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Sociedad|Domingo, 5 de mayo de 2002
EL TRUEQUE SUMO UN LUGAR DE INTERCAMBIO DE ARTESANIAS Y OBRAS DE ARTE

Un cambio de cultura

Hay artesanos que llevan sus productos, artistas que exhiben sus trabajos como antes lo hacían en las galerías, y músicos y actores que muestran sus obras. Es el “nodo artístico”, la última novedad del imparable fenómeno del trueque.

Por Eduardo Videla
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El nodo cultural funciona los sábados en Caballito.
El crédito es, hasta ahora, un vocablo desconocido en las galerías de arte o en los puestos de ferias artesanales, en recitales o teatros. Al menos en su acepción de moneda de cambio en clubes del trueque. Sin embargo, artistas y artesanos ya tienen un lugar dentro de esa estrategia de supervivencia que gana adeptos a fuerza de falta de trabajo y de dinero. Esa modalidad de intercambio, reservada hasta el momento para alimentos, ropa y servicios, se aplica ahora para comerciar obras de arte y bijouterie, artículos para decoración y cursos diversos, en el primer nodo cultural de la Red Global del Trueque, que acaba de inaugurarse en el barrio de Caballito y promete repetirse todos los sábados. El debut fue auspicioso: concurrieron más de 200 personas, entre quienes expusieron sus productos y los que fueron a comprar con créditos generados en otros intercambios.
La idea original fue de Catalina Pantuso, socióloga y editora de la revista Soles, agenda cultural de Buenos Aires. Acostumbrada a tratar con artistas y con las dificultades que éstos tienen para vivir de su trabajo, Catalina imaginó que también estas actividades podrían encuadrarse bajo el sistema del trueque. “Como en las ferias tradicionales la gente privilegia la demanda de comestibles y artículos de primera necesidad, creí que ése no era el lugar adecuado: las artesanías y los productos culturales se iban a perder entre alimentos y prendas de vestir”, explica.
Fue por eso que, hace dos años, cuando eran pocos los que hablaban de trueque y menos los que participaban de la experiencia, organizó la primera feria para artistas y artesanos en un local del barrio de Belgrano. Y en diciembre del año pasado, en medio de la debacle del gobierno de Fernando de la Rúa, organizó una segunda versión, “con la idea de ofrecer productos para los regalos de fin de año”. El éxito del encuentro –participaron más de 150 personas– lo convirtió en una experiencia piloto de lo que vendría: la creación del primer nodo cultural de la Red Global del Trueque.
La inauguración se hizo hace dos sábados, en la Biblioteca Alvear, ubicada en Avellaneda 542, en Caballito. “Fue un éxito, superó nuestras expectativas”, dijo la organizadora: hubo en total 85 expositores e ingresaron para hacer operaciones con créditos 203 personas. El resultado dio pie para confirmar la repetición de la feria todos los sábados, entre las 15 y las 18.
El nodo cultural fue bautizado como “Arte y trabajo” y hay algunas reglas de juego si se quiere participar en él. “Todos los productos tienen que ser elaborados por los artesanos. Y los libros que se ofrezcan deben ser nuevos. No es un mercado del usado”, aclaró la promotora del club. Tanto para exponer como para entrar a comprar, se debe abonar una entrada de un peso más un crédito, como una suerte de derecho de admisión. “Este ingreso se destina a solventar gastos y a hacer un fondo para comprar insumos para los artistas”, agregó Pantuso.
¿Quiénes fueron los clientes en esta primera feria del trueque cultural? Principalmente, gente que ya participa en el sistema, que viene acumulando créditos y busca productos que no encuentra en nodos tradicionales. “Pero también puede venir gente que no esté en la red, y ofrecer insumos para los artistas: desde papel y pinceles hasta tintas, acrílicos y marcos”, aclara Catalina.
