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Sociedad|Domingo, 24 de noviembre de 2013
Reportaje a Héctor Anabitarte, uno de los fundadores del Frente de Liberación Homosexual

La huella de un pionero

Este jueves volvió a la Plaza de Mayo una bandera que se estrenó ahí el 25 de mayo de 1973, en la asunción de Cámpora, y presentaba al FLH, un puñado de audaces que señalaba una opresión todavía silenciada. Cuarenta años después, fueron homenajeados por la Secretaría de Derechos Humanos.

Por Marta Dillon
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Y volvieron a pisar las calles nuevamente. Y aunque esté seca la sangre que las cubrió alguna vez, las cicatrices todavía hablan de lo que fue y merecen la caricia del homenaje. El jueves, la bandera del Frente de Liberación Homosexual que hizo su primera aparición pública en la Plaza de Mayo, el 25 de mayo de 1973, volvió a campear en la ronda de las Madres como primera acción de un homenaje a un puñado de hombres y todavía menos mujeres que aun en la primavera camporista fueron humillados por propios y ajenos. Propios, los que marchaban codo a codo en una efervescencia de la lucha anticapitalista, de liberación a la que el FLH pretendía aportar desde su identidad, con la conciencia del oprimido buscando romper con todas las opresiones; ajenos, para qué nombrarlos, ahí no hay contradicciones. Sí en cambio es necesario recordar cómo se imprimió en el cuerpo de los audaces ese canto que recorría las columnas de los jóvenes revolucionarios: “No somos putos, no somos faloperos...”, o la marginación a la que eran sometidos quienes tenían el tupé de reconocerse en una sexualidad disidente, los militantes de todos los partidos de izquierda. El viernes, en el final del homenaje al FLH que organizó la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, a través de la Subsecretaría de Promoción de Derechos Humanos, Jorge Giacosa, uno de los pocos sobrevivientes de esa experiencia, dijo que él fue “un adolescente que pensó en el suicidio por ser quien era, y cuando quise sumarme a las luchas populares era el pueblo el que me rechazaba”. Por eso el homenaje, además de un ejercicio de memoria bajo la consigna “Las luchas de ayer garantizan los derechos de hoy”, tuvo mucho de desagravio, de reconocimiento de esa huella que ellos marcaron, que otros profundizaron y que tantos más transitan ahora con soltura, amparados por derechos que en épocas del FLH ni siquiera eran utopías.

Héctor Anabitarte es uno de esos pioneros. Delegado del sindicato de correos desde muy joven y militante del Partido Comunista, tuvo la osadía de pensar, cuando promediaba la década del ’60, que ser “homosexual” no era un hábito privado, sino una identidad que merecía la pena defender. Lo comunicó por carta a su partido, fue aislado de toda responsabilidad aun cuando era un cuadro medio y se lo mandó a hacer terapia como si estuviera enfermo. En los ’70 fundó, en alianza con intelectuales como Juan José Sebreli, Néstor Perlongher, Blas Matamoro y otros, en alianza con la Unión de Mujeres Feministas, el Frente de Liberación Homosexual. En 1977, como tantos, tuvo que exiliarse. Todavía vive en España donde nunca dejó de militar, desde su identidad, no sólo como homosexual, sino como oprimido. Emocionado al punto de no poder leer ni siquiera sus apuntes de agradecimiento, Anabitarte, de todos modos, suelta su risa como una resistencia tenaz y sostenida. Y cuenta su historia, nuestra historia.

–¿Esperaba este homenaje?

–No sé si lo esperaba, pero entra dentro de la lógica. Hay que recordar que, como decía George Orwell, quien domina el pasado domina el futuro, pero quien domina el presente, domina el pasado; por eso hay que estar siempre alerta para que no nos quiten lo que hemos avanzado. De todos modos, quiero decir también que no somos de mármol, puedes pellizcarme y te vas a dar cuenta. Aunque ya esté mayor y tenga que aguantar el tipo (se ríe). Pero estoy emocionado, claro que sí, por mí y por todos los que no están. Imagínate que en el pequeño grupo que formamos en el ’67 ya había gente muy mayor, así que entre la represión, el sida y el tiempo; vamos quedando pocos.

–¿Cómo fue que en 1967 se les ocurre integrar un grupo para reivindicar los derechos de los homosexuales, se llamaban así entre ustedes?

–Putos, maricas, homosexuales, nos movíamos un poco entre esos motes, aunque con mucha clandestinidad. Pero en cuanto a cómo se nos ocurrió pedir nuestras reivindicaciones, era algo propio de la época y de nuestra experiencia. Yo fui delegado de Foecyt (el sindicato de correos) con menos de 20 años, y en la lista opositora a UPCN había otro homosexual en Lomas de Zamora al que reconocí no sabría decirte cómo, sería la forma de hablar, qué se yo, y con él empezamos a conversar en nuestro lenguaje que era el de la demanda y la reivindicación

–¿Cuál era la principal reivindicación entonces?

