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Sociedad|Domingo, 13 de febrero de 2005
LA HISTORIA DE SABINE DARDENNE, VICTIMA DEL PEOR PAIDOFILO DE EUROPA

“Un monstruo mató mi infancia”

En 1996 fue secuestrada por Marc Dutroux, un predador sexual que ya había robado y violado a una docena de niñas. Sabine tenía 12 años, sobrevivió y el año pasado fue la testigo esencial para condenar a perpetua al monstruoso belga. Acaba de publicar un libro donde cuenta la historia de su cautiverio y su supervivencia.

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Por Gabriela Cañas *

El 19 de abril de 2004, cientos de ciudadanos y periodistas de todo el mundo acudieron a un pequeño pueblo belga llamado Arlon. Era un día clave en el proceso del peor pederasta de Europa, Marc Dutroux. Comparecía por primera vez ante el tribunal una de sus pocas víctimas vivas, la que había sufrido el más largo cautiverio y sus terribles penalidades, detalladas dos días antes a puerta cerrada con la lectura de las cartas que la niña escribió a su madre desde su encierro. Sabine, aquella llorosa niñita de 12 años rescatada del malvado en el verano de 1996, tenía ahora 20 años y nunca había vuelto a ver de cerca a su verdugo. Aquella mañana de abril lo hizo. Posó desafiante sus ojos azules sobre los del pederasta y éste bajó los suyos. Fue una victoria que a nadie pasó inadvertida, aunque para entonces Sabine Dardenne ya había infligido muchas derrotas a Dutroux desde el mismo día en que la secuestró cuando rodaba en su bicicleta camino del colegio, “el momento en que un monstruo mató mi infancia”.
El día de la audiencia hubo desmayos en la sala de Arlon. Sabine dice que no sintió nada especial cuando se reencontró con su verdugo metido en esa especie de pecera desde la que siguió el juicio. Quizá por eso pudo mostrar incluso su sentido del humor al responder a su abogado sobre los programas de televisión que durante 80 días de encierro le dejó ver el pederasta: “Canal+ sin descodificar. Me decía que tenía que esforzarme por descifrar las imágenes. Yo no tenía ganas, no me interesaba. Ya lo veía en vivo y en directo”.
Sabine Dardenne le arrebató ya el año pasado a Marc Dutroux las portadas de los periódicos. Fue una más de sus victorias contra un psicópata egocéntrico y engreído que durante años monopolizó las páginas y que cayó en la trampa de llevar a la policía hasta las tumbas de sus víctimas cuando el hábil inspector Michel Demoulin le confesó humildemente que sin su colaboración activa nunca lograrían desenmascararlo. “La vanidad es su punto débil”, dice Demoulin.
El testimonio de Sabine Dardenne fue demasiado corto. Esta chica (ahora tiene 21 años) que aprovechaba los descansos para fumarse un cigarrillo fue el principal testigo de cargo del caso Dutroux, que conmocionó a la sociedad belga, y creyó que su declaración le permitiría por fin contar su historia completa. No fue así, y quizá por eso ella, que apenas ha dado dos o tres entrevistas en su vida y huye de la prensa, se prestó a escribir un libro. La ayudó la escritora francesa Marie-Thérese Cuny, y con él Sabine espera no tener que dar entrevistas ni volver a hablar de Dutroux. Es un libro-losa con el que quiere sepultar su pasado de una vez por todas y en el que reclama a la Justicia que no vuelva a liberar a un pederasta por buena conducta.
En libertad
Tal era la situación de Marc Dutroux cuando aquel martes 28 de mayo de 1996 le arrebató a Sabine el tesoro de su infancia. Para entonces, este electricista que nunca ejerció su oficio llevaba cuatro años en libertad provisional. Condenado a trece años y medio de cárcel por robos, secuestros y violación de seis menores, su buena conducta le había valido una liberación temprana tras apenas seis años de cárcel y volvió a casa con la determinación de no volver a prisión. Tarea complicada, habida cuenta de su intención de seguir secuestrando y violando.
Dutroux estaba bajo especial vigilancia policial cuando entre 1994 y 1996 violó a dos jóvenes eslovacas. También cuando secuestró, violó y asesinó, en este orden, a Julie Lejeune (8 años), Mélissa Russo (8 años), An Marchal (17 años) y Eefje Lambrecks (19 años), y cuando secuestró y violó a Sabine Dardenne (12 años) y Laetitia Delhez (14 años), las dos sobrevivientes. Las seis últimas sufrieron su terrible calvario en la misma casa de Dutroux, en Marcinelle (un barrio de Charleroi), donde disponía de un sótano de apenas seis metros cuadrados para encerrar a sus víctimas entre una violación y la siguiente.
