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Sociedad|Lunes, 25 de febrero de 2002

Los chicos que raspan paredes en busca del Buenos Aires original

Son alumnos de restauración de una escuela del gobierno porteño. A través de acuerdos, con los propietarios de edificios de valor histórico, trabajan para recuperar lo que el tiempo ocultó.

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Los alumnos aprenden a restaurar a medida que van surgiendo los trabajos en la ciudad.
Lo llamaban Salón Blanco, con ese nombre pomposo justificado en el color profundamente blanco de sus paredes y techo. Los encargados del Casal de Catalunya, decididos a restaurar el antiguo edificio, incluyendo al portentoso y albino salón, convocaron a los alumnos de restauración de la Escuela Taller del Gobierno porteño. Los chicos fueron. Nada más que un par de horas raspando con sus espátulas sobre los andamios, para comprobar que el tal Salón Blanco sí era salón, pero nada de blanco: debajo de tres capas de pintura apareció el rosa original. La Patriótica, el convento de San Francisco, el Casal de Catalunya, el Instituto de Investigaciones Históricas, convocaron a los alumnos de la Escuela. Frisos, paredes, techos, pisos, puertas y ventanas, gárgolas y columnas, restaurados, para descubrir que no todo es del color con que se lo mira en estos días.
La Escuela Taller para ayudantes de restauradores depende de la Subsecretaría de Patrimonio Cultural porteña y funciona en Moreno 301. Tiene 120 alumnos y varias particularidades. Una de ellas: “Inicialmente estaba dirigida a jóvenes desocupados y subocupados –explicó la subsecretaria Silvia Fajre–, pero la convocatoria se amplió porque empezamos a ver que se interesaban jóvenes de orígenes, niveles y clases muy diferentes. Hoy está conformada con una heterogeneidad muy grande”.
Otra particularidad: “No tiene un programa cerrado, como cualquier carrera –dijo Cristina Malfa, quien junto a Jorge Bozzano, ambos arquitectos, son directivos de la escuela–. Es eminentemente práctica, y a medida que van surgiendo los trabajos, los alumnos van aprendiendo”. “La idea es recuperar el oficio de los restauradores, que se perdió”, agregó Bozzano. “Hay un movimiento que empieza a valorar la arquitectura tradicional, nos estamos dando cuenta que nos quedamos con nada”.
Bozzano se refiere a la bendita idea moderna de que, por vivir cada vez con menos sol, la moda es iluminar, y nada mejor para ello que pínteme acá de blanco, encima de esa pintura, pero mire señora que es pintura del siglo XIX, por eso mismo, está vieja, pinte encima no más.
“Partimos de una cantidad de edificios catalogados por el Gobierno de la Ciudad –explicó Malfa–. No se los puede modificar por ley. Entonces, les proponemos a los dueños recuperar su estilo original, ya sea porque fueron reformados, ya sea porque se deterioraron.”
Y la tarea de los jóvenes no es que se trate de una simpleza. No es raspar con la uña un par de veces para decir, ya está, acabo de restaurar. Munidos de hachuelas, bisturíes, espátulas, estecas (sepa usted que las hay de madera y de metal), quizás un vulgar martillo, pinceles y pincelitos, los alumnos se trepan a un andamio a varios metros de altura, o escarban encorvados en el rincón de las ánimas, o pasan horas, días, para sacar el modernoso barniz que recubre los vericuetos de una puerta de estilo olvidado. No sólo eso. También reparan ornamentos, aquél angelito, aquella gárgola, el monstruito que cuelga del friso. En muchas ocasiones, no sólo reparan, también restituyen, esto es, rehacen una copita de un original, perdido, sólo existente en fotos.
“En el Casal de Catalunya (Chacabuco 851, sede del teatro Margarita Xirgu) querían que limpiáramos la pared. Tenía mucha humedad –dijo Angélica, una alumna que participó de esa restauración–. Descubrimos que debajo de tres capas de pintura, la original era rosa. Se llamaba el Salón Blanco pero no era blanco. También descubrimos que había una puerta tapiada, que nadie sabía que estaba ahí.” “El edificio del Casal es una muestra de la arquitectura catalana con elementos de estilo neogótico”, definió Bozzano. En el Convento de San Francisco, raspando, raspando, también descubrieron que las maderas de las aberturas eran celestes pero se veían verdes.
Los alumnos de la escuela son convocados a partir de convenios entre la Subsecretaría y los propietarios de los edificios en cuestión. Se firma un acta de compromiso, en la que se conviene qué proporciona cada parte. La Subsecretaría pone la mano de obra, el conocimiento, el instrumental; los dueños pueden a veces hacerse cargo del seguro contra accidentes (poraquello de estar trepado en los andamios), a veces pone los materiales. Todo se negocia, con tal de recuperar lo original.

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