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Sociedad|Lunes, 16 de marzo de 2015
Una comunicadora social recuperó tradiciones originarias de la comunidad de Pinamar

Una historia que rescata la diversidad

Mariana Dufour rescató durante 25 años, de las escuelas públicas de Pinamar, costumbres, herramientas e historias de la comunidad local con raíces aymara, quechua, guaraní y afro. La experiencia terminó abruptamente. Su trabajo fue editado en España.

Por Mariana Carbajal
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Mariana Dufour interrumpió sus trabajos por una inspectora que dijo que en Pinamar no había quechuas.

A los 19 años, Mariana Dufour recibió de regalo un casete de Taki Ongoy, el álbum que acababa de editar Víctor Heredia, con canciones y narraciones que cuentan la historia de los pueblos originarios de América desde la perspectiva indígena en la lucha por su identidad y libertad. Corría el año 1986. “Ese casete me hizo ver que había una historia que nadie me había contado”, recuerda Dufour. Casi una década más tarde, aquella semilla floreció. En 1999, como asistente educacional y comunicadora social, empezó a trabajar la currícula escolar desde la cosmovisión de los pueblos originarios en escuelas públicas de la ciudad de Pinamar, donde descubrió que se mezclaban hijos e hijas de migrantes de países limítrofes y de otras provincias, cuya lengua materna era el aymara, el quechua o el guaraní. Dufour plasmó esa original experiencia, que se extendió por unos diez años, en el libro Diversidad, una herramienta pedagógica privilegiada. Educación intercultural para una escuela multicultural, recientemente editado por la Editorial Académica Española (del Grupo Empresarial Omni Scriptum GmbH & Co). En una entrevista a Página/12, la autora detalló los logros de una propuesta local que se proyecta al país.

Es el segundo libro de Dufour sobre aquella labor pedagógica y comunitaria, que desplegó en aulas de Pinamar hasta 2009. Cuenta que el proyecto se truncó cuando a la nueva inspectora de escuelas de la región le resultó incómodo reconocer la presencia de alumnas y alumnos de pueblos originarios o descendientes de inmigrantes en las aulas de una ciudad balnearia, más conocida por sus playas y casonas de veraneantes de sectores medios acomodados. El primer libro, que se convirtió en guía fundamental para llevar adelante su propuesta, fue Rabo de nube, un puente entre culturas, editado en 2006 por el Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la Nación, durante la gestión de Daniel Filmus, junto a la Dirección General de Cultura y Educación de la provincia de Buenos Aires, en tiempos de Adriana Puiggrós. “El interés de ambos ministerios en fortalecer nuestra experiencia tuvo que ver con que la composición social de las aulas de Pinamar, finalmente, refleja la de tantas escuelas del país”, señaló Dufour, ahora con 50 años, y viviendo en la ciudad de Buenos Aires, adonde llegó tras quedarse sin trabajo en la costa.

Paradójicamente fue una editorial española la que la llamó para que escribiera sobre el programa educativo intercultural que desarrolló por aquellos años. Ella ya tenía los textos porque iban a ser publicados en su momento, pero los fondos oficiales prometidos, dice, nunca llegaron. Así que revisó los manuscritos, los actualizó y los envió: el libro se publicó en España en los últimos meses de 2014. “El objetivo de la propuesta es trabajar toda la currícula escolar a partir de la cosmovisión de los pueblos originarios de lo que hoy llamamos Argentina y de los afrodescendientes, en íntima relación con la cultura del hombre urbano, criollo, descendiente del europeo. Este libro, como el anterior, brinda herramientas pedagógicas para que el docente pueda construir una ‘nueva’ vía de acceso al conocimiento. Tanto las ciencias sociales, naturales y exactas como la literatura, las artes, la matemática, etcétera, plantean un interesante desafío para trabajar desde la interculturalidad, ya que ellas se desarrollan en relación con las diferentes filosofías aborígenes y afro. Es fundamental que, de una buena vez, nuestra escuela ubique los conocimientos a un mismo nivel, los trabaje y los discuta desde una misma actitud de respeto y valoración”, dice Dufour. Sueña con que su experiencia no quede en papeles y se multiplique y replique por todo el país.

