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Sociedad|Domingo, 12 de junio de 2016
LA HISTORIA DE LA FERIA DE MATADEROS, QUE HOY FESTEJA SUS TREINTA AÑOS

Un poco del país en la Capital

Sara Vinocur hace un balance del evento que creó con la vuelta de la democracia para recuperar un espacio público, mostrar el país a porteños y extranjeros, y también “comer tamales y las mejores empanadas argentinas”.

Por Carlos Rodríguez
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Sara Vinocur, la creadora de una feria que sigue vigente luego de tres décadas de actividad.

Un 8 de junio, hace 30 años, una esquina del barrio de Mataderos, Avenida de los Corrales y Lisandro de la Torre, fue testigo del nacimiento de un rinconcito del interior del país en la gran ciudad. Con el tiempo, la Feria de Mataderos se fue convirtiendo en un lugar emblemático que hoy cuenta con “más de 600 puestos” que ofrecen artesanías en madera, metal, prendas realizadas en telar y una gastronomía autóctona cuyo nivel lleva a decir que allí se ofrecen “las mejores empanadas y las mejores carnes argentinas”. El lugar es un mercado a cielo abierto, sobre el asfalto, que es visitado por más de 15 mil personas cada domingo o feriado, y donde se han presentado las más grandes figuras de la música nacional, como Mercedes Sosa, Eduardo Falú, Antonio Tormo, Peteco Carabajal, el Chango Spakiuk o Víctor Heredia; también le hizo un lugar a ídolos populares como el bailantero cordobés Rodrigo, abriéndole las puertas de Buenos Aires. En las mesas comunitarias, cualquier vecino de la ciudad o visitante extranjero puede estar sentado, sin saberlo, al lado estrellas de fama mundial como Francis Ford Coppola o Peter Gabriel (ver nota aparte).

Página/12 reconstruyó la historia de la Feria de las Artesanías y Tradiciones Populares Argentinas, de la mano del relato de su creadora, Sara Vinocur, quien desde 1983, con el regreso de la democracia, viene trabajando como coordinadora de la muestra que depende del Ministerio de Cultura de la Ciudad. Ella resalta que en esa esquina de Mataderos, signada por la presencia del imponente edificio del viejo Mercado Nacional de Hacienda, inaugurado en 1890, se ha creado con el paso del tiempo “un microclima muy nuestro” ajeno a “cualquier tipo de sponsor o carteles de McDonald’s”. Subraya que allí “no hay lugar para el consumo porque te comés un tamal de parado y los chicos juegan a las carreras de embolsados”.

En la charla con Página/12, Sara Vinocur recuerda que la idea de la feria surgió “con la democracia, en los ochenta y tantos, cuando conocí Mataderos y me enamoré del edificio del Mercado Nacional de Hacienda, un lugar mágico por el cual, en esos tiempos, andaban hombres a caballo sobre el asfalto, algo que me hacía recordar mi infancia, porque hasta los 13 años me crié en el campo”, en la localidad bonaerense de San Germán, partido de Puan, en el extremo sur de la provincia de Buenos Aires, en el límite con La Pampa.

Ese día entró en el mercado porque “como no estaba privatizado, tenía las puertas abiertas y había mucha actividad porque entraba mucho ganado y el lugar funcionaba como los viejos almacenes de ramos generales, además de tener barcitos y hasta un banco”. La propuesta, que fue suya, la hizo en el marco de un programa llamado Buenos Aires, capital de las artes, creado por el entonces secretario de Cultura porteño, Mario “Pacho” O’Donnell, quien había sido designado en el cargo por el presidente Raúl Alfonsín, dado que la Ciudad de Buenos Aires todavía no había logrado su autonomía. Tiempo después, el cargo en Cultura fue ocupado por el historiador Félix Luna “quien siempre nos apoyó mucho”.

Reconoce que Mataderos “es más provincia de Buenos Aires que interior del país y lo que nosotros buscábamos era que se convirtiera en un muestrario de cada provincia argentina, pensando en los muchísimos provincianos que viven en esta ciudad y también mostrarles el país a los extranjeros que quisieran visitar la feria, algo que en ese momento parecía un sueño muy loco”. Vinocur señala que era una época en la cual “muchos volvíamos al ruedo con la democracia y había muchas ganas de hacer cosas”.

Ella es licenciada en Letras y fue profesora y vicerrectora del Colegio Carlos Pellegrini. Después del golpe del 24 de marzo de 1976 fue declarada “prescindible” porque la consideraban una persona “potencialmente peligrosa” para el Estado. “Para ellos era una ‘subversiva’ porque llevaba a los chicos al teatro, a ver obras de Eduardo Pavlosky, después debatíamos con los actores y hacíamos actividades que no eran las habituales en una escuela que era un tanto conservadora”.

La vuelta al ruedo fue con la feria, para “trabajar en la recuperación del espacio público, para que fuera un lugar de encuentro, de fiesta, donde la gente se reencontrara, dejara de tenerle miedo al otro, al desconocido. Y queríamos que fuera un lugar que perdurara más allá de los cambios de gobiernos democráticos, con el objetivo de recomponer el tejido social, lo solidario, lo participativo”. Desde el comienzo sostiene que también se buscó “recuperar las fiestas patrias, porque con lo que había pasado (en la dictadura) vos escuchabas una marcha (militar) y se te ponían los pelos de punta”.

