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Sociedad|Domingo, 13 de febrero de 2005
CECILIA RODRIGUEZ, EXPERTA ARGENTINA DE LA ONU EN CATASTROFES

“El tsunami recién empieza”

Es la única argentina que trabaja para Naciones Unidas coordinando la ayuda mundial en casos de desastre. Estuvo en guerras civiles, huracanes y terremotos y acaba de regresar de Indonesia donde trabajó entre las ruinas y los muertos del maremoto.

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Por Luis Gruss

Los lugares por donde anduvo hasta hace poco no sonaban familiares a oídos locales. Por ejemplo Banda Aceh, una comarca rural y musulmana al noroeste de la isla de Sumatra. O localidades más o menos próximas a ese lugar como Meulaboh o Calang. Para imaginar esas zonas en tiempos normales hay que pensar en mujeres tapadas hasta los pies, en una población que jamás prueba el alcohol y se obliga a rezar en mezquitas estratégicamente distribuidas, cinco veces al día. Las plegarias, no siempre atendidas, comienzan a las cuatro de la madrugada y retumban hasta la noche por todo el poblado. Para imaginar esas regiones en tiempos anormales alcanza con conversar con Cecilia Rodríguez, la única experta argentina de las Naciones Unidas –sobre un grupo de 180 integrantes distribuidos en todo el mundo– dedicada a atender y coordinar casos de desastre. Ella viene de ahí y cumplió una delicada misión de trabajo durante veinticinco días para paliar los efectos de una catástrofe mayúscula.
La catástrofe fue el domingo 26 de diciembre a las nueve de la mañana. Primero se produjo un terremoto que deshizo construcciones en general no dotadas de prevención antisísmica. La gente salió a los caminos para ponerse a resguardo de la caída de escombros o bloques de concreto. A continuación, unos doce minutos después, una ola marina de quince metros de altura y setecientos kilómetros por hora de velocidad entró en la zona llevándose todo por delante, tanto al ingresar en la isla como al salir. Este regreso del agua –subraya Rodríguez– fue tan o más destructivo que el avance inicial, un dato no muy tenido en cuenta en las primeras crónicas que se hicieron del desastre. Se supone que el terremoto de magnitud 9 en la escala de Richter –cifra que corresponde a la explosión de 30 mil bombas atómicas similares de las de Hiroshima– acabó, junto al tsunami posterior, con la vida de por lo menos 200 mil personas en Indonesia, el cuarto país más poblado del mundo.
Rodríguez ya vio estas fuerzas en acción en Kosovo, El Salvador, Belice, Colombia y tantos otros lugares adonde fue en su anterior condición de integrante de los Cascos Blancos (ver recuadro) como en su actual función de experta dentro de los equipos Undac (United Nations Disaster Assessment and Coordination), una agencia de la ONU diseñada en 1993 no tanto para asistir directamente a las víctimas de catástrofes como para coordinar la ayuda internacional a través de varias agencias, evaluar daños y necesidades reales, preparar cuadros de situación que permitan acciones eficaces, eludir, de ser posible, los obstáculos burocráticos o ansias de figuración, establecer redes de contacto, teléfonos satelitales y respaldos económicos.
Pez trampa
Apenas llegó a Jakarta, la capital de Indonesia, Cecilia Rodríguez escuchó un sinfín de historias vinculadas al maremoto. Como aquella de los peces que, a esta altura, puede leerse también como una fábula o metáfora de otra cosa. Parece ser que al retirarse el mar poco después del terremoto y antes de la llegada del tsunami, los turistas y los habitantes de Sumatra que andaban cerca de la playa corrieron por la arena a capturar millares de peces y moluscos que se habían quedado, de pronto, sin agua donde retozar. Era un botín fenomenal y accesible a todos. Toda esa gente, claro, murió ahogada o duramente golpeada.
Casi los únicos que se salvaron son los animales (el instinto les indicó que debían procurar cuanto antes zonas altas donde refugiarse) y un pequeño grupo de personas que escuchó las sabias palabras de un nene inglés (de sólo once años) quien al ver el insólito retiro oceánico recordó una clase que había tenido en su escuela de Londres relacionada con los maremotos. “A mí me enseñaron que si el agua se retira después vuelve y arrasa con todo”, dijo a quien lo quisiera escuchar y sin perder la calma. Tanto él como sus oyentes ocasionales echaron a correr lo más lejos posible de la playa.
