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Sociedad|Jueves, 28 de noviembre de 2013
El mítico hotel Llao Llao de Bariloche cumple 75 años

Un aniversario de lujo

El edificio fue inaugurado en 1938. Tuvo una historia de incendios y abandonos. Ahora es un imán internacional para el turismo top. Ayer hubo celebración de día y de noche.

Por Soledad Vallejos
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Desde San Carlos de Bariloche

El sol volvía metalizadas las aguas azul profundo del lago Nahuel Huapi. Había viento y Modesta Victoria, el barco histórico que supo surcar las olitas llevando a Farah Diba, el Che Guevara, Bill Clinton y otras celebridades, navegaba pobladísimo. Hacía media hora, la nave había zarpado de Puerto Pañuelo, en la falda del hotel Llao Llao, cargada de mujeres de largo, hombres de elegante sport y guardaparques vestidos con trajes históricos. Hasta la cubierta llegaba la voz del locutor del paseo, exaltado: “Disfrutamos de la tarde, del sol y del cóctel”, dijo. Alguien brindó. Así empezaba ayer, poco antes de la caída del sol, la celebración por los últimos 75 años de este rincón del mundo en el que el perito Moreno dio el puntapié para los Parques Nacionales, y los hermanos Exequiel y Alejandro Bustillo inventaron el turismo patagónico. Las mujeres habían subido al barco de largo porque la velada recién comenzaba; al descender, otra vez en Puerto Pañuelo, las combis llegaban al Llao Llao. Los brindis recién comenzaban. Para celebrar los tres cuartos de siglo, la bartender Inés de los Santos abría la barra, y el ministro de Turismo, Enrique Meyer, celebraba la ocasión, entregando reconocimiento de Marca País al hotel y el barco.

Pasadas las seis y media de la tarde, los invitados iban subiendo al Modesta Victoria al ritmo de una banda musical de hombres trajeados en un blanco impoluto, imposible. Era la banda de la Escuela Militar de Montaña, que amenizaba el camino de la alfombra roja con versiones instrumentales de canciones de Carlos Baute. La nave estaba por zarpar en un recorrido que recordaba toda su historia. Por las distintas cubiertas paseaban cinco miembros de Parques Nacionales, vistiendo trajes históricos, sombreros y sonrisa permanente, como las bromas que se hacían entre ellos. En la cabina de mando, el capitán sonreía a cada intruso que, intempestivamente, irrumpía en su lugar sagrado para tomar una foto. El locutor anunciaba por altoparlantes que, al pasar por la Isla Centinela, como siempre, habría un minuto de silencio, un homenaje al perito Pascasio Moreno. Fue suya la culpa, recordó, de que la Argentina tuviera Parques Nacionales: a principios del siglo XX, por los trabajos realizados en la Patagonia, recibió en pago 7500 hectáreas de la zona, pero las donó. Ese gesto pionero fue el primer ladrillo de los Parques Nacionales, que tendrían su ley recién entrada la década del ’30, a instancias de Exequiel Bustillo. Fue también él, pensando en fomentar el turismo en la zona, pero particularmente el de 5 estrellas, quien propuso a su hermano arquitecto hacer pie con un hotel soñado.

Al despuntar 1938 se inauguró oficialmente el Llao Llao. Era un lujo imposible: abierto al lago, rodeado de bosques, con todas las comodidades del momento. Año y medio después se incendió. En un año, Bustillo lo había reconstruido, literalmente, de sus cenizas. Aquí sigue. Para la temporada de verano de 1940-1941, los grandes nombres del capital argentino, como Alfredo Fortabat –y su primera esposa– volvieron a ser habitués. Llegar desde Buenos Aires era parte del lujo: apenas reservada la habitación en el hotel, al afortunado se le cedía automáticamente un camarote ad hoc en el tren que salía desde la ciudad, y siempre era invitado a surcar el lago a bordo del Modesta Victoria.

Esta tarde de noviembre de 2013, la nave va, otra vez, por las aguas. Lo recordará en un rato, al micrófono, el hombre a quien el locutor presenta como “capitán e historiador”: Carlos Solari. Autor de un libro sobre la historia de las Modesta Victoria que conocieron el lago, Solari recordó para los paseantes que Bustillo quiso que su hotel tuviera una embarcación a su altura. Era la época de los buques de pasajeros de lujo. Aprovechó el cambio: mandó a hacer uno en Holanda. Pidió herrajes de bronce, pisos de teca, tulipas de alabastro. En el país de los tulipanes lo hicieron, lo probaron y lo desarmaron para que atravesara el océano, convertido en colección de piezas, en barco. En Bariloche fue rearmado. Pasaron 75 años desde su botadura. Modesta Victoria sobrevivió un incendio voraz que arrasó con el puerto en 1958 y al tsunami en el lago de 1960. “Y no está viejo, está cada vez mejor”, dijo Solari, arrebatado de amor.

La sirena sonó ante la Isla Centinela. Los guardaparques formaron fila de frente a ese montón de tierra y árboles verdísimos, ante la bandera, ante la cruz que indica dónde yacen los restos del perito Moreno. Hubo un minuto de silencio que el presidente de Parques Nacionales, Carlos Corvalán, cumplió desde la cabina del capitán. A la izquierda del Modesta Victoria, desde un catamarán, la banda de la Escuela Militar de Montaña arremetía una marcha militar. Pocos kilómetros más allá, mientras el sol bajaba pero no huía, el Llao Llao se preparaba para la gran fiesta.

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