La población de Pinamar, señala, tiene alrededor de un 10 por ciento de extranjeros, la mayoría provenientes de Bolivia, pero también de Paraguay, Chile, Uruguay y Perú. Y también hay migrantes de otras provincias. “Vas caminando y escuchás aymara, quechua, guaraní, en los supermercados, en las obras”, describe. La mayoría de las familias migrantes llegó y se instaló atraída por el trabajo en el sector de la construcción años atrás, pero ya han desarrollado emprendimientos en otros rubros como el comercio, detalla. Ella también es migrante interna: llegó a Pinamar con 24 años, su marido en aquel entonces y dos hijas pequeñas. “Nos fuimos con una carpa, a un lote que habíamos comprado en Valeria del Mar. Pagamos la primera cuota y nos instalamos ahí y fuimos levantando nosotros dos la casa”, recuerda. Dejó en Buenos Aires una carrera de Psicología que estaba por terminar. Y entró a trabajar en escuelas de Pinamar como asistente educacional. Así descubrió la multiculturalidad de sus aulas y la resistencia y hasta rechazo, dice, de algunas docentes frente a los hijos de inmigrantes latinoamericanos. “Fui conociendo esa realidad. Y se me ocurrió hacer un programa de radio, al que le puse el nombre de una canción de Silvio Rodríguez, ‘Rabo de nube’, que salía por las noches, primero en Radio Zeta. Contaba cuentos, leyendas y mitos de pueblos originarios, dirigido a chicos para que escucharan sus historias, las que habían dejado en los lugares de donde provenían sus familias, sus provincias, sus países. Pero tuvo mucha repercusión entre los papás y las mamás”, destaca Dufour. Aquel programa se emitió entre 1996 y 1998. Después, empezó a trabajar la currícula escolar desde la cosmovisión de los pueblos originarios en tres escuelas, la Nº 1, la 3 y la 4 de Pinamar. “Iba sistematizando el trabajo, corrigiéndolo y ampliándolo, a partir de la misma experiencia. En 2006, después de seis años de implementación, el Ministerio de Educación de la Nación se interesó para publicar mi primer libro, con los apuntes que iba corrigiendo en base a la experiencia en las aulas. Pero les planteé que sin capacitación docente el libro no servía. Entonces presenté el proyecto ante la Dirección General de Escuelas de la provincia y se aprobó la incorporación de la capacitación en este tema, que se hizo por tres años en el Instituto de Formación Docente Gabriela Mistral, de Pinamar, del 2006 al 2008, donde participaron docentes de toda la zona de la costa bonaerense. Hasta que en 2009 se interrumpe porque la inspectora de aquel momento me dice que no había descendientes de pueblos originarios en Pinamar”, lamenta Dufour.

A partir de su impulso, paralelamente, se empezó a realizar la ceremonia de la Pachamama desde 2004 en el municipio de Pinamar, apunta. “En la primera edición vino Víctor Heredia”, rememora con emoción. Es una fiesta que se extiende por tres días, el último fin de semana de agosto, desde el viernes por la tarde hasta el domingo. Se hace en la plaza Bolivia de Ostende. “Los primeros años la hacíamos en la escuela Nº 1 de Pinamar hasta que nos sacó la inspectora y nos fuimos a Ostende”, señala. La comunidad boliviana se fue sumando lentamente, al principio, dice ella, con cierta desconfianza. Pero el quinto año ya participó masivamente.

–¿Podría darme algunos ejemplos de cómo incorporó a la currícula la cosmovisión de los pueblos originarios?

–Hay múltiples ejemplos. Por ejemplo, se puede trabajar matemática a partir del quipus y la chakana, la cruz andina. Con la chakana se puede trabajar geometría, ciencias sociales, geografía, astronomía. A partir de las fiestas tradicionales de cada cultura se pueden trabajar los ciclos de la tierra, la producción, la geografía.

Entre las anécdotas que atesora en su memoria, de sus clases, recuerda que un día el hijo del director de una de las escuelas, que era muy callado y silencioso, entró al aula corriendo, sonriente. “La mamá le había enseñado el grito de victoria mapuche. ‘Porque yo tengo sangre mapuche’, me dice. Y le propuse que se subiera a su escritorio y lo gritara a sus compañeros. ‘Mari che hueu’, que significa ‘diez veces venceremos’. Estaba feliz.” Los chicos empezaron a pedirles a sus abuelos que les enseñaran el quechua, que lo tenían prohibido por sus padres. Terminamos haciendo un programa de radio, que se emitió por todas las radios de Pinamar, de lunes a lunes, donde ellos mismos contaban sus historias en sus lenguas maternas, quechua, aymara y guaraní. En una ciudad pequeña, la radio es muy importante. Otra cosa que se empezó a ver es que las mamás empezaron a llevar a sus bebés con aguayo, que es la tela tejida la mitad por el padre y la mitad por la madre. También fue notable cómo chicos bolivianos que antes se sentaban en el último banco de la fila, y permanecían encorvados, empezaron a erguirse al escuchar historias que conocían de sus casas. Lo que pude ver en Pinamar es que se puede trabajar toda la currícula desde nuestra cultura sin que los chicos y las chicas se aburran, porque tienen sed de conocer sus orígenes”.

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