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Sociedad|Lunes, 17 de enero de 2005
AUNQUE EN MENOR CANTIDAD, LOS ARGENTINOS SIGUEN YENDOSE

Cuando emigrar se hace costumbre

Aún en 2004 muchos eligieron partir. Si bien las cantidades bajaron, siguen siendo más los que se van que los que vuelven. La cultura de la emigración incorporada a la clase media.

Por Andrea Ferrari
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Casi treinta mil personas se fueron del país durante 2004.
El éxodo no terminó. Pese a los datos positivos que arrojó la economía durante 2004, muchos argentinos siguen mirando hacia afuera en busca de un futuro. Durante el año que acaba de terminar, el “termómetro” que significa Ezeiza volvió a ser negativo: la diferencia de entradas y salidas de argentinos mostró que casi treinta mil personas se fueron para no volver. Si bien son datos parciales, sirven como reflejo de un escenario: desde el año 2000, cuando la crisis empezó a expulsar grandes masas de personas, la partida de argentinos no cesó. Los estudiosos de los movimientos migratorios hablan de dos motivos para explicar este escenario: el primero es que la situación económica aún no experimentó un salto suficiente para atraer a los que decidieron marcharse. El segundo es que la idea de la emigración ya se incorporó a la cultura de la clase media como forma de acceder a mayores posibilidades de desarrollo. Pero además, para la gran cantidad de argentinos que está sin papeles en España, este año se abre la esperanza de poder regularizarse, un argumento más para no volver.
Un método habitual utilizado para calcular la masa de personas que se va a vivir al exterior es restar ingresos y egresos de ciudadanos argentinos a través de los diferentes puntos de salida. El aeropuerto de Ezeiza es la principal de esas puertas, la que concentra el mayor movimiento. Según datos de fuentes cercanas a la Dirección Nacional de Migraciones, en 2004 fueron 1.057.368 los que ingresaron y 1.087.189 los que salieron por allí, es decir que 29.821 personas decidieron quedarse afuera. La cifra es superior a la de 2003, cuando los que se fueron para no volver sumaron 20.586. Pero claro que es mucho menor al pico del éxodo, el año 2002, cuando superaron los 80.000.
Lo cierto es que aunque en el último año la situación política se estabilizó y la economía dio signos de mejoría, las partidas no cesaron y tampoco hubo un retorno considerable.
Enrique Oteiza, profesor titular de la UBA, experto en migraciones y actualmente titular del Inadi, considera que aún no hay motivos para pensar en una reversión de la tendencia. Si bien hace la salvedad de que los datos de Ezeiza “aunque sea el principal punto de salida, constituye un indicador burdo, una aproximación”, sostiene que “no hay ningún motivo todavía demasiado importante para pensar que vaya a ver un saldo neto positivo, debido a la profundidad de la crisis que experimentó la economía y la sociedad argentina. Aunque la situación muestra una mejoría, es una mejoría más a nivel macroeconómico nacional que a nivel social –agrega–. Si el salario real mejoró, fue muy poco, el desempleo disminuyó, pero aún es elevadísimo, la mala distribución de la riqueza sigue rampante”.
Pero además, Oteiza habla de una cultura que ya tiene incorporada la idea de la emigración. “Cuando un país empieza a producir emigración sostenidamente –aunque sea con fluctuaciones, pero ya en un período largo– se genera una cultura de la emigración, donde la familia fomenta que los hijos estudien para poder irse en caso de que pase algo. Uruguay es un caso extremo: tiene casi el 13 por ciento de la población total expatriada. Los jóvenes se crían en una sociedad que tiene internalizada esta posibilidad. Esto lo vi en estudios de la India de la década de los ’60. Me sorprendió que ya entonces una de las estrategias de ascenso social era la emigración, para aquellas familias que les podían dar a los hijos una buena formación universitaria. Acá también, ya la emigración está internalizada como pauta de comportamiento y como recurso: tener el pasaporte listo y el mejor nivel educativo posible para los hijos de clase media. Hay estudios de Adela Pellegrino, una historiadora y demógrafa uruguaya, sobre el nivel educativo de los inmigrantes latinoamericanos que se van a los distintos países de América. En esos estudios aparece que los emigrantes que en promedio tienen un nivel educacional más alto entre losque migran hacia el resto de América son los argentinos. Tristemente, el país se da el lujo de enviar al exterior una población que en promedio tiene muchos más años de escolaridad que la media de la fuerza de trabajo en Argentina. Esto es extremadamente grave y debe destacarse”.
A esa situación también apunta Susana Novick, investigadora del Conicet (Instituto Gino Germani) y especialista en políticas de población. “Acá la pregunta que hay que hacerse es de qué forma este fenómeno puede afectar el desarrollo de nuestro país y si se puede hacer algo para revertirlo. Vemos que los países europeos están en un proceso de envejecimiento que parece irreversible, qué mejor para ellos que tener un flujo de migrantes jóvenes que revitalizan la pirámide poblacional. Están capacitados y tienen como característica la posibilidad de asimilación cultural, ya que muchos son descendientes de emigrados europeos. Es como servirlo en bandeja. Este proceso de emigración deja ya de ser coyuntural, asociado a dictaduras o persecuciones políticas, para transformarse en un proceso estructural. Si la sociedad que hemos podido construir es una que excluye, que concentra riquezas, donde los jóvenes no pueden desarrollarse, entonces este fenómeno es preocupante”.
Para el trabajo de investigación que realizan en el Instituto Gino Germani, cuenta Novick, se está haciendo “una encuesta piloto en las colas de los consulados. Allí obtenemos como respuesta por ejemplo que ‘el país no tiene futuro’. Es gente joven, con estudios y muchos de ellos ya tienen relaciones familiares en el exterior. Entonces esta situación donde los países subdesarrollados entregan o donan gente joven y capacitada a los países desarrollados, profundiza la inequidad del sistema internacional: no sólo se llevan capital financiero y recursos naturales sino también los recursos humanos”.
Parte de esa gente es la que ahora en España ve con ilusión la posibilidad de regularizar su situación (ver recuadro). “Ahora tenemos un aluvión de gente –cuenta Martín Bories, presidente de la Asociación de Inmigrantes Argentinos en Valencia–. Hay mucha expectativa, mucha gente puede regularizar sus papeles. También vemos que sigue cayendo gente nueva, que llegó a España hace uno o dos meses, aunque en menor cantidad que antes. La verdad es que la gente que está no se plantea en general volver, no tanto porque hayan resuelto las cosas sino porque cree que a mediano o largo plazo España da más posibilidades de desarrollo económico. Dejando de lado la carga afectiva, claro”.
Dice Novick que en otras épocas se vio que “el argentino tiende a volver, porque extraña. Pero en este caso no lo sabemos, ya que son generaciones nuevas, con otra socialización. Lo interesante sería que se asuman políticas para reducir esto. Si no, nos vamos a transformar en otro Uruguay. Ahí en un momento había un graffiti que decía: ‘No proteste, emigre’”.

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