–Nuestra reivindicación principal era contra los edictos policiales y por los que estaban en Devoto por culpa de los edictos, eso era realmente lo que nos importaba, para nosotros no era siquiera una utopía lo que está pasando ahora, la sociedad ha cambiado bastante, aunque no del todo, en España siguen matando mujeres, tenemos 60 o 70 mujeres muertas por año y eso tiene que ver con las opresiones que nosotros denunciábamos, la que sufren las mujeres es la misma que la que sufren los homosexuales. Hay que ver que la homosexualidad es una cosa interclasista y que está en todas partes y que recién ahora es visible.

–¿Cómo era la vida social de los gays en los ’60?

–No se puede generalizar, porque una cosa era la vida social y el ambiente en el que se movía Sebreli o Pepe Bianco o Manuel Puig o Blas Matamoros o mismo Néstor Perlongher, que era más joven, trotskista y de Filosofía y Letras, que era un ambiente completamente distinto. No- sotros, el grupo que se formó en el ’67, que llamamos Nuestro Mundo, éramos trabajadores de clase media tirando a baja. Y nuestra vida social era clandestina, cuidábamos de pasar desapercibidos. Al punto que me acuerdo que nuestras primeras reuniones fueron en Lomas de Zamora, en un conventillo de clase media desde nos llevaron todos presos una vez porque nos reuníamos en la cocina y una vecina nos había denunciado pensando que jugábamos por dinero. ¡Pasamos toda la noche en la comisaría y no se dieron cuenta de ninguna otra cosa! (risas).

–¿Quiénes integraban ese primer grupo?

–La mayoría éramos empleados de correos, había también un compañero que vendía máquinas de escribir y era casado y con hijos, otro vendedor de seguros, eran realidades complejas de las que recién se puede hablar ahora...

–Ni hablar de salir del closet.

–Jamás, lo ocultábamos, creo que los que salían eran los que no tenían nada que perder, o travestis que eran muy provocadoras. Ahora, el Correo Central era muy paradójico, eh, una cosa que es para escribir un libro solamente del Correo Central. Había bastante gente gay, aunque es lógico porque éramos diez mil trabajadores, pero había algunos muy visibles. En el sexto piso, donde además estaba la cafetería, me acuerdo que había uno muy jovencito, con el guardapolvo, que llegaba del brazo de un compañero y era una mujer, una mujer. Había varios muy provocadores, era un escándalo.

–¿Y los jefes qué decían?

–No mucho. No sé por qué. Incluso tuvimos uno que cambió de sexo con el doctor De Facio, que fue preso por esa operación. Este chico, también tucumano, pidió tres meses de excedencia en el correo y un buen día aparece de mujer, va a ver a su jefe, se cruza de piernas delante de él y pide que lo reingresen. Mirá, eso pasó en la quinta planta que había cientos de telegrafistas, por ahí pasaba el corazón de las comunicaciones del país en aquella época, que se detuvieron. Paró toda la planta (se ríe) y lo readmitieron.

–¿Pararon en solidaridad para que lo readmitieran?

–Yo creo que pararon por el asombro, pero funcionó igual. Recién cuando llegó Onganía agarraron a los homosexuales más escandalosos y los mandaron a la sección del correo que está en el Congreso.

–¿Por qué?

–Porque al haber golpe de Estado el Congreso no funcionaba y no hay público, y ahí estaban. ¡Habían hecho un cabaret de la sucursal de Correos! Pero cuando llegó la democracia, los senadores y diputados iban a esa sucursal y cuando oían alguna sirena siempre había alguno que gritaba “¡vienen por nosotras!” Tiene su gracia, porque en medio de la represión y todo, solemos ser gente con bastante humor, quizá recurrimos al humor como lo hacen los judíos, el humor judío es tremendo. Como la compañera trans (en referencia a Lohana Berkins) que habló en la marcha, es una profesional, es un cuadro y es graciosa.

–¿Y en la intimidad, a nivel personal, era conflictivo reconocerse en esa identidad?

–Era muy conflictivo, hay que ubicarse en la época. Eramos no-sotros mismos los que teníamos dudas, el problema no es simplemente que los demás te rechazan, el problema peor es cuánto tú te odias. Y eso no se ha detenido. En Aranjuez hace pocos días, un chico de 24 años se suicidó, no tanto por su familia, o además que por eso, porque él no toleraba ser quién era, hacerle daño a la familia. Y entonces, en aquella época también pesaba mucho el deseo de tener hijos, de tener que encuadrar en la familia tradicional ¿no? Ahora, lo que yo dije en la plaza, es que uno de los méritos del FLH era también nuestra inconciencia. Porque estábamos solos, no nos quería nadie.