“Nosotros nunca tuvimos ningún problema con el barrio de Mataderos, todo lo contrario, los vecinos nos recibieron muy bien, a pesar de los que nos decían que era ‘un barrio peligroso’, que ‘estaba cerca de Ciudad Oculta y de la General Paz’. La verdad es que nosotros la pasamos bárbaro, siempre”. El que les dio “una mano importante” fue el historiador Ofelio Vecchio, autor de libros como Mataderos, mi barrio y Aquí Mataderos, quien los conectó definitivamente con una zona de la ciudad que, por la pujanza de la actividad que rodeaba en su momento al Mercado de Hacienda, fue llamada la “Nueva Chicago”. Y hablando de Nueva Chicago, Vinocur aclara que “nunca tuvimos problemas, todo lo contrario, con la ‘barra’” del club más popular en el barrio.

Vinocur resalta que “se pudo hacer una feria que es única porque se hace en la calle”, sobre el asfalto de Lisandro de la Torre y Avenida de los Corrales” y porque “no es sólo una feria de artesanías, por algo se llama Feria de las Artesanías y de las Tradiciones Populares Argentinas”, aunque pocos la conoce por su nombre completo.

Aclara que el nombre trató de ser “muy abarcativo” para que después “no me vinieran a decir ‘esto sí, esto no’” porque lo que se buscaba era “recrear esas fiestas populares que se dan en los pueblos, no en las grandes ciudades”. En esos años ochenta “la gente no viajaba tanto como en la década pasada, en aquellos años Salta o Jujuy quedaban muy lejos, y era necesario traer el arte, la música, las artesanías de los pueblos a la gran ciudad”.

Agrega que “también le apuntamos a los provincianos que viven en Buenos Aires, y que creo que son mayoría, porque no sé cuántos porteños de pura cepa hay, porque muchos nacieron acá, pero son hijos de gente que se vino de las provincias”. Ella estima que la feria logró “un perfil propio, más allá de tarifazos, del país shopping de (Carlos) Menem, y durante la crisis del 2001 dio trabajo a mucha gente, se instalaron puestos donde se vendía pan casero, se abrieron algunos puestos donde se hacían trueques; la feria pasó de ser un hobby, un lugar de fiesta, para convertirse en un medio de vida”.

Vinocur pone el énfasis en la forma, el estilo que tiene la feria de Mataderos: “Al principio, las mesas se armaban con tablones, para que la gente se juntara, conversara, perdiera el temor por ‘el otro’, hasta crear ese microclima que se mantiene intacto”. Los juegos que se armaban para los chicos “eran participativos, nada de mesa, porque se hacían cinchadas, palo enjabonado, carreras de embolsados, juegos tradicionales argentinos de los pueblos”. Señala que se tuvo en cuenta “lo que se ve y lo que no se ve, por lo tanto no tenemos sponsors, no hay carteles de McDonald’s. Eso también fue una elección”.

Insiste en que “no hay lugar para el consumo, acá te comés un tamal de parado, los chicos tienen un lugar para jugar, los grandes tienen los talleres, para aprender los primeros pasos en el baile folclórico, o en los telares. Se prioriza lo argentino, lo tradicional, aunque hay algunas concesiones, como la de ofrecer empanadas de verdura, no sólo de carne (se ríe), porque la gente que viene es variada y lo pide”.

Considera que lo que han logrado, y se mantiene, es “lo más cercano a lo que es una verdadera fiesta de campo porque lo que se hace en la Sociedad Rural (en Palermo) es otra cosa”. Por eso salieron “por los pueblos” a buscar “artesanos tradicionalistas, gente que hiciera algo más que mates, aunque tuvimos un uruguayo que se venía todos los domingos desde su país, para ofrecer esos mates tan orientales, tan de ellos”. Hoy se ofrecen artesanías criollas y también de los pueblos originarios “tobas, mapuches, coyas”.

En la feria tienen un lugar especial los libros. “En los comienzos tuvimos un stand permanente de la Editorial Plus Ultra, cuyos dueños eran españoles que publicaban libros de autores argentinos. Con el tiempo, se fueron agregando bibliotecas que están a disposición del público. Hoy tenemos dos, que funcionan a pleno”, dice Vinocur, quien anticipa que hoy, en la feria, se hará el festejo por los 30 años de la feria.

Entre marzo y agosto las actividades comienzan a las 11 y se extenderán hasta el anochecer. La figura principal que subirá al escenario será Yamila Cafrune. Como es tradición, habrá hombres a caballo, talleres donde se enseña a bailar danzas argentinas y delicias gastronómicas en los puestos y en restaurantes del barrio que sólo abren, para acompañar a la feria, los domingos y feriados.

En la feria, además de los 600 artesanos de todo el país que ofertan sus trabajos, se suman productos aportados por creadores de Bolivia, Perú, Paraguay. Suelen realizarse espectáculos y actividades especiales para la fiesta de la Pachamama, para el Día Internacional del Folklore, para celebrar los carnavales salteños, del Noroeste Argentino o de la localidad boliviana de Oruro o para el 12 de Octubre, cuando aportan su música nativa, a puro sikus, estudiantes que llegan de todo el país “para preservar la memoria de los pueblos originarios”.

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