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Sociedad|Martes, 23 de julio de 2013
El espacio que homenajea al rock argentino, otro atractivo de Tecnópolis

Una excursión a Rockópolis

Se trata de una de las novedades de la feria de arte, ciencia y tecnología. Hay un escenario, el museo de Peter Capusotto, videos de grupos históricos y un simulador para ser por un instante un ídolo aclamado por su público.

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Los brazos de los fans reciben cálidamente a los chicos, convertidos por un rato en estrellas de rock.

Toma distancia. Retrocede unos pasos. Y antes de empezar a correr, levanta los brazos: hace cuernitos con los dedos de las manos. Milagros –una chica de tan sólo nueve años– está a punto de experimentar un momento único en la relación entre la estrella de rock y sus seguidores. Abajo del escenario, en el campo, el público la espera con los brazos extendidos. Es un día frío y nublado en Villa Martelli. Milagros se lanza a una breve carrera que llega hasta el borde del escenario y una vez allí pega un salto consagratorio. Se entrega de panza a sus fanáticos. Después repetirá la experiencia hasta que su madre lo considere suficiente. Una de las novedades que este año seduce a los más chicos en Tecnópolis es el simulador de mosh –como se denomina ese salto del artista sobre el público–. El simulador es un inflable con decenas de brazos en alto que aguardan el salto triunfal del participante. La atracción forma parte de Rockópolis: un espacio recientemente inaugurado en el que se hace foco sobre la historia y la cultura del rock nacional. Allí, además, los visitantes pueden disfrutar del museo de personajes de Peter Capusotto y sus videos. Otra de las flamantes incorporaciones de la megamuestra de arte, ciencia y tecnología es el espacio dedicado a la evolución humana: una exhibición para ver y aprender el complejo proceso de transformación que une al primer homínido con el actual homo sapiens.

“La verdad es que está muy bien armado todo. Es una salida barata y divertida para toda la familia, donde podemos traer a los chicos para que se diviertan durante las vacaciones”, dice Noelia, de 37 años, la madre de Milagros. En los primeros dos saltos, Noelia buscará enfocar a su hija en la camarita de su celular. Junto a otras tres familias de amigos, vinieron desde Castelar hasta el predio ubicado en Villa Martelli. Ni el frío ni el cielo encapotado impidieron su salida. “Nos abrigamos bien y vinimos”, dice Noelia, acodada en las vallas perimetrales al escenario y al inflable. Milagros acaba de tirarse una vez más y su madre le advierte que ya está, que ya es hora de seguir recorriendo el parque. “Porfa, ma, me tiro una vez más y vamos”, le ruega la nena, con su bufanda rosa enroscada al cuello, y su madre accede como quien entrega una última oportunidad. Detrás del escenario, está el galpón con el museo de personajes de Peter Capusotto y sus videos. Un recorrido por la utilería y los decorados utilizados para grabar a personajes como Violencia Rivas, Miki Vainilla, Pomelo y Jesús de Laferrere, entre otros. Además, en Rockópolis hay juegos temáticos como “La carrera del rock” o “Pescando al rollinga” (una caña de pescar, con un pancho como carnada, con el que se intenta atrapar por la boca a un integrante de esa tribu urbana). En cuanto a la historia del rock, hay un escenario tapizado con césped sintético, en donde los visitantes pueden recostarse como si estuvieran en una plaza, apoyar la cabeza sobre unos morrales de hilo y ver, en una pantalla gigante que cuelga del techo, cual si fuera una lámpara, un video con un breve repaso por las principales bandas de rock nacional.

Los cuellos polares, los gorritos de lana, las bufandas, las camperas y los guantes, todos los abrigos posibles son elegidos por los visitantes que caminan por las calles del predio. Cincuenta hectáreas donde el viento congela las narices. Algunos llevan el termo del mate bajo el brazo. Hay otros que apenas sacan las manos de los bolsillos. Están también los que prefieren refugiarse en los cafés del pabellón del Bicentenario. No faltan tampoco los que eligen los carritos ambulantes: aquellos jóvenes y no tan jóvenes que devoran las manzanas acarameladas o los copos de azúcar.

“Mirá, mamá, un mono”, dice Martín, un nene de 6 años, parado frente a uno de los primates que pertenecen a la muestra de la evolución humana. Un espacio para conocer el origen de la especie, desde los primeros homínidos hasta el homo sapiens contemporáneo. Un viaje al pasado por el túnel de la historia. “Vinimos de vacaciones a Buenos Aires y quisimos visitar la muestra. Lástima el frío, pero igual, la estamos pasando genial”, sostiene Angélica, la madre de Martín. En vitrinas piramidales el público puede observar réplicas de cráneos de más de 6 millones de años, maxilares, rocas filosas utilizadas para cazar y las primeras piedras talladas por el homo sapiens.

Informe: Nicolás Andrada.

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