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Sociedad|Sábado, 19 de marzo de 2005
DIERON DE ALTA AYER A LA
UNICA VICTIMA QUE CONTINUABA INTERNADA

La última sobreviviente de Cromañón

Romina había ido con su familia al recital. Su hermano, de 14 años, y su papá fallecieron. Su madre se salvó. Estuvo internada 78 días.

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El departamento en los monoblocks de Lugano, donde viven Romina y su mamá, ahora les queda grande.
Cuando Romina Calderón dejó el Hospital Militar ayer a las 10 de la mañana, lo primero que hizo antes de volver a casa fue ir al cementerio de Flores. Acompañada por su madre, Miriam, fue “hasta la parte que le dicen ‘el tablón’. Iba mirando tumba por tumba –contó la chica de 19 años a Página/12–. En esa zona había fácil 30 lápidas en las que, como fecha de muerte, figuraba el 30/12. Chicos de 16, 17, 13 años. Era impresionante”. Se detuvieron ante las de Roberto y Matías Calderón, el padre y el hermano de Romina. Después de casi tres meses, la familia volvía a estar reunida. La última vez había sido cuando se apagó la luz y Miriam propuso que se agarraran de la mano para no separarse, en la desesperación reinante de República Cromañón. “Veo la foto de mi hermano en la lápida y no lo puedo creer. Tenía 14 años. Y todo porque querían llevarse unos billetes más”, juzgó Romina, todavía con la voz un poco seca por el humo que le otorgó la triste celebridad de ser la última de las 500 víctimas del incendio en dejar el hospital. En el departamento de los monoblocks de Lugano que ahora les queda grande, las mujeres tienen la única certeza de que el futuro va a ser “diferente”.
Roberto, de 41 años, se desempeñaba como suboficial principal del Estado Mayor del Ejército. Se había casado con Miriam hacía veinte años, cuando ella tenía 19. Al año siguiente nació Romina. Cinco años después, Matías. Miriam recordó cómo se horrorizaba por el placer con que su hijo escuchaba cumbia villera, cuando entraba en la pubertad. “El cantaba esas canciones sin ponerse a pensar en lo que decían las letras”, notaba la madre. Su esposo la calmaba: “Cuando sea más grande se va a hacer ro-ckero, como Romina”, le decía. Y así fue. El chico empezó a escuchar los discos de Callejeros a su hermana, y los padres se contagiaron. Romina iba a los recitales con sus amigos. Pero cuando comenzó a acompañarla Matías pidió a su padre que también viniera, “porque yo tenía que cