiento social. En efecto, corría 2013 y la población de Esquel en la provincia de Chubut proponía llevar a cabo un plebiscito para decidir si se aceptaba o no la instalación de una actividad minera de la mano de la transnacional Meridian Gold Inc., de origen canadiense. Se logró que el Concejo Deliberante de Esquel autorizara el plebiscito a pesar del veto previo del intendente de una ordenanza que prohibía el cianuro en la localidad.

La Asamblea de Autoconvocados, nombre y forma de organización que se dieron los vecinos, desplegó en pocos meses acciones de toda índole de manera absolutamente voluntaria y creativa. Hubo mucha información, hubo asambleístas con conocimientos profesionales que generaron información sólida en relación con los efectos del cianuro y otros que ayudaron a comunicarlos de modos simples y eficientes. Se logró además que algunos periodistas se acercaran en momentos en que los temas del futuro, a un poco más de un mes de las elecciones presidenciales de 2003, pasaban por Buenos Aires.

La Asamblea se enteró rápidamente, a pesar de no ser tiempos de redes sociales, que un año antes en Tambogrande, Perú, a través de un plebiscito vinculante se había logrado parar un emprendimiento minero; se comunicaron con ellos, conocieron la experiencia. Así los pobladores de Esquel lograron el 23 de marzo de hace diez años que el 81 por ciento de una alta proporción de la comarca (más del 70 por ciento) votara por el No a la Mina, en una muestra de que las poblaciones informadas y decididas pueden lograr más que las grandes corporaciones.

Desde entonces y como ahora es público, la expansión de la actividad minera no ha dejado de crecer pero, con excepción de Loncopué (Neuquén) en 2012, no se permitió plebiscitar la aceptación de las poblaciones. Por otro lado, las mineras, preocupadas por estas resistencias de toda América latina, han desplegado una serie de acciones para seducir a las poblaciones que en muchos casos están llenas de necesidades. No sólo el “mito” de generar trabajo para todos sino también, en muchos casos, la entrega de créditos para pequeñas actividades económicas de las que los Estados no se ocupan, la financiación del equipo de fútbol local sin dejar de mencionar una propaganda que inunda las pantallas de nuestros televisores diariamente.

Esquel abrió un camino aunque nunca esos vecinos se sintieron vanguardia, por el contrario, sostuvieron que cada región tiene un camino propio que recorrer. No obstante, para quienes seguimos las resistencias para preservar nuestros recursos comunes, Esquel dejó muchas enseñanzas. Nos legó la convicción de que la voluntad colectiva puede convertirse en un poder que llega a ser más potente que el dinero; de que la producción de conocimientos científicos independientes para refutar a la tecnociencia “contratada” por las transnacionales es necesaria; nos legó también modos de mantener estos hitos en la memoria colectiva, que es la mejor barrera a las corporaciones; la articulación y solidaridad latinoamericana; mostrar que el voto y la democracia directa pueden ser herramientas que ayuden a construir consensos, que son siempre parciales y precarios, y que para sostenerlos hay que trabajar incansablemente. No hay séptimo día de descanso.

Boaventura de Sousa Santos denomina a las novedades sociopolíticas de este tipo “campos de experimentación”; a veces se repiten, otras veces no; pero luego insisten con otros formatos y son sumamente necesarios para aprender las nuevas prácticas de lo que el autor denomina una “democracia infinita” y nosotros, aludiendo a los pueblos originarios, el “buen vivir”.

* Socióloga. Instituto Gino Germani, UBA.

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