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Sociedad|Jueves, 25 de marzo de 2004
UN MUSCULO, CLAVE EN LA EVOLUCION DEL HOMO SAPIENS

Una hipótesis para masticar

Menos mandíbula, más cerebro. Esa es la síntesis del trabajo que publica hoy la revista Nature.

Por Pedro Lipcovich
¿Cuál es la diferencia básica entre el hombre y el mono?, le preguntará el profesor de biología, para aplazarlo, al alumno que se ha presentado al examen masticando chicle. Pero el alumno sabrá contestar: la diferencia básica está en que el mono tiene los músculos masticatorios más desarrollados. Por lo menos eso propone un trabajo al cual la prestigiosa revista científica Nature le dedica, hoy, su tapa. La investigación descubrió que hace dos millones cuatrocientos mil años se produjo una mutación por la cual los antecesores del hombre perdieron la capacidad de sintetizar una proteína propia de los músculos de la mandíbula: eso hizo que los huesos del cráneo –en los que esos músculos se insertan– se desarrollaran en forma distinta: la capacidad craneal aumentó y pudo albergarse un cerebro más grande. La importancia científica del estudio se centra en que logró relacionar una investigación genética con datos anatómicos presentes en fósiles de homínidos: esto sugiere que “será posible definir las bases genéticas de la evolución humana”.
La investigación fue efectuada por un equipo de la Universidad de Pensilvania dirigido por Hansell H. Stedman. Los científicos señalan que “en la mayoría de los primates, incluyendo los chimpancés y los gorilas, se advierten músculos masticatorios poderosos; también se los encuentra en el Australopithecus y el Paranthropus, géneros extinguidos de la familia de los homínidos. En cambio, los músculos masticatorios son mucho más pequeños en el actual Homo Sapiens y en sus antecesores fósiles del género Homo.
Al masticar un poco más esa diferencia, el equipo notó que “en su evolución, el aparato masticatorio de los homínidos se fue haciendo más grácil, casi simultáneamente con una acelerada encefalización”: menos mandíbula, más cabeza.
Los investigadores identificaron un gen llamado MYH16, que se expresa específicamente en los músculos mandibulares de los humanos y los monos, y se quedaron con la boca abierta al descubrir que, en los humanos, ese gen mutó de manera que se expresa en mucho menor proporción. Por comparación con otros genes, pudieron establecer que esa mutación se produjo hace 2,4 millones de años, justo antes del paso evolutivo que dio lugar a la forma del cráneo de los homínidos.
Llegaron así a la hipótesis que uno de los editores de Nature, Pete Currie, califica como “seductora”: la disminución en el tamaño de la masa muscular de la mandíbula permitió que el cráneo se remodelara: modelos producidos por computadora muestran que “la alteración en el tamaño de distintos músculos puede producir dramáticas alteraciones en los huesos en los que se insertan”.
Pero, ¿por qué el antepasado del Homo Sapiens permitió que una mutación le restara fuerza a su mandíbula? ¿No sabía que alguna vez tendría que mascar chicle? La disminución de la musculatura mandibular fue compatible con “un cambio en la dieta: por ejemplo, una creciente dependencia de la ingesta de carne o una mayor importancia de la función de las manos, más bien que de la mandíbula, en la obtención y preparación de los alimentos”.
El editor de Nature destaca la excepcional importancia científica de la investigación: hasta ahora, la ciencia intentaba precisar los pasos evolutivos hacia la especie humana sólo a partir del hallazgo de fósiles que presentaran “formas transicionales”, pero éstos no son nada fáciles de encontrar. El equipo de Stedman identificó la primera diferencia genética entre el hombre y otros primates actuales que, al mismo tiempo, puede rastrearse hasta una diferencia anatómica en los fósiles ya conocidos.
“El estudio de Stedman y colaboradores sugiere que las bases genéticas de la evolución humana pueden ser definidas y que lo serán”, concluye la revista Nature.

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