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Sociedad|Domingo, 7 de marzo de 2004
LA CRISIS DE 1890, UN GRAN ESTALLIDO DE LA CORRUPCION NACIONAL

Menem no inventó nada

Israel “Cacho” Lotersztain, ingeniero, físico, empresario e historiador, hurgó en toda clase de documentos para descubrir la otra cara de la mitificada Generación del ‘80. Sus hallazgos son imperdibles. Sobre ello habló con Página/12.

Por Julio Nudler
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–¿Qué distinguió a la crisis de 1890?
–Las crisis que sufrió la Argentina antes y después de la de 1890 fueron todas exógenas, causadas por factores externos. Era un país muy dependiente de sus exportaciones y de los capitales internacionales. En 1890 las causas fueron exclusivamente internas. En ese momento el mundo iba fenómeno, y además parecía especialmente diseñado a pedido de los argentinos, porque demandaba cada vez más alimentos y otras materias primas, cereales, lanas. La Argentina contaba con la pampa húmeda cerca de los puertos. Ese mercado internacional además ponía todos los restantes factores: capital, tecnología, trenes, barcos, mano de obra, porque mandaba los inmigrantes para trabajar, y encima compraba la producción.
–¿Qué ponían los terratenientes argentinos?
–La tierra. La arrendaban y cobraban los dividendos. Pero esa generación del ‘80 (por 1880) tuvo un gran mérito: no se opuso a ese proceso, y creó las condiciones para que ese negocio fuera muy rentable. Unificó el país: en 1880 se dio la última gran pelea, muy sangrienta, con miles de muertos, para definir quién mandaba, y la ganó Julio A. Roca. Aniquilaron a los indios, que eran un factor de inseguridad para los emprendimientos agropecuarios. Y crearon un incipiente sistema jurídico para tranquilidad de los inversores. Esa generación del ‘80 fomentaba la inmigración, era laicista, permitiendo así la integración de todos los inmigrantes, y removió las barreras al progreso.
–¿Qué condujo entonces a la crisis de 1890?
–Hay muchas teorías al respecto, y todas tienen algún asidero porque Miguel Juárez Celman (que asumió como presidente en 1886) hizo de todo. En cuatro años quintuplicó la deuda externa, como mínimo. Triplicó holgadamente el circulante. El déficit del presupuesto era de un 40 por ciento. En paralelo, los presupuestos provinciales se multiplicaron por 4 o 5. Como era una política absurda, yo me pregunté por qué alguien ejecuta una política absurda. Puede ser por ignorancia, por exceso de optimismo, pero era una política muy anómala.
–¿Era un régimen liberal?
–Eso se dice, pero los liberales en todo el mundo eran fanáticos del patrón oro, de los presupuestos equilibrados, rechazaban el endeudamiento indiscriminado. En ese sentido, esto de liberal no tenía nada. ¿Por qué se comportaban así? Creo que una respuesta está en la corrupción. Yo no la estudio como un problema ético sino como un problema práctico, igual que el FMI o el G-7. No se puede separar la corrupción de la economía, como muchos economistas argentinos tienden a hacer. Una economía de mercado no puede funcionar en un contexto fuertemente corrupto porque no existe la competencia. ¿Cómo hubiera podido alguien competir como proveedor del ejército con Ataliva Roca, siendo éste hermano del presidente? El contrabando era masivo. ¿Cómo puede un comerciante honesto competir con los contrabandistas? Además, en una sociedad fuertemente corrupta es imposible una adecuada toma de decisiones.
–¿Juárez Celman no lo sabía?
–Sí lo sabía. En sus mensajes al Congreso advertía contra el endeudamiento externo, contra la excesiva emisión monetaria. Hay un episodio paradigmático. Cuando empezó a subir el oro (como posteriormente pasaría con el dólar), el gobierno se puso muy nervioso. Entonces mandó la policía a la Bolsa para impedir que se cotizara el oro. Es decir, rompió el termómetro e hizo otras pavadas, como cambiar el ministro de Economía. Así llegó Rufino Varela, y como gran solución puso en venta todas las reservas de oro, aunque era ilegal hacerlo. Pero como sobraban pesos para comprarlas, a los tres meses no quedaba ni un gramo. ¿Por qué lo hizo? Es cierto que Varela era un animal. Pero mirando los archivos del Banco Nacional descubro en los libros foliados y rubricados que ese oro se lo vendió a sí mismo, al hermano, a los hijos, a los amigos, y encima se dio préstamos para poder comprar más oro. Sí, era un animal, pero además ganaba guita. Es un claro ejemplo de cómo una decisión ruinosa fue tomada en función de un provecho personal.
–¿Cómo veía esto la sociedad?
–Pensemos que el tercer elemento decisivo para que funcione una economía es la racionalidad de los agentes económicos. Estos deben entender, por ejemplo, que no pueden ir todos juntos a retirar los depósitos de los bancos. La clave está en que exista confianza en el sistema y en los dirigentes. Pero en los países altamente corruptos son muy probables actitudes histéricas de los agentes económicos, como vimos en el 2001. También en 1890 se sabía que los gobernantes eran unos ladrones, pero a diferencia de ahora, en vez de salir a los cacerolazos salieron a los tiros.
–¿Quiénes, qué clases sociales participaban de esta corrupción?
