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Sociedad|Jueves, 2 de enero de 2014
Miles de personas recibieron el año compartiendo tragos junto al mar

No hace falta conocerse para celebrar

Pocos restaurantes abrieron las puertas el 31 a la noche y la mayoría lo hizo con precios exorbitantes. Muchos optaron por llevar comida junto al mar y confraternizar con otros, sin tener ningún trato previo.

Por Carlos Rodríguez
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Ayer, después del mediodía, se nubló, pero las playas siguieron llenas.

Desde Mar del Plata

La ciudad comenzó a moverse ayer recién al mediodía, con la modorra previsible después de una medianoche –la última de 2013– y una madrugada que en muchos casos se prolongó hasta el alba, entre brindis, paseos por la costa, bailes, fuegos de artificio y algunos contrastes en medio de tanto jolgorio. Mientras las autoridades locales auguran un enero “excepcional” desde el punto de vista de la actividad turística, el cierre de 2013 fue bueno, aunque en el centro y en los sitios más concurridos no se advirtió la euforia de años anteriores. Los pocos restaurantes que abrieron sus puertas en la noche de Año Nuevo tuvieron una clientela aceptable, a pesar de que el costo de una cena oscilaba entre los 220 y 600 pesos, por persona, incluyendo a muchos “comederos” autoservicio que en fechas “normales” cobran la tercera parte de esos valores. Por esa razón, muchos optaron por comidas caseras o fiambre surtido, movilizando sillas, mesas y cubiertos a la orilla del mar.

El 2013 se despidió con una noche estupenda, alumbrada por las estrellas y los fuegos artificiales, sin vientos y un mar que era “una pileta”, por lo sereno, según definió María del Carmen, una porteña de Caballito que se vino con sus hijos y su marido “huyendo del calor y de los cortes de luz” que oscurecieron los festejos en la Capital Federal y el conurbano. La temperatura, en el primer día de 2014, fue generosa con los veraneantes hasta pasado el mediodía, cuando llegó a rondar los 28 grados, pero después el cielo adquirió una tonalidad gris carente de sol, aunque las playas siguieron llenas, como si nada hubiera sucedido.

En la tarde-noche del 31 de diciembre, las calles se llenaron de una multitud que arrasaba negocios en busca de regalos, comidas y bebidas. Familias enteras deambularon en busca de restaurantes que abrieran sus puertas siguiendo el criterio que marcan las listas de precios de todo el año, pero los que cargaban con muchos hijos y entenados salían decepcionados, incluso de los lugares donde siempre hay precios a los que se llama “populares”. Martín Prieto, su esposa, una pareja amiga, y cinco hijos repartidos entre los dos matrimonios, pudieron negociar un módico precio de “140 pesos por cabeza”, luego de convencer a los dueños de un boliche de segunda línea, sobre la calle San Martín, que cobraba 220 por persona a cara de perro. “Tuvimos que jurar que los chicos son gorditos porque comen mucha pasta”, bromeó Martín. El grupo seguía contando los billetes, para saber si el “despilfarro” le robó días de vacaciones.

Cerca de la medianoche, cuando todos buscan reunirse con la familia y los amigos, la ciudad empezó a mostrar ciertas caras que duelen todo el año, pero que para algunos se hacen más evidentes para las fiestas de fin de año. Un hombre de unos 30 años apuraba a dos manos una pizza chica, de muzzarella, que otras manos piadosas le acercaron como regalo. Otro hombre, que rozaba los 70, agradeció con una sonrisa y un “feliz Año Nuevo”, un paquetito que guardaba algunos panes y unas fetas de fiambre que sobraron de la cena modesta por la que optó un pareja de Lomas de Zamora, que “ni locos” pagaban 450 pesos “para comer en un restaurante chino lo que mañana vamos a comer por 100 pesos por cabeza”. Gracias a la gentileza, el hombre de la barba y la sonrisa presta dejó de revolver la basura, al menos por una noche.

Otras personas, como Rosario, una mujer de 68 años que vive en el barrio porteño de Almagro, llevaban el dolor de la ausencia. Ella llegó sola pero muy entera, a las escalinatas que hay frente al Torreón, para ver de cerca los fuegos artificiales. La familia de Mabel (marido y dos hijos) la recibió como a una abuela y todos terminaron brindando con champán servido “en copas de vidrio, como corresponde”. El arsenal de pirotecnia en el Torreón se acabó temprano, pero por varias horas más siguió la lluvia de colores en Playa Grande, La Perla y otros lugares de la costa marplatense. En la rambla cercana al Hotel Provincial, un mar de jóvenes vestidos de blanco conversaron, bailaron, se divirtieron en grande. El mendocino Lucas fue quien le explicó a Página/12 las razones del atuendo que los identificaba: “Es una señal para reconocernos entre nosotros porque somos estudiantes secundarios recién egresados de escuelas de San Luis, San Juan, La Pampa, Tucumán, Río Negro, Neuquén y otras provincias, que vinimos de viaje a Mar del Plata y ésta es una manera de juntarnos, de conocernos, de terminar el año juntos”. A 500 metros de allí, en la Bristol, centenares de personas de todas las edades, procedentes de distintos puntos de la Argentina, vestidos con ropas multicolores, también confraternizan e intercambian tragos, sin tener ningún trato previo y sin que los moviera una experiencia común. “Si nos juntáramos así todo el año, tal vez nos iría mejor a todos y al país”, reflexiona Mateo Rojas, oriundo de Villa Ballester, mientras repite la consigna “amor y paz”. Y empuja la idea con un buche de cerveza.

Sobre el Boulevard Marítimo, cerca del Hotel Hermitage, mucha gente se arremolinó para dialogar o mirar a un hombre que se había encadenado, en forma simbólica, con grilletes de plástico de color rojo. Mostraba una foto del gobernador bonaerense, Daniel Scioli, a quien le pedía una audiencia para plantearle su problema. Enrique Kohnen es un ex empleado del Casino Central de Mar del Plata. “Tengo 55 años y trabajé en casinos durante 34 años; me echaron por haber denunciado hechos de corrupción y estoy pidiendo a las autoridades que escuchen mi caso porque es una injusticia lo que me han hecho”. Sobre la calle, haciendo sonar sus bocinas o deseando un feliz año, miles de personas se comunicaron, se saludaron sin siquiera conocerse. La mayoría recibió el año con alegría, mientras que otros no pudieron escaparle a una realidad que no sabe de años nuevos.

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