Los detalles de esta historia, que incluyen el entierro vivas de dos de las niñas y la muerte por desnutrición de otras dos, además de la negligencia y la incapacidad del sistema para proteger a sus propias hijas, han golpeado y perseguido como una condena a la sociedad belga, que vivió el proceso con el firme deseo de pasar página, como la propia Sabine, cuyo coraje ha sido el regalo más inesperado para facilitar esta tarea.
Sabine Dardenne es menuda y coqueta. Tras su primer testimonio ante el tribunal acudió casi todos los días al juicio contra Dutroux y sus secuaces –su propia esposa, Michelle Martin; Michel Lelièvre y JeanMichel Nihoul– que terminó en junio con cadena perpetua para el paidófilo, y penas de 30, 25 y 10 años para el resto. El testimonio de Sabine fue crucial. De ahí la expectativa.
“Estaba aterrada delante de toda esa gente que esperaba a que yo hablara. La sala me impresionaba mucho más que el acusado. Entonces eché una mirada en dirección a mi abogado para tranquilizarle y decirle en silencio: ‘No se preocupe, no me voy a desmayar’.”
Ni se desvaneció, ni naufragó entre sus propias lágrimas. Fue capaz de responder a todas las preguntas sin perder el temple utilizando ese acento con el que los jóvenes adolescentes francófonos arrastran con indolencia y elegancia las vocales. Por lo demás, a Marc Dutroux lo encontró, como siempre, con el pelo grasiento, tan feo y repulsivo como antes, aunque un poco más envejecido (ahora tiene 49 años).
El cautiverio
“Fueron las crónicas de los periodistas del día siguiente las que nos llamaron la atención sobre la personalidad de Sabine”, dice su editor en París, Philippe Robinet. “La conocí después del juicio, cuando le propusimos el libro y, créame, es una persona extraordinaria.” ¿Fue ésa la razón por la cual Marc Dutroux no mató a Sabine y la mantuvo en tan largo cautiverio mientras toda Bélgica la buscaba hasta en el fondo de los canales?
El carácter indómito de Sabine Dardenne irritaba a su raptor, a pesar de lo cual accedía en ocasiones a las pequeñas peticiones que la niña le imploraba, como poder lavar su ropa interior o cambiar de vez en cuando su menú de albóndigas frías y leche caducada. También accedió, lamentablemente, a traerle una amiga para mitigar su soledad. Sabine, explica, nunca sospechó que tal demanda conllevara un nuevo secuestro, el de Laetitia Delhez, que durante seis días sufrió las mismas penalidades que Sabine antes de ser ambas liberadas, el 15 de agosto de 1996.
El complejo de culpa por haber involucrado indirectamente a Laetitia ha atormentado a Sabine. Para cuando quiso avisar a su nueva compañera de celda de lo que le esperaba en el dormitorio de Dutroux –“el cuarto del calvario”–, ésta, Laetitia, ya le informó de que “estaba hecho”, y cuando el monstruo volvió a por ella y la conminó a Sabine a quedarse en el sótano, la pequeña confiesa su alivio. “Sabía muy bien lo que iba a hacer con ella, pero en esos momentos pensé que mientras tanto a mí me dejaría en paz. Es triste, pero es así.”
Sabine describe todo lo que vivió como “una charca nauseabunda”, y el juicio la obligó a volver a ella. Pero parece haber salido del barro sin haber perdido la inocencia. Confiesa que sus hermanas eran más queridas que ella, y que la comunicación en casa, especialmente con su madre, muerta recientemente, nunca fue buena. Quizá por ello –he aquí otro sentimiento de culpa– creyó inmediatamente a su secuestrador, que le contó que un jefe despiadado le había ordenado raptarla y exigía un rescate de entre 24.000 y 72.000 euros que sus padres se negaban a pagar. Ese jefe la mataría por ello, razón por la cual el propio Dutroux no era en realidad su verdugo, sino su salvador.
Abandonos
Sabine también creyó que sus padres se habían apresurado a vaciar su armario, que nadie se estaba molestando en buscarla y que su única opción para sobrevivir era quedarse allí escondida y “amar el sexo”, un consejo de su madre, según el mensajero Dutroux. Así que Sabine, ignorante del escándalo que estaba causando su caso tras un largo rosario de niñas desaparecidas en Bélgica, se creyó abandonada. Ese sentimiento fue, con todo, una de las peores partes de su suplicio, y Sabine no se lo perdona ni a Dutroux ni a su ex mujer (siempre al corriente de todo; cómplice silenciosa y necesaria, y madre de sus hijos) cuando ambos le pidieron perdón.
