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Sociedad|Viernes, 19 de marzo de 2004
CIENTIFICOS CUESTIONAN LA POLITICA DE EE.UU. CONTRA LA OBESIDAD

Un problema gordo para Bush

El mundo científico, mediante un editorial en la prestigiosa revista Nature, rechazó la campaña oficial contra la obesidad en Estados Unidos porque lo centra en la responsabilidad individual, pero no le fija límites a las empresas. Las dietas en la picota.

Por Pedro Lipcovich
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El presidente George W. Bush lanzó una campaña porque la obesidad ya es epidemia en Estados Unidos.
Pero se cuidó de afectar cualquier interés económico, según denuncian ahora los científicos.
La comunidad científica de Estados Unidos salió a criticar fuertemente la política anunciada por el presidente George W. Bush para combatir la “trágica epidemia de obesidad” en ese país: “Hay que prestar más atención a la salud pública y menos a los intereses de la industria de la alimentación”, sostiene en su editorial la prestigiosa revista Nature. Diversos investigadores le reprochan al gobierno no hacerse eco de recomendaciones que incluyen prohibir la venta de gaseosas y fast food en las escuelas, prohibir la publicidad de alimentos dirigida a los niños y obligar a los restaurantes a consignar las calorías contenidas en sus menúes. Al mismo tiempo se dieron a conocer datos demoledores sobre las dietas para bajar de peso, que oscilan entre declararlas inútiles y señalar en ellas riesgos que incluyen la muerte súbita y el cáncer. Las personas que realmente pueden controlar su peso, en cambio, reúnen cuatro virtudes: comer pocas grasas, hacer ejercicio físico, controlar cuánto comen y pesan... Y no saltearse el desayuno.
“Las denominadas políticas contra la obesidad de la administración Bush no se atreven a llamar ‘hamburguesa’ a una hamburguesa ni a reconocer inequívocamente que muchos de los alimentos vendidos al público son la mayor causa de la epidemia de obesidad”, sostiene el editorial de ayer de la revista Nature, luego de advertir que “el plan de investigación sobre la obesidad de los Institutos Nacionales de Salud está corroído por la negativa de la administración Bush a comprometerse en políticas regulatorias: hay que prestar más atención a la salud pública y menos a los intereses de la industria de la alimentación”.
La prestigiosa publicación científica acusa al gobierno de “esforzarse por diluir la Estrategia Global sobre Dieta, Actividad Física y Salud de la OMS, que destaca el rol de la industria de la alimentación para reducir la obesidad”.
El 9 de este mes, el gobierno de Estados Unidos anunció una campaña para combatir lo que el secretario de Salud, Tommy Thompson, llamó “trágica epidemia de obesidad”. Las medidas se centran en campañas de educación para promover estilos de vida más saludable a través de “pequeños pasos” como acostumbrarse a subir escaleras en vez de tomar el ascensor; también se propondrá a los restaurantes que voluntariamente suministren información sobre las calorías incluidas en cada plato. Las medidas incluirán: rediseñar el etiquetado dietario –que en Estados Unidos es obligatoria para los productos envasados– para destacar la cantidad de calorías estimada en cada porción; precisar bajo qué condiciones un producto puede ser rotulado como “de bajas calorías” y promover la investigación sobre la obesidad y el desarrollo de alimentos más saludables.
Ya en ese momento, el senador demócrata Tom Harkin reclamó que el gobierno no sólo sugiera sino que exija a los restaurantes publicar la información nutricional y pidió que se controle el expendio de “comida basura” a los niños.
Pero centralmente, según señala otro artículo de Nature, “los expertos deploran que el gobierno no haya atacado la principal causa de obesidad: la fácil disponibilidad de alimentos baratos, ricos en calorías”. La revista cita un estudio publicado este mes por la organización no gubernamental CSPI, según el cual “una sola comida para chicos en las cadenas de fast food contiene de 700 a 900 calorías, lo cual supera la mitad del total recomendado para un día entero.
Mario Nestle, jefa del Departamento de Nutrición de la Universidad de Nueva York, sostuvo que “la campaña no dice nada de lo que el gobierno y la industria de la alimentación podrían hacer para ayudar a la gente a comer menos y moverse más”, con lo cual apunta a lo que el director de los Institutos Nacionales de Salud, Eias Zerhouni, admitió como clave en la lucha contra la obesidad: “Promover cambios en la conducta y el ambiente centrándonos en el estilo de vida de la persona”. En efecto, Kelly Brownell, titular del Centro de Desórdenes de la Alimentación de la Universidad de Yale, criticó a los institutos por “haberse centrado demasiado en investigar la genética, la farmacología y el tratamiento de la obesidad”. Declan Butler, de Nature, completa esta polifonía de científicos al denunciar “el riesgo de medicalizar el tema y reforzar la creencia del público en que la obesidad es una enfermedad que requiere tratamiento”; en cambio, “el mejor camino es regular a la industria de la alimentación: prohibir las gaseosas y los fast food en escuelas, así como la publicidad de alimentos dirigida a los chicos”, así como “obligar a que se incluya el contenido en calorías en los menúes de restaurantes”.
El último número de Nature incluye también una síntesis de las más nuevas investigaciones sobre dietas para adelgazar, cuyas conclusiones son lapidarias: según una exhaustiva revisión efectuada por Dena y Dawn Bravata, de las universidades de Stanford y Yale, de 2609 artículos “científicos” sobre dietas para adelgazar, sólo 94 reunían requisitos elementales como “que la dieta durase más de cuatro días”, y “en pocos casos había suficientes datos para asegurar la seguridad de las dietas”. Según otro estudio reciente, las dietas bajas en carbohidratos, como la Atkins, implican riesgo de complicaciones como “arritmias cardíacas, muerte súbita, osteoporosis, daño renal e incremento en el riesgo de cáncer”.
“Creer que una dieta específica pueda eliminar los problemas de sobrepeso no es realista”, resumió Arne Astrup, presidenta electa de la Asociación Internacional para el Estudio de la Obesidad, y señaló: “La respuesta está simplemente en las leyes de la termodinámica”, es decir, cuánta energía ingresa al organismo y cuánta se gasta en ejercicio físico.
En todo caso, es posible precisar cómo es la gente capaz de no engordar o adelgazar de veras. Un estudio dirigido por Rena Wing –del Centro Médico de Expectativa de Vida de la Universidad de Brown– y James Hill –del Centro de Nutrición Humana de la Universidad de Colorado– les encontró cuatro virtudes: su alimentación incluye pocas grasas; controlan atentamente su peso y su consumo de alimentos; hacen ejercicio más de una de hora por día y no se saltean el desayuno.
Ciento treinta millones de estadounidenses, el 64 por ciento de la población total, tienen sobrepeso o son obesos; gastan 37.100 millones de dólares anuales en libros de dietas y supuestos métodos para adelgazar. Los costos médicos de la obesidad en Estados Unidos se calculan en 117.000 millones de dólares anuales. La obesidad causa 400.000 muertes anuales prevenibles, y compite ya con el tabaco por el título de primera causa de muerte evitable.

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