Ocurrió el sábado, donde un artesano ofreció papel reciclado y un vendedor de pinceles artísticos dejó por una vez el recorrido por librerías especializadas para probar suerte entre los prosumidores del Club del Trueque. “Aunque no vendí mucho, creo que es una alternativa interesante, para no quedarme en el circuito de las librerías, donde hay mucha competencia y cada vez es más difícil vender”, dice Sergio, vendedor de pinceles desde hace diez años. Le llevará tiempo acostumbrarse a esos papelitos a los que llaman créditos: “Por ahora los voy a ir acumulando, después veré”, sostiene, más acostumbrado a lidiar con patacones y lecops. Mejor suerte tuvo Patricia Pellegrini, que había llevado bijouterie y, de paso, unos cuadros, como para mostrar, y terminó vendiendo dos pinturas en tinta, por valor de 100 créditos cada una. “La gente que nos compró nos pidió la dirección del taller para ver más obras”, se entusiasma Patricia, que en mejores tiempos supo llevar obras y artesanías a ciudades de Alemania, Bélgica y Luxemburgo.
En la feria no sólo hay pinturas y pinceles. También se ofrecen artesanías en cuero, vitreaux, iluminación artesanal, tarjetería española, artesanías en madera o azulejos, y servicios como clases de ajedrez o matemáticas, o redacción de gacetillas.
La arquitecta Mónica Boldrini, por ejemplo, propuso un servicio de asesoramiento para autoconstrucción. Pero como en este momento es casi imposible que alguien se decida a construir y, más aún, que contrate un arquitecto, decidió exponer artesanías de su cosecha, destinadas a la decoración. “Pude vender un cuadro con un original de la revista Caras y Caretas de 1920, un florero de zinc, un candelero de cemento y cuatro revistas de arquitectura y decoración”, enumera.
Perteneciente al grupo pionero del nodo cultural, Mónica elogia la calidad de los productos ofrecidos en la feria: para asegurar la continuidad de la experiencia, encargó para el sábado siguiente un par de almohadones de pana italiana con galones y bordados, al módico precio de ocho créditos por unidad.
El batacazo de la tarde lo dio la artista plástica Ana Rosa Giovanetti, que apostó todo a sus collages de tinta y fotografías, sobre papel, y pudo vender dos cuadros a 120 y 200 créditos, respectivamente. Con un pasado no muy lejano de galerías y giras por el mundo, Ana Rosa desconfiaba del trueque, sentía recelos de la modalidad. “Pensaba que era como volver al pasado, un retroceso. Pero después me convencí de que, además, es una forma de salir adelante y poder mirar hacia el futuro”, dice ahora.
Por eso se sumó a la experiencia y también incorporó a una amiga, escenógrafa y vestuarista de teatro “que estaba en la decadencia total, sin trabajo y empezó a hacer artesanías con velas perfumadas”. “Cuando empezó a vender se sintió muy estimulada”, relata.
Como corresponde, en la feria artística funciona un café bar que trabaja con créditos, y pronto habrá una guardería para que las madres puedan trocar sin preocuparse por los niños. De 16.30 a 17.30 se dictan clases de capacitación para los interesados. Y los planes de los organizadores contemplan realizar, una vez por mes, espectáculos teatrales y musicales donde músicos y actores cobren lo que se recaude en créditos del trueque.
“El objetivo es que los artistas, que tienen dificultades para acceder al mercado formal, puedan mostrar sus obras y colocar sus productos”, explica la promotora del nodo.
De esas dificultades conocen bien Ana Rosa y Patricia, que para exhibir sus trabajos deben conseguir desde la galería hasta los catálogos. “Hay muchos músicos o actores de teatro independiente que ponen plata de su bolsillo para alquilar una sala, algo que cada vez se hace más difícil. El trueque les ofrece la posibilidad de mostrar lo que hacen”, dice Catalina. Para ella, el flamante club es una apuesta fuerte a una movida cultural solidaria y colectiva. Pero, además, es una posibilidad cierta de trabajo.
“Porque si estuviera bien –confiesa– no estaría en el trueque.”

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