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Sociedad|Jueves, 4 de abril de 2002
EL FENOMENO GLOBAL DE ENVEJECIMIENTO Y SU EFECTO EN ARGENTINA

Cuando un país se pone muy viejo

En 2050 los mayores de 60 en el mundo superarán a los menores de 15. En Argentina, el proceso de envejecimiento se muestra en la caída de la natalidad, que se incrementa con la crisis.

Por Pedro Lipcovich
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Susana Torrado (izquierda), Renée Jablkowski, del CEP, y el psicoanalista Miguel Leivi.
La Argentina sufre de envejecimiento acelerado. Este mal –que puede ser literalmente cierto para muchos de sus agobiados habitantes– se desprende de los datos demográficos: según una especialista, “ante la crisis, la gente tiene menos hijos y la baja en la natalidad lleva al aumento en la proporción de ancianos”. Esta situación debe incluirse en un envejecimiento que es global: la Segunda Asamblea Mundial sobre el Envejecimiento –que las Naciones Unidas efectuarán desde el lunes en Madrid– se centrará en “el envejecimiento que afecta a los países en desarrollo”: éstos deben afrontar en pocos años, y con escasos recursos, un proceso que los países desarrollados tuvieron siglos para encarar. Los 629 millones de mayores de 60 que hay en el mundo llegarán a 2000 millones en el 2050, cuando, por primera vez en la historia, esta población superará al total de menores de 15. La Argentina, también en esto, se anota como clase media en descenso: su proceso de envejecimiento fue más lento y parecido al de los países desarrollados, pero hoy sufre la caída de los sistemas de previsión y atención que harían más falta que nunca.
“La Argentina y Uruguay son los países de América latina donde más avanzado está el envejecimiento, porque son los que más temprano, hacia 1890, empezaron a restringir el tamaño de la familia. Pero este proceso se aceleró en la última década: si bien todavía faltan procesar los datos del censo de 2001, es un hecho que el total de población, de unos 37,5 millones, resultó inferior a los 36 millones que se esperaban. A mi juicio, gran parte de esta diferencia se debe a una brusca caída de la natalidad”, observó Susana Torrado, profesora de demografía en la UBA. Los nacimientos cayeron porque “ante una crisis económica y social como la que vivimos, un país que ya sabe regular su fecundidad responde reduciendo la natalidad, lo cual acelera el proceso de envejecimiento”.
Se llama envejecimiento de una población al aumento en el porcentaje de personas por encima de los 60 años (límite que fijan las Naciones Unidas; en la Argentina, el Indec toma los 65). Desde el siglo XVIII en Europa occidental, y desde mediados del XIX en la Argentina, se produjo “un proceso de transición demográfica: por efectos de la ciencia, al mejorar la infraestructura urbana, las condiciones de vida y la atención médica y propiciarse el control de la natalidad, descendieron, primero la tasa de mortalidad y después la de natalidad”, precisó Torrado en una reunión informativa de la Segunda Asamblea Mundial sobre el Envejecimiento.
El propósito de la Asamblea es “analizar y aprobar acciones para hacer frente al envejecimiento en los países en desarrollo”. La Primera Asamblea, en 1982, tenía los mismos objetivos pero para los desarrollados, y esta diferencia marca el cambio que se produjo desde entonces.
Se trata de lo que las Naciones Unidas ya anuncian como “un terremoto demográfico”. La población mundial de personas de 60 y más años es hoy de 629 millones, casi el 13 por ciento del total; para 2050 llegará a 2000 millones, un tercio de la humanidad: “Por primera vez en la historia, la cantidad de mayores de 60 superará a la de niños de entre 0 y 14”, prevé la ONU. En Europa occidental, este pasaje sucedió ya en 1998.
Pero en el mundo en desarrollo este cambio es vertiginoso. En Francia, hicieron falta 115 años, desde 1865 a 1980, para que la proporción de personas de edad pasara del 7 al 17 por ciento. En China se prevé que la población de mayores de 60 pasará del 10 al 20 por ciento entre 2000 y 2027. En Colombia, Tailandia, Malasia y Ghana, el ritmo de aumento de personas de edad será entre 7 y 8 veces superior al de Gran Bretaña o Suecia. Así, los servicios de salud deberán expandirse y especializarse en enfermedades de la vejez, como las cardiovasculares y el cáncer. Y la seguridad social deberá atender, y debería integrar, a cada vez más personas que ya no trabajan.
En la Argentina, puntualizó Torrado, “los factores demográficos son fuertemente afectados por las políticas públicas: el descalabro de los sistemas jubilatorio y de previsión social llevó a que la proporción deancianos en relación con la población activa sea muy alto. Incide también el aumento del trabajo ‘en negro’, que no aporta al sistema jubilatorio. El descenso del salario real en la última década hizo caer los aportes a las cajas, cuyos fondos por lo demás se desviaron al déficit fiscal”.
En la misma reunión, el psicoanalista Miguel Leivi, secretario científico de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires (APdeBA), comentó que “el problema más frecuente en la vejez son las depresiones, que muchas veces aparecen como enfermedades orgánicas: por eso, la presión sobre los servicios de salud bajaría si la sociedad, en vez de dejar que los ancianos ‘se caigan del mapa’, les ofreciera posibilidades de inserción”.

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