–Vos, de hecho, escribiste una carta a la conducción del Partido Comunista donde militabas...

Y me apartaron. En algunos libros dice que me expulsaron, no es cierto. Yo en ese momento era una cuadro medio, estaba en la Fede (Federación Juvenil Comunista) y era uno de los pocos delegados sindicales que tenía la Fede, porque representábamos a la clase obrera, pero ella en general no se enteraba. Entonces bueno, mandé una carta a la dirección de la juventud para que se hablara del tema de la homosexualidad.

–Te respondieron?

–Me quitaron toda responsabilidad dentro de la organización, lo cual era muy fácil porque como éramos clandestinos, no tenía un local donde ir, no tenía contactos, todos son nombres falsos y te aíslan muy fácil. Y además me mandaron a un psiquiatra. Un hombre encantador, pero pensaba que la Unión Soviética era psicoterapéutica en sí misma ¡ojo! que tiene tela... El venía de allí y estaba fascinado, creía que la URSS curaba por su sola existencia. Era como un católico que dice que ve al Papa en Roma y se produce el milagro (risas).

–¿Te querían mandar a la URSS?

–No, no, me mandaron a la sede del partido en el Correo, porque yo había estado muchos años. Y nadie me dio ninguna tarea de nada, con lo cuál, quedé afuera. La expulsión suena más rocambolesco, pero lo que hubo fue un pacto de silencio y un exilio.

–¿Y cómo lo viviste?

–Muy mal. Imagínate que yo era un militante obsesivo, no- sotros éramos militantes de tiempo completo, de todos los días. Era una cosa enfermiza, reuniones, juntadas de dinero para Cuba, para Nicaragua, para Vietnam, vender la revista... nosotros éramos, ¡testigos de Jehová!, no parábamos nunca. Y entonces, claro, de repente toda la vida se te derrumba. Y además tenía muchos amigos ahí.

–¿Y también te aislaron?

–Sí, la disciplina estaba ante todo, era espantoso.

–En los ’70 confluye Nuestro Mundo con otros grupos y forman el FLH, ¿cómo es que ese grupo de delegados sindicales y trabajadores del conurbano llega a trabar relación con intelectuales como Sebreli, Manuel Puig o Pepe Bianco e incluso el grupo de Filosofía y Letras donde estaba Néstor Perlongher?

–Juan José Hernández fue el puente, el gran poeta tucumano. Cuando el grupo empieza a consolidarse a alguien se le ocurre llamarlo, y lo vimos y nos conecta con Blas Matamoro y los demás. Me acuerdo que Pepe Bianco decía que era un completo disparate hacer un grupo militante de homosexuales, pero igual estaba metido en la historia. Juan José Hernández era muy peculiar, no fue nunca militante de nada en sentido estricto, pero era la persona que sabía vincular unos con otros. Me llamaba todo el tiempo para presentarnos a alguien, lo que era muy importante, pero no le pidas que esté en manifestaciones ni que escriba panfletos, no le importaba, pero su papel fue fundamental.

–¿Cuáles eran las lecturas del grupo Nuestro Mundo?

–Con Nuestro Mundo, prácticamente ninguna, porque nadie sabía inglés, que era fundamental. Sólo teníamos vinculación con Armand de Fluviá, un catalán, que en la época de Franco hizo un recurso contra la ley aquella de peligrosidad social que metía a los homosexuales en la cárcel y podían tenerte reeducándote meses. En el ’69, José viaja becado a Estados Unidos y nos trae una octavilla que recogió en la calle después de los disturbios de ese bar, Stonewall, que también nos sirvió de mucho. Entonces empezamos un poco a vincularnos. Y Pepe Bianco nos tradujo el documento de los Panteras Negras, que es histórico, porque eran bien machistas y reconocían a los homosexuales. Escrito en un inglés difícil, porque era con el lenguaje de estos negros que me acuerdo que a Pepe le costó muchísimo traducir cuatro folios.

–¿Y cómo fue para un comunista como vos relacionarte con un trotskista que quería unirse al peronismo como Perlongher?

–Sí, él era trotskista, pero sobre todo era de Filosofía y Letras que era cualquier cosa, se armaban grupos para defender a un chino de quien ni siquiera se sabía el nombre. Yo creo que es un error de Néstor pensar que en aquellas circunstancias, adentrándose en el movimiento peronista se podía dar una alianza, no. En ese momento, no.

–¿Pero tuvieron reuniones?

–No, oficialmente no. La única reunión oficial la tuvimos con Nahuel Moreno, del Partido Socialista de los Trabajadores, influenciado por los franceses tenía una actitud de comprensión para nosotros. Gente de su partido se incorporó al frente, pero todo tenía que ser clandestino, que ni su propia gente se enterara. Entonces teníamos, en un local, en un momento de legalidad, una habitación que nos prestaron para que nos reuniéramos. Pero había un cartel que decía “No pasar”, nadie podía saber lo que pasaba ahí dentro y eso era en el partido más abierto de todos.

