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Sociedad|Miércoles, 14 de enero de 2004

Bernasconi y Coppola, dos enemigos frente a frente

El ex juez y el ex representante de Maradona discutieron cara a cara en un programa de tevé. Coppola desplegó histrionismo; Bernasconi defendió su actuación. Un odio montado a todo show.

Por Horacio Cecchi
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Coppola estaba dispuesto a encontrarse con su carcelero. El ex juez, en cambio, dudó mucho.
Decirse, se dijeron de todo. Como a lo largo de su historia en común, desde el ‘96, cuando las marquesinas mediáticas los habían unido para separarlos. Ayer, el programa Asuntos pendientes los volvió a juntar. Un tête à tête a medio metro de distancia, sólo separados por las rejas del pasado que ambos supieron aferrar. El ex juez Hernán Bernasconi y el ex representante de Diego Maradona Guillermo Coppola. Bernasconi sin su look star de bronceado y brillantina, con rostro ajado tras casi cuatro años de cárcel, más contenido y apagado que en aquellos días de flash. Guillote, en apariencia igual que siempre, histriónico y directo, pero nervioso desde la médula hasta la punta de los pies, que tamborilearon durante toda la emisión. Hubo dos encuentros. El primero, frustrado: Coppola dejó plantado a Bernasconi. En el segundo, el empresario rechazó la mano que le extendía su ex carcelero. Al recordar la orden de detención sobre Coppola, Bernasconi aseguró que “hoy haría exactamente lo mismo”. Guillote no se quedó atrás: “No tiene huevos para decirme ‘me mandaron’”.
Hubo de todo. Incluso pasajes sobre el famoso jarrón, sobre la fama oscura que pegotean los policiales y sabrosas menciones sobre el Diego, Carlos Saúl y su secretario Ramón Hernández. Las reglas impuestas por los productores fueron estrictas y, digamos, del orden de lo preventivo. Tenían prohibido agredirse de palabra y físicamente. Ni siquiera llegar al roce. “Es una cuerda floja, nunca sabés en qué pueden terminar”, susurró a Página/12 uno de los integrantes de la producción del programa, emitido ayer a las 22 por Canal 13. Y las prevenciones no quedaron allí. La productora Cuatro Cabezas garantizó la seguridad del set. “Uno tenía miedo de que el otro se viniera con un grupo de amigotes”, agregó la misma fuente. Durante el diálogo, si uno de los protagonistas daba por terminado el debate, el otro no podía insistir.
Antes de juntar el agua y el aceite, el programa abrió con una entrevista a Coppola, en la misma casa de Palermo donde aún existe el célebre jarrón en el que plantaron un paquete de cocaína que, el 9 de octubre del ‘96 desató la detención del dueño de casa. “¿Qué es esto?”, le preguntó el periodista Roberto Caballero señalándolo. “Un jarrón –respondió Guillote como si nada–. No entra la mano. Tené cuidado que te va a quedar trabada”, agregó con una sonrisa suspicaz y contenida. Durante la entrevista, Coppola reveló sus recuerdos y obsesiones. El día en que Bernasconi llegó para detenerlo y “cuando sale era Echarri”, dijo mientras la imagen mostraba a Bernasconi, aquel día, rodeado de medios, flashes, cámaras, en la cima.
Guillote reconoció que pasó 97 días preso, 60 en Dolores y 37 en Caseros, y que de haber podido se hubiera suicidado. Recordó que el primer día de cárcel, levantaron el colchón de su celda y vio “que debajo tenía unas sogas”. Mitad recuerdo, mitad ingenua revelación de las prevenciones penitenciarias, no parece real su intención de aparecer colgado. En realidad, según dijo en otro bloque el propio Bernasconi, “cuando Coppola estaba preso llamó a Ramón Hernández para decirle que lo sacaran de ahí porque sino iba a hablar”.
“Ni Ramón, ni el presidente, hicieron nada por mí. ¿Está claro? Un carajo –dijo Coppola, alterado–, así que esos que hablan de la relación con Menem, hablan al pedo porque no hicieron un carajo.” Y para Diego echó otro párrafo: “Tuvo la honestidad, la grandeza y los huevos de decir: ‘Esa droga en la casa de Guillermo no estaba porque si hubiese estado yo me la hubiese tomado’”.
El round entre ambos fue pactado en un gran galpón abandonado, en Belgrano, despojado de todo y con aires de demolición patética. Coppola estaba dispuesto a verse cara a cara con su carcelero. Tenía una sola obsesión: “Quiero saber por qué. Para mí va a ser una satisfacción. Viejo, (Bernasconi) me dio sólo disgustos. Me podría dar una (satisfacción)”. El ex juez, en cambio, dudó mucho antes de aceptar el convite. El mismo lo reconoció antes del encuentro, o sea, del segundo, porque el primero fracasó. Bernasconi aguardó inútilmente la llegada de Coppola. En su mano llevaba una Biblia para obsequiar a Guillote, con una dedicatoria. Preanunciando lo que vendría, en el encabezamiento había escrito “Señor Guillermo Coppola, mi considerado enemigo”. También, lo definió como “un empresario que no tiene demasiados escrúpulos”, con “manejo de la mentira un poco patológico”.
El siguiente round contó con los dos protagonistas. Bernasconi con la idea de que Coppola era protegido por las mafias (una velada alusión al menemismo; habrá que recordar que Bernasconi fue secretario de Justicia de Eduardo Duhalde), y Coppola queriendo saber quién y por qué habían ordenado a Bernasconi detenerlo.
Se lanzó entonces el tête à tête. Bernasconi estiró la mano para saludarlo. “Sin manos prefiero, doctor –contestó Guillote, mientras levantaba sus manos y evitaba el único roce permitido.” “Bue”, murmuró el desairado. Enseguida se cruzaron. Fue cuando Coppola deslizó que Bernasconi dijo que era “incapaz para el cargo.” “Le pediría que no diga lo que yo dije porque deforma las cosas”, contestó el ex juez.
–¿Usted cree que en el año ‘96 –se atajó Bernasconi–, usted era una persona libre de sospecha?
–No, no. Ni hoy por ahí lo soy –respondió muy suelto Coppola.
Después entraron en una discusión sobre quién la pasó peor. El empresario estaba semidespatarrado sobre la silla, mientras sus pies no dejaban de tamborilear. Pero de la cintura para arriba, hacía gala de su histrionismo y de que las cámaras le eran tan habituales como cualquier jarrón de su casa. Bernasconi, más duro, parecía más concentrado en su papel de revelar una verdad, la de ser un perseguido por una red mafiosa narco-política-judicial-artística. Y desembocaron en un diálogo tan rico como enriquecedor de sus posturas.
–Si usted tuviera los huevos para decirme “Coppola, ¿sabe qué hicieron?, me mandaron...”, soltó Guillote.
–A mí no me mandó nadie –interrumpió el ex juez, con una mano en el pecho.
–Perfecto. Listo –dijo Coppola e hizo el gesto de levantarse para dar por terminado el asunto.
–Y tenga la plena certeza de que actué creyendo que cumplía con la ley y mi obligación de juez –agregó Bernasconi, mientras Guillote asentía con la cabeza como quien dice “y ahora me viene con esto”.
Después, Bernasconi lanzó lo que creyó una estocada: “Usted está confundido. Ha utilizado esto histriónicamente para estar instalado en los medios”.
–Doctor, yo trabajo con Maradona, no necesito hablar de Bernasconi para salir en los medios.
Coppola insistió con querer saber quién había dado la orden al ex juez para su detención. Bernasconi no quiso avanzar y echó mano a la franquicia de dar por terminado el encuentro. “No voy a continuar con esta conversación, pero antes le voy a regalar...”
“Ah, el presente –dijo Coppola, ya enterado del santo obsequio–. Si, gracias, gracias.” Guillote se levantó de su silla, recibió la Biblia de manos de la producción, la mostró a la cámara y aclaró, irónico: “Es la Biblia, la palabra de Dios, quería mostrarles lo que me regaló”. Después, los contendientes se retiraron. Bernasconi, tan serio y ajado como al entrar. Coppola, muy molesto, restregando sus manos como quien sacude su piel de polvo molesto.

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