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Sociedad|Miércoles, 3 de diciembre de 2003

Una cárcel que se cae de a poco

Técnicos del Ejército realizaron ayer una “mini-implosión” en el ex penal de Caseros. La demolición finalizará en diciembre de 2004.

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El operativo fue presenciado por vecinos de Parque Patricios.
Cemento y silencio. El cemento de un gigante de 85 metros y el silencio de ya no alojar a casi cuatro mil personas. Impresiona la estructura, inaugurada en la última dictadura militar, ya sin paredes internas, repleta de hierros retorcidos, escombros y pisos inundados: el edificio vacío de lo que supo ser la cárcel de Caseros, en el barrio porteño de Parque Patricios, fue ayer el escenario de una prueba de implosión para su demolición total, programada para el próximo año. El gigante de dos mil celdas espera convertirse en una escuela, viviendas, un centro cívico y un gran espacio verde. “Hace casi cuatro años que estamos esperando la demolición y recuperar este espacio. Luego de esta prueba esperemos no tener que esperar otros tantos años para poder disfrutar de un parque”, reclamó un vecino. El gobierno porteño prometió que la cárcel será demolida totalmente para diciembre de 2004.
En el edificio desnudo, ya si paredes internas ni muebles, funcionaba la Unidad Penitenciaria I, conocida como la “cárcel nueva” de Caseros. Ayer a la tarde, en lo que fue el segundo subsuelo y donde funcionaba la cocina, el lavadero y algunas oficinas, se realizó la “miniprueba” de implosión: “Fue perfecta. No hubo humo, no hubo vibraciones y se logró el efecto deseado”, resaltó el coronel Juan Merediz, responsable técnico del operativo. La “mini-implosión”, que consistió en la detonación de una columna de un metro de diámetro, fue realizada por técnicos del Ejército, que estará encargado de la demolición del complejo penitenciario en tres etapas. La prueba permitió calibrar los explosivos con miras a la demolición definitiva, que comenzaría en marzo próximo y finalizará en diciembre.
Entre el enjambre de funcionarios y militares hubo vecinos que desconfían, que temen que el monstruo del encierro no se vaya: “Me parece perfecto todas las pruebas que quieran hacer, pero ya vinimos como a diez visitas, los meses pasan y la cárcel siga acá”, reclamó Carlos, un vecino del lugar que estaba con su hijo.
La cárcel fue inaugurada el 23 de abril de 1979. En un primer momento fue pensada como un lugar de paso, de no más de seis meses, para los presos sin sentencia, pero nunca cumplió esa función: encerró procesados por años. En febrero de 2000 se prohibió el ingreso de nuevos internos y a fines de ese año fue trasladado el último preso. En más de dos décadas pasaron por sus celdas 80 mil reclusos. Al inicio tenía capacidad para 2000 internos en celdas individuales, pero en 1983 se crearon pabellones y la población se duplicó.
Según explicó el jefe de Gobierno porteño, Aníbal Ibarra, que disparó el detonador, la demolición de las dos torres de 23 pisos y la parte inferior se hará en tres etapas. No confirmó cuándo será el inicio, pero destacó que para diciembre de 2004 el edificio ya no estará en pie y confirmó que en el lugar construirán una escuela, un centro cívico, comercios, viviendas y espacios verdes.
La demolición tiene un costo de cinco millones y medio de pesos y será mediante la técnica de “implosión”, que implica que el edificio caiga sobre su propia base, así se amortigua el impacto. El método es el mismo que se utilizó para el Albergue Warnes, pero en la cárcel la complicación es la cercanía de viviendas (sólo una calle de por medio) y del Hospital Garrahan. Además de la gran cantidad de polvo que podría depositarse en el centro asistencial, las vibraciones podrían afectar los equipos.
El predio –ubicado entre Pichincha, 15 de Noviembre, Pasco y Rondeau– tiene 15.800 metros cuadrados. Al lado se mantendrá intacta la Unidad 16, la llamada “cárcel vieja”, de pequeña envergadura, que no será alcanzada por la implosión. Los vecinos proponen utilizar el inmueble como centro cultural.
Mientras Ibarra accionaba el detonador, la falta de paredes internas, la estructura de hormigón herida de muerte y los uniformes verde oliva dando vueltas dibujaban un paisaje de guerra o la filmación de una película bélica. Quizá por eso Roberto, un señor de unos 50 años que dijo vivir enel barrio desde que nació, advirtió: “Ojalá que esta vez la demolición comience de verdad”.

Informe: Darío Aranda.

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