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Sociedad|Martes, 25 de octubre de 2016
El sistema educativo y el operativo Aprender > Debate en las aulas II

La disputa por el sentido

Dos hechos recientes generaron polémica en el ámbito educativo: la definición de Bullrich respecto de que el sistema “no sirve más” y el operativo de evaluación Aprender. Hay un hilo conductor en ellos, una visión común sobre el trabajo en las escuelas. Aquí, dos especialistas desmenuzan sus significados.

Por Mariano Molina *

Las recientes declaraciones del principal responsable del Ministerio de Educación en la Argentina son preocupantes (“El sistema educativo argentino no sirve más (…) Está diseñado para hacer chorizos, todos iguales”). Podemos enojarnos, indignarnos, refutar mentiras o rechazar miserias, pero hay una pregunta que persiste ¿qué hace el docente frente a este tipo de dichos? Tendremos que afrontar –una vez más– los desafíos y conversar con nuestros estudiantes, madres y padres, con colegas y la comunidad educativa. La batalla cultural no se gana ni se pierde, es permanente y debemos ser insistentes, poner el tema sobre la mesa, asumir el conflicto posible, reconstruir la densidad de las ideas y de las controversias, que son esenciales para cualquier sociedad que aspire a vivir bajo cierto aire democrático.

Los que transitamos por el mundo de la comunicación y la educación tenemos la obligación de preguntarnos por estos dichos, por los dispositivos sociales que los permiten y por el sentido común construido. Y también pensar estrategias que puedan contrarrestar la avalancha propagandística que encabezan las corporaciones de medios en pos de erosionar la educación pública, y correrse de la mera crítica o del lamento por lo que “ocultan” y seguirán ocultando.

No vamos ahora a enumerar los logros del sistema educativo que construimos como sociedad, de la inmensa cantidad de niñas, niños, adolescentes, jóvenes y adultos que lograron incorporarse al sistema y continuar sus estudios. No vemos el vaso semivacío porque sabemos de nuestras historias y del esfuerzo de amplios sectores de nuestro pueblo por estudiar y educarse. No hay posibilidad de discutir cifras o estadísticas porque no alcanza –en este caso particular– cierto debate por la verdad y porque no hay sujeto de la estadística, sino sujetos que ven modificar sus oportunidades, si la educación en la que se enmarcan (y que también aportan a construir), es buena. Como se dijo en este diario hace un tiempo, pareciera que vivimos un momento posfáctico. Entonces, la disputa por el sentido es un gran desafío que debemos atravesar desde nuestra práctica cotidiana y concreta, sin trampas ni ninguneos.

Los docentes tenemos un enorme valor, que es al mismo tiempo una preocupación para quienes nos pretenden como mero reproductores: recorremos las calles de los barrios, pueblos y ciudades, compartimos sus alegrías y dolores, sus preocupaciones y aspiraciones, conocemos sus estados de ánimo, los colores, aromas y sensaciones que recorren las escuelas y comunidades en las que trabajamos. Probablemente no tengamos la solución comunicativa necesaria que pueda refutar la construcción de la falsedad permanente e interesada que se esparce sobre el sistema educativo, el trabajo docente y las comunidades involucradas. Pero tenemos la palabra, nuestra presencia cotidiana, los valores compartidos con los alumnos, las alumnas y sus familias sobre los horizontes que aspiramos a construir. Trabajamos en realidades que son contradictorias y difíciles, pero sin lugar a dudas son territorios que no podemos abandonar y en los que habrá que seguir interviniendo. Quizás allí radique nuestro mayor potencial.

Una de las actuales necesidades del capitalismo contemporáneo es la construcción de subjetividades con amplitud de adaptación y permeables a los cambios que requieran las corporaciones económicas. Estas prioridades reproductivistas se disfrazan con cierta estética progresista, en discursos que, amparados en las ideas de diversidad e individualización de las perspectivas de vida, intentan presentarse superadores de la metáfora de la “fábrica de chorizos”, pero que implican, por el contrario, que cada cual sea torne el exclusivo responsable de la educación privatista de sus hijos e hijas. El actual modelo educativo, inclusivo y deudor de una concepción igualitaria, molesta a los principales grupos económicos del país porque no cumple con sus necesidades y expectativas: hiperindividualización de las opciones, autorresponsabilidad por la educación, educación pública como opción secundaria frente caminos mejores y supuestamente más “libres”, léase privados y especializados.

Hoy quiere repetirse el viejo dilema de la modernidad y mostrar a los docentes como meros defensores de lo viejo, de lo vetusto, de lo ineficiente. Pero bien sabemos que lo que quiere imponerse como nuevo o moderno no necesariamente es lo que necesita la mayoría de una sociedad. A veces, conservar lo establecido puede ser una acción progresista, popular y revolucionaria.

Podrán seguir ocultando a los docentes desaparecidos, difamando nuestra tarea y denigrando a nuestras comunidades educativas, que en definitiva es el pueblo que habitamos y nos constituye. Pero lo que no podemos permitirnos es la quietud, el miedo o el silencio cómplice y temeroso. Aunque bajen cuadros y nos silencien, nuestra memoria es indestructible, así como nuestro compromiso como trabajadores y trabajadoras de la educación. Ser educador y educadora nunca se limitó a la mera enseñanza de contenidos curriculares. Peleamos por nuestros derechos y en el mismo acto, por una educación pública, de calidad, democrática y comprometida con una igualdad radical para la sociedad presente y del futuro.

* Docente y periodista.

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