–Dada esa situación tan dura, escribir la palabra “amor” en la bandera de un grupo homosexual era toda una osadía, ¿cómo fue que se decidieron por esa consigna?

–La verdad que sí fue osado. Yo lo discutí mucho, eran más bien ideas de Néstor (Perlongher). Era una frase de la marcha peronista, pero como estrategia fue un disparate. Miles de Montoneros gritaban “no somos putos, no somos faloperos”, y no-sotros ahí paraditos

–¿Y cómo se escuchaba ese canto?

–Era duro, era el pueblo que nos rechazaba. Pero también era como la confirmación de que nos habíamos equivocado. Porque no hay buenos muy buenos y malos muy malos, eso lo puedes decir ahora. Es como el Che Guevara, más errores no pudo haber cometido, todo lo hizo absolutamente al revés, lo de Africa, lo de Bolivia, y seguimos con su remera puesta. Muy majo el muchacho, pero con una homofobia más fuerte que todo. Y eso hay que contarlo bien, para no intoxicarnos. Ahora parece que está todo bien, los peronistas presentes y tal, pero hay que recordar que el PC tenía una homofobia insoportable, igual que el ERP y Montoneros, eran de un puritanismo espantoso y conviene contar estas cosas porque si no, no se entiende nada.

–Pero ustedes estaban convencidos, que desde la identidad homosexual se podía aportar a la lucha anticapitalista.

–Sí, esa ingenuidad teníamos. Porque cuando tú tomas conciencia de que has sido marginado, humillado, eso te ayuda a analizar otras discriminaciones, otros sometimientos. Los que quieren conservar el poder te limitan económicamente, sexualmente, te van mutilando por todas partes y lo que buscan es obediencia y sumisión. Como lo que decía Perón: “De casa al trabajo y del trabajo a casa”, vamos, que el compañero Perón tenía sus frases interesantes.

–¿Cómo viviste la crisis del sida después de esta militancia tan politizada?

–Es que para algunas personas la militancia es una adicción. Siempre estuve vinculado a los grupos gays, pero desde Amnistía Internacional. Y, claro, cuando tomamos contacto con los primeros casos de sida, en el año ’83, cuando todavía no sabíamos casi nada, en el hospital de Barcelona se empiezan a poner carteles de “No pasar”, como si fuera la peste negra. Y lo cierto es que el movimiento ciudadano antisida de España empieza con nosotros, con argentinos, porque somos de un protagonismo... (se ríe). Empezamos a organizarnos y formamos comités en cada provincia, con nuestras reivindicaciones, a hablar del condón, que tenía muchas resistencias en España, porque había estado prohibido en la época de Franco y no sabían ni cómo fabricarlo, no había normativa escrita para hacerlos, y en eso estuvimos. Finalmente creamos la fundación antisida, con la infanta Isabel como nuestra madrina. Néstor (Perlongher) no lo hubiera entendido, pero era tal el rechazo que teníamos que correrlos por derecha para tener un paraguas.

–¿Se te han muerto muchos amigos?

–Bastantes. Martín Bartolomé, que era el novio de Blas Matamoro. Eduardo Todesca, sí, mucha gente. Sobrevivimos, pero realmente fue muy duro, era gente joven. Atacó la omnipotencia y no salimos los mismos, fue una bofetada.

–¿Tuviste miedo?

–No, después de tantos miedos, mirá si le iba a temer a un retrovirus. Como militante supe de inmediato cómo se transmitía.

–¿Ahora tenés alguna militancia?

–Claro, si es una adicción (se ríe). Nosotros tenemos una fundación, Hombro con hombro, que trabaja por los derechos de los migrantes y soy miembro del Partido Socialista, ya he sido candidato a concejal dos veces, soy de UGT –la central sindical–, el sida; sí, vicio, como un cocainómano, no puedo dejar la militancia. Además está el desafío de educar. A nosotros nos llaman de las escuelas para hablar de sida, damos una charla de 45 minutos y te vas contento. No sirve para nada. La educación sexual es algo de todos los días. No es información lo que necesitan, sino educación. Hay que empezar desde muy jóvenes, porque entre los niños y niñas ya hay homosexuales, lesbianas y trans. Eso de que la orientación sexual viene más tarde es mentira, yo recuerdo mis fantasías homosexuales a los ocho años y no conocía ni un sólo homosexual.

–¿Y con qué fantaseabas?

–Bueno, la tenía muy escondida porque, sin saber nada, sabía que había que ocultarla: una foto a color –que había recortado de una revista– de un policía montada de Canadá.

Y por supuesto son las carcajadas las que ponen punto final a la entrevista.

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