Otro relato se vincula con los alertas llegados minutos antes desde Hawai. Hubo llamados telefónicos urgentes que ni siquiera fueron atendidos en Indonesia. El responsable del servicio meteorológico de Tailandia habría sido despedido recientemente por no haber reaccionado a tiempo: el hombre temía que la noticia espantara a los turistas y no informó a nadie de lo que supo desde Hawai. El hecho evoca a una conocida escena de Muerte en Venecia, la novela de Thomas Mann; una grave epidemia mataba a la gente como moscas en las callecitas venecianas, pero nadie hablaba de ella por miedo a que los hoteles se quedaran vacíos.
Rodríguez se encontró con algo que superó todas las informaciones previas que había obtenido. “No hay fotos ni imágenes de tevé que puedan describir claramente el daño que causó la naturaleza –dice ya de regreso en Buenos Aires–. Una gran cantidad de pensamientos, sensaciones y reflexiones críticas invadieron de pronto mi cabeza.” Al principio sintió que nada era suficiente. “Pensé en una rueda que gira y gira sobre sí misma sin avanzar nunca hacia delante.” Con el tiempo se calmó y la acción pura del trabajo, aun entre los cadáveres metidos en bolsas y pese al desolador paisaje que la rodeaba, se puso manos a la obra. “Nos instalamos en una oficina de coordinación de la ONU, distribuimos las tareas de cada cual, establecimos vínculos con los gobiernos locales y empezamos a enviar vehículos de registro en direcciones diversas.”
Inhibida como todos de usar musculosa o short (la zona musulmana impide a propios y extraños tales exhibiciones de piel) y desafiando un calor sofocante, Rodríguez temió por la suerte de mucha gente que continuaba viviendo en construcciones a punto del derrumbe. Comprobó que faltaba una política clara para mejorar la vida de las víctimas, armar campamentos, evaluar qué casas podían colapsar y cuáles no, establecer prioridades. “Mientras tanto –cuenta–, veíamos cómo hombres y mujeres se infectaban de tétanos al buscar enseres y restos humanos entre los hierros retorcidos y oxidados, escombros con clavos al aire, el riesgo constante de contraer todo tipo de enfermedades.”
En Banda Aceh la situación política se volvía más compleja porque las autoridades musulmanas se sintieron, de pronto, invadidas por un montón de caras extrañas que, a veces, eran vistas como invasoras en territorio ajeno. Esto sin contar con la presencia sorda de la guerrilla (el Movimiento Aceh Libre –GAM, independentista–); las malas lenguas aseguran que el ejército indonesio aprovechó la volada para sacar del medio a varios militantes e incluso líderes de ese grupo y meterlos en la misma bolsa de las víctimas del tsunami. Los pasos siguientes de la gente de la ONU se resumieron en un trabajo de campo realizado en terreno barroso con una lluvia que parecía no parar nunca. La experta en desastres dice que contó con la invalorable ayuda del embajador argentino en Indonesia, José Luis Mignini, y de Diego Alonso Garcés, su primer secretario. “Por suerte me sentí apoyada por ellos durante toda mi estadía –subraya–. Debo aclarar que allá era todo muy flexible, para nada estructurado. Cada integrante del equipo –ya fuera lituano, sueco, noruego o español– sabía lo que tenía que hacer. Y todos nos adaptamos a la escasa y algo caótica información con que contábamos al principio.”
“La información pasa ahora a ser vital –sigue Rodríguez–. Supongamos que se establece la necesidad de pedir cien millones de dólares para recomponer el trabajo pesquero en Sumatra. Bueno, nuestra misión pasa entonces por tratar de determinar quién va a aportar esa suma: la información es vital para que los donantes tomen conciencia del problema y aporten los fondos necesarios. Luego hay que establecer claramente quién se va a ocupar de los niños, quién de los hospitales, de los ancianos, de reparar los caminos destruidos, de todo lo que ha sido desarmado o pulverizado en pocos minutos por un fenómeno cuyo origen, cabe aclarar, debe ser rastreado en varios millones de años atrás.”

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