De todos modos, si alguna vez el pederasta lee su libro –que está obteniendo un gran éxito en Alemania y Holanda, pero sobre todo en Francia y Bélgica–, podrá comprobar hasta qué punto este ángel de la victoria se salía ya con la suya con sólo 17 años, cuando tuvo su primer novio.
“Algún día tenía que enamorarme, como las demás chicas. Lo necesitaba y a la vez me daba miedo. A esa edad me decidí. Antes lo habíamos estado hablando y hablando sin parar, y también nos habíamos peleado como niños. El conocía mi pasado, igual que todo el mundo; pero casi nunca hablábamos de ello. Sería una primera vez para ambos: para mí, por el amor, y para él, por la experiencia. Yo fui la primera que tuve el valor de reconocer mis temores: ‘Ya te imaginarás que se trata de una experiencia muy dura en mi vida. No será fácil’. Según me dijo, él tampoco era un experto, así que me lo tomé a risa: ‘¡Mejor, así lo haremos igual de mal los dos!’. Y salió bien. Conseguí superar el bloqueo que amenazaba con amargar mi vida de mujer durante mucho tiempo. Sólo el amor podía liberarme de ello.”
Sabine tiene ahora otro novio. Los que la conocen aseguran que ha recuperado la normalidad de su vida; que tiene aficiones propias de su edad, amigos y un trabajo que la lleva cada día desde su casa de Tournai hasta Bruselas en un tren de cercanías. Nunca antes había contado su historia. Ni siquiera a sus padres, que tampoco lograron que acudiera a un psicólogo. Fue liberada gracias a Laetitia, pues hubo testigos de su rapto que informaron a la policía, y fue buscándola a ella como encontraron, de casualidad, a la pequeña Sabine.
Las cartas
La niña siempre se negó a que su propia madre leyera las cartas que nunca recibió, en las que describía sus suplicios y prometía esmerarse con las matemáticas y en su comportamiento en casa para convencerla de que pagara el rescate. “Ya sé que se los pedí muchas veces, pero ¡tienen que sacarme de aquí!”, imploraba. Algunos periódicos las extrajeron del sumario y las publicaron sin censura, poniendo al descubierto todos los detalles escabrosos que Sabine quiso ahorrarles a los suyos.
Su historia incomoda a muchos en Bélgica. Una gran parte de la sociedad belga sigue sospechando que tras Dutroux hubo una organización mafiosa orquestada por altos dirigentes políticos y económicos del país. Tal teoría, alimentada por el propio violador, nunca ha sido probada, y Sabine, principal testigo de cargo, no vio a nadie más que a Dutroux durante todo su cautiverio y, sólo fugazmente, un par de veces a su cómplice, el joven toxicómano Michel Lelièvre.
Pero siguen siendo muchos los que se niegan a achacar la aparente impunidad de que disfrutó este monstruo belga durante años a la mera incompetencia de policías y jueces, para los cuales, por cierto, esta heroína no tiene más que palabras de agradecimiento. Para otros, incluidos algunos familiares de las víctimas muertas, la supervivencia de Sabine es un insulto añadido a su dolor. “Yo tenía 20 años y estaba viva. No iba a pedir perdón por ello eternamente.”
Una rocambolesca y corta fuga de Dutroux en 1998 provocó dimisiones (el comandante general de la policía y los ministros de Justicia y de Interior) y, junto a la dioxina de los pollos, el vuelco electoral de 1999, que privó del poder a la democracia cristiana después de 50 años de hegemonía.
Sabine lleva años intentando pasar página, pero no quiere que los gobiernos olviden que estas cosas ocurren y que las víctimas son niños que ni siquiera conocen el sentido de las palabras que los adultos usan para definir esas cosas, cuya existencia ignoran por completo. Según datos de Unicef, un millón de niños (niñas en su mayoría) se incorporan cada año al rentabilísimo mercado del sexo, para que el que, según creen muchos, trabajaba Marc Dutroux.
En cuanto a Sabine, ella ya está a salvo. Quiso ir al colegio en septiembre de 1996 el primer día de curso, porque no quería ser diferente. Pero, además, quería ir como antes, sola y en bicicleta.
“Por supuesto, no me dejaron:
–¡No, no vas a ir sola al colegio! ¡Al menos, de momento, no!
–¡No voy a dejar de ir al colegio en bici por lo que me ha pasado! ¡Si vuelve a ocurrir será que de verdad no tengo nada de suerte!”

* De El País Semanal. Especial para Página/12.
El libro de Sabine Dardenne, Yo tenía 12 años, cogí mi bici y me fui al colegio, acaba de publicarse en castellano.

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