–Es un tema muy poco investigado. Yo sostengo una teoría. Para mí 1880 es un momento de quiebre: se unifica el país, se unifica la moneda, pero junto con eso llega al poder una nueva clase de dirigentes políticos. La Constitución alberdiana había generado una tremenda sobrerrepresentación de las provincias pequeñas: con 25 por ciento de la población nombran el 75 por ciento de los electores presidenciales. Los dirigentes de esas provincias miserables (llamadas despectivamente “los trece ranchos”) descubren a la política como un mecanismo de enriquecimiento. Los que vienen no son ricos: se vuelven ricos acá, haciendo la plata con la política. Por supuesto, hay grandes terratenientes que se les asocian, porque así consiguen por ejemplo créditos bancarios. Roca es un claro ejemplo de esa gente que se propuesto –él con 22 años– atrapar el poder nacional. Robaba a diestra y siniestra, pero era muy inteligente, por lo cual tenía una medida. Lo que pasó, sin embargo, es que dejó todo listo para que viniera el “menemismo”. Roca dejó todo armado, con el peligro de que llegase alguien que ya no era tan inteligente y mesurado, y además en un contexto internacional muy favorable.
–Ese fue Juárez Celman...
–Sí. Las Cédulas Hipotecarias de la provincia de Buenos Aires fueron el negociado más grande de la historia argentina, por audaz que esto suene. Si Abraham Lincoln emitió 450 millones de dólares para financiar la guerra de secesión en un país de 30 millones de habitantes, acá, con un décimo de la población, se lanzaron cédulas por 810 millones de dólares. Pero yo no creo que Máximo Paz y los demás que mandaban en la provincia tuvieran la capacidad de organizar en Europa una venta tan fenomenal de papeles.Alguien tuvo que haber venido a proponerles ese fabuloso negocio. También entonces hubo corresponsabilidad de los banqueros internacionales, como dice Emilio Hansen.
–Esos intermediarios después se lavaban las manos...
–Por supuesto. Los brokers ganaban su comisión. Pero cuando todo se derrumbó, ningún argentino podía caminar por Italia ni por Inglaterra. Eduardo Wilde escribe desde Italia que se cuida muchísimo de decir que es argentino. A veces, cuando leo el diario no sé si es de hoy o de hace 110 años.
–¿Quiénes participaban acá de la fiesta?
–Los políticos y sus empresarios amigos. Me aparecen algunos nombres de grandes terratenientes bonaerenses muy conspicuos, otros no. También miembros de oligarquías provinciales e igualmente políticos de la oposición, que reciben su parte. Se generó una loca burbuja. Aumentó el consumo. La Argentina pasó a beber más champán francés que Francia. Había 2000 carruajes importados paseando jueves y domingos por Palermo. Los activos se inflan locamente. Todo duró hasta que los de afuera empezaron a preguntarse si la Argentina podría devolverles el dinero. Los argentinos nos enriquecemos por el mero transcurso del tiempo, dijo Juárez Celman. El, con su política, acumuló un poder absoluto. Fue el unicato. Se ganó a las oligarquías provinciales, a la oposición, a todos.
–¿Hay alguien para destacar en esa dirigencia corrupta?
–A mí me fascina Ramón J. Cárcano. Es el hijo de un pianista piamontés que enseña piano a las niñas de la sociedad cordobesa. Ramón llega a la universidad, protegido por Juárez Celman. Este lo hace nombrar diputado por Córdoba, pero como no tiene ni para el viaje, se lo tiene que financiar. Cuando Juárez Celman asume la presidencia lo nombra Inspector de Correos, pero es en realidad el Alberto Kohan del régimen. Se construye una residencia en Avenida Alvear. Estacionaban tantos carruajes ante su mansión que no se podía transitar. A los 24 años ya maneja todos los negocios. Y de viejo escribe un libro de memorias muy interesante, que titula Mis primeros 80 años. Ahí afirma no haber recibido jamás un préstamo bancario ni especulado en la Bolsa. Pero yo encuentro en los archivos del Banco Nacional que Cárcano fue un día y pidió toda la plata que había en el Tesoro. ¡Se llevó 1.200.000 pesos oro de esa época! En garantía dejó acciones del Banco Constructor de La Plata, que eran altamente especulativas. Pero en sus memorias, editadas en su homenaje por el Congreso Nacional, él nunca tomó un crédito. Tras la revolución del ‘90, ese hijo de un pianista piamontés pasea cinco años a lo grande por Europa con su familia. Al regresar compra una estancia y la equipa con la más moderna maquinaria de la época. Luego, los historiadores lo citan como un ejemplo de lo abierta que era la alta sociedad argentina, que acogía sin prejuicios al hijo de un pianista piamontés. Nadie se pregunta de dónde sacó la plata.
–¿Hay buenas crónicas de la época?
–Existen folletines muy interesantes. Hay entre ellos un libro absolutamente exquisito, de Roberto J. Payró, que se llama Las divertidas aventuras de un nieto de Juan Moreira. Cuenta la vida de Mauricio Gómez Herrera, un dirigente arquetípico juarista, pero escrito en primera persona. Así, le sale un tipo simpatiquísimo, un psicópata atrapante. Al final, Payró explica que lo llama el nieto de Juan Moreira porque, al igual que su abuelo, tiene un total desprecio por la ley. Pero a diferencia de su abuelo, que a veces luchaba sin razón contra la partida, él siempre lucha sin razón, pero con la partida de su lado. Efectivamente, esos dirigentes sancionaron el Código Penal, pero les importaba un comino. San Agustín, que sabía mucho de corrupción porque antes de dedicarse a la religión fue un abogado cometero, escribe en el siglo IV sobre las aldeas ocupadas por ladrones. El explica cuál es la diferencia entre un reino yuna aldea tomada por los ladrones. En ambos rigen en apariencia procedimientos, normas, reglamentaciones, jerarquías. Pero mientras que en un reino impera la ley, en una aldea dominada por ladrones reina la impunidad.

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