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Sociedad|Lunes, 25 de febrero de 2002
LAS CIFRAS DE LOS QUE SE VAN DEL PAIS YA ALARMAN

Cuando emigrar se convierte en una cuestión cultural

Entre los años 2000 y 2001 se fueron del país unas 140 mil personas. El proceso se aceleró en diciembre y, sobre todo, enero: los que se fueron en este mes sumaron 23.000. Los especialistas en migraciones advierten que existe un “efecto contagio” potenciado por los medios. En dos años podría duplicarse el número de argentinos en el exterior.

Por Alejandra Dandan
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Los especialistas apuntan que entre los más jóvenes la salida del país se empieza a ver como algo común.
¿Son contagiosas las ganas de irse del país? Algunos piensan que sí. En esa lógica la nueva ola de emigración no sólo estaría alimentada por los índices de desocupación y el caos político. Para los sociólogos hay una suerte de “efecto contagio” potenciado por las imágenes repetidas en los medios de comunicación y por ese aire a barco hundido que recorre cada mesa de café: enero lo demuestra. La gente que dejó el país alertó hasta a los analistas de fenómenos migratorios: tomando como referencia el ya alto promedio mensual de 2001, las salidas fueron cuatro veces más. Desde Ezeiza se fueron (y no regresaron) 23.198 personas contra las 62.880 que lo hicieron a lo largo de todo el año pasado. Otro dato que muestra la fuga: la masa de argentinos con destino a Italia creció casi 1000 por ciento en un año, y en medio de un proceso que se aceleró furiosamente desde la crisis de diciembre. Para Argentina, como para cualquier país, estos números son desorbitantes: la emigración empieza a ser una cuestión cultural sobre todo entre los jóvenes.
Lelio Mármora es director de la Maestría de Políticas de Migraciones Internacionales y desde hace tiempo sigue de cerca este proceso que no deja de asombrarlo. En ninguna de las cuatro emigraciones masivas que tuvo el país, dice, hubo una tasa de desempleo tan alta como en este momento. Junto a ese detalle que se considera determinante en toda esta fuga, se conjugan otros temas donde entran en juego los medios de comunicación. Para Mármora los medios “son un incentivo permanente: instalan como moda que la única salida está en Ezeiza”.
Un dato ilumina las dimensiones de este fenómeno: la población de argentinos que vive fuera del país. Ese “stock” es de 600 mil personas, y es el resultado de cincuenta años de crecimiento. Ahora, en algo más de dos años, se fueron unos 160 mil: una tercera parte de ese total que llevó décadas. Y si esa tendencia continúa también este año, tal como está previsto, en poco tiempo se habría duplicado los “expatriados”.
La lógica de una moda no basta para entender la salida de cerebros y de recursos que es tan profunda como la de Europa en los tiempos de la guerra o la que siguió a la caída del Muro. Se trata de fenómenos de emigración masiva, donde a lo largo de períodos más o menos cortos se puede perder hasta un 3 por ciento de su población, y Argentina se encamina hacia ese estado.
En este caso el movimiento se concentra sobre todo en un sector: “Es un típico fenómeno de clase –dice Mármora–, y en este caso de clase media: no toca a los sectores populares; es la clase media que participó y se benefició en la fiesta de los `90, se fue cayendo y ahora se quedó con los pies afuera”.
Entre los factores que activan este tipo de situaciones se cuenta la globalización además de la poderosa industria de la información: ambas cosas juegan un rol fundamental y naturalizan esta alternativa como vía de escape legítima, natural y exclusiva. Para Enrique Oteiza, especialista en demografía e investigador del Instituto Gino Germani, este proceso se va internalizando tanto como la cultura: “Cuando existen estos fenómenos de contagio –dice–, la migración se incorpora a la cultura de la juventud: la salida del país se empieza a ver como algo común, como parte de lo cotidiano”. Eso pasó, dice, durante mucho tiempo en Italia o en buena parte de los países centrales.
En este caso, la emigración se está dando especialmente entre los jóvenes más preparados y los de clase media. Aunque los destinos no siempre se repiten, existen recurrencias. Los datos de Migraciones a los que tuvo acceso en exclusivo Página/12 vuelven a mostrar que España, Italia y Estados Unidos son los más buscados entre quienes salen desde Ezeiza. Aunque no hay datos de todo el país, el flujo de los que parten desde allí suele usarse como indicador de tendencias.
