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Sociedad|Domingo, 7 de agosto de 2016
CUANDO LA REALIDAD AUMENTADA FORMA PARTE DE LA VIDA COTIDIANA

El aluvión pokezoológico

Desde el miércoles por la noche, cuando fue lanzado en Latinoamérica, Pokémon Go –el juego que consiste en cazar en la realidad material animalitos fantásticos de la realidad virtual– invadió calles y conversaciones. Además de fanáticos, la llegada despertó polémicas (que recién comienzan) y nuevas preguntas.

Por Soledad Vallejos
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La Casa Rosada, convertida en gimnasio para jugadores avanzados.

Alcanzaron una noche y un par de mañanas para que en la calle fuera evidente la masividad de algo que es tan real como una imagen y que, sin embargo, tiene historia(s) para distintas generaciones. A menos de un mes de los lanzamientos escalonados en Australia, Nueva Zelanda, Estados Unidos y Europa, quedó habilitado para su descarga en Latinoamérica el juego de realidad aumentada (RA) Pokémon Go, con más de 100 millones de usuarios en todo el mundo y tema de conversación global en redes sociales, bares, colegios, grupos de amigos. Gratuita y sin más requisitos que el acceso a un smartphone conectado a un servicio de datos y con GPS habilitado (algo mucho más económico, todavía, que una consola doméstica), la aplicación es fácil de detectar por la ciudad: está activa allí donde un grupo de adolescentes (y no tanto) avanza por Plaza San Martín mientras la observan a través de sus teléfonos; donde un señor formal interpone su celular entre su asiento y el pasillo del vagón del subte de noche; donde dos hermanos se quedaron detenidos, congelados, de repente, por avenida Corrientes mientras alrededor transcurre una hora pico, o donde un chico salió del aula para correr al patio sin avisar nada a su maestra, que lo vio incrédula abandonar la clase sin decir ni mú. A través de la pantalla, el territorio es más territorio. Para los usuarios de la RA es atravesar el mundo conocido de todos los días pero con magia y desconcierto. Para las empresas detrás de la RA, en cambio, esas disrupciones abren el universo de los datos: su reino, por la información de usuarios ansiosos por jugar (ver aparte).

El factor humano

Participar es sencillo: quien quiera ser usuario debe descargar la aplicación en el teléfono, algo que requiere permitir que Niantic –la firma co-propietaria de Pokémon Go– acceda a toda la información de su cuenta Google y su correo electrónico asociado. El jugador se convierte en “entrenador” con un personaje virtual más o menos personalizado que lo encarna (mujer o varón, con ropa de tal color o tal otro, con esta o aquella mochila); mientras camina por la calle en la vida real, y siempre y cuando lleve la aplicación abierta en su teléfono –y vaya viéndolo–, su alter ego virtual recorre las mismas calles a la misma velocidad. Sobre la vereda, o mientras no avanza la cola del supermercado, o al pasar por un monumento, la aplicación alertará que hay un pokémon; un botoncito en la pantalla habilitará la modalidad RA: la realidad virtual se sobreimprimirá –pantalla mediante– en la realidad material, y empezará la cacería con las “pokébolas” (en las que quedarán atrapados los personajes a domesticar). Recorrer la ciudad es encontrar un mundo paralelo: “poképaradas” (donde hay ítems especiales para los personajes) y “gimnasios” (lugares clave, generalmente sitios públicos, para entrenar personajes).

El juego toma de base al mundo, pero el mundo tiene su historia y sus reglas, que son otras. Por eso, en estas semanas empezaron los roces entre las realidades paralelas. En Buenos Aires, en estos días, entrenadoras y entrenadores aprovecharon las redes sociales para compartir sorpresas como que el edificio de la Ex Esma es poképarada, al igual que señalamientos urbanos vinculados a la memoria de desaparecidos por la última dictadura (pero no solamente esas placas). La Casa Rosada y la Pirámide de Mayo son gimnasios; en el mausoleo de San Martín, en la Catedral, en el cementerio de Chacarita, hospitales y universidades la pokéactividad es intensa. No pasa solamente aquí. Alguien buscó y encontró un pokemon en Auschwitz (y en Dachau, y en Sachsenhausen); en Ground Zero, donde estuvieron las Torres Gemelas hasta el 11 de septiembre de 2001, abundan las poképaradas, lo mismo que en los alrededores de la zona de Hiroshima donde fue arrojada la bomba atómica. Desde los hallazgos, las autoridades de muchos de esos espacios piden a los desarrolladores que los excluyan de la RA. De momento, no hay respuestas.

La RA de este juego tomó como base para vincularse con el territorio el mapa de Ingress, una aplicación anterior, también lúdica y de RA, que estuvo lejos de conocer la masividad de Pokémon Go pero sentó sus bases. En Ingress, los jugadores integraban equipos que combatían por el control de “portales”, que eran establecidos en lugares destacados de la ciudad (también en ese juego importaban los datos del GPS de los usuarios); algunos portales fueron propuestos por los desarrolladores del juego, otros, por los usuarios, lo que terminó generando un territorio colaborativo.

En estos juegos de RA, no hay espacios sagrados, restricciones, historia. “Tal vez para el juego el territorio se vuelva sagrado después de la restricción, pero hasta entonces no lo es”, reflexiona el sociólogo y becario doctoral del Conicet Martín Gendler, que hizo de estos temas –tan nuevos, pero a la vez tan urgentes por el impacto y la velocidad que les son propias– eje de sus investigaciones. Gendler sostiene que, aún cuando las bases de estos mundos hayan sido dispuestas por humanos más o menos inmersos en la realidad alrededor, la lógica que subyace en ellos “no es la tradicional”. “Cuando uno circula con Google Maps o GPS, el programa avisa si entrás en zona peligrosa. Y sin embargo en Estados Unidos, por ejemplo, hay casos de personas que se han metido en ghettos conflictivos sin notarlo, porque el juego no avisó” mientras el usuario cazaba. Ni siquiera ahora el territorio es, palmo a palmo, el mapa. “Sucede que siempre, en su interacción, las personas generan cosas que no estaban previstas en el juego”.

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