El comienzo de la ola
La nueva ola de emigraciones se disparó en el 2000. En un año los que no regresaron al país pasaron de 8110 a 87.068. Esa tendencia de crecimiento se paralizó poco después por el rebote del atentado a las Torres Gemelas que frenó el tráfico aerocomercial en todo el mundo. Sin embargo, en noviembre y mientras se agudizaba la crisis institucional, los números empezaron a crecer nuevamente. En ese mes hubo 3259 argentinos que abandonaron el país y un mes más tarde eran unos 10.823 los que no volvían. Con ese aumento los que se fueron por Ezeiza, y no volvieron, sumaron en total 62.880 en todo 2001.
Pero las cifras no son tan importantes como su valor simbólico: los números muestran un aceleramiento inédito en el proceso de expulsión de argentinos. En un año se fue la misma cantidad de gente que en otra época se hubiese ido en diez años. Si las nuevas emigraciones no dejan de crecer y mantienen el ritmo actual “en dos años –anticipa Mármora– habremos duplicado el stock de argentinos expatriados”.
El problema más grave en los desplazamientos no son las dimensiones sino la velocidad. En cualquier punto del globo las migraciones suelen organizarse con tiempo y se hacen con cierta planificación. Pero en el país las cosas son distintas: “Argentina siempre tuvo una emigración por espasmos”, dice Mármora sobre el estilo tipo shock que han tenido esos flujos desde la década del 40.
Las cuatro olas de emigración fuertes que tuvo el país fueron cortas y masivas pero ninguna tuvo la amplificación de ésta ni un escenario de crisis económica parecido. La primera fue en la década del 40 y fue sucedida por otras dos de tono político: una fue durante la dictadura de Juan Carlos Onganía, cuando comenzaron las persecuciones en las universidades, y la segunda arrancó con la última dictadura militar.
La última fue durante la hiperinflación del `89 pero “esa vez la causa más fuerte fue la inseguridad que sentían los ahorristas por sus cuentas y no el tema del desempleo”, explica Mármora. En ese entonces, la tasa de desempleo era de apenas del 4 por ciento; ahora hay un 22 por ciento de desocupación que espanta a la clase media. Con este nuevo perfil de exiliados económicos, Argentina se incorpora por primera vez a un proceso que otros países conocen desde hace décadas.
Las opciones
Italia es una de las nuevas mecas buscado por ese tráfico de jóvenes que hasta ahora no parecía tan interesado en esa opción. En sólo un año los que se quedaron (es decir el saldo entre los argentinos que se fueron a ese país y los que volvieron) pasó de 592 (enero de 2001) a 5808 (enero de 2002). Si bien el flujo fue aumentando desde enero del año pasado, el Consulado italiano con base en Buenos Aires asegura que se disparó a partir del 20 de diciembre. Después de las cacerolas y de la represión se triplicó el tránsito de argentinos también en el interior del Consulado: “Hasta ese momento –dice una fuente diplomática– atendíamos 800 personas por día, pero a partir del 20 de diciembre, ese número se triplicó”.
Con Estados Unidos pasó algo parecido a fin de año. A pesar del atentado a las Torres, los argentinos volvieron a huir hacia esas tierras en el último mes. En diciembre fueron más los que entraron de ese país que los que iban, pero en enero hubo 2206 que se fueron y no regresaron.
Ni ellos, ni los españoles, ni los italianos saben cuántos son los que terminan los trámites y deciden finalmente irse del país. Los únicos datos son las carpetas de expedientes o el flujo de personas en las colas en las embajadas y en los consulados: “Pero ojo –advierten ahora en la oficina de prensa de la Embajada de España–, siempre en las vacaciones hay más gente porque tiene más tiempo para pasarse en las colas”. Esas colas, las imágenes y las historias que caen ante las cámaras de televisión y se repiten y vuelven a pasar, tienen la fuerza de una cámara puesta en primer plano: “Alimentan la psicosis colectiva –explica Mármora–, no sondeterminantes ni mucho menos, pero intervienen y fomentan esa imagen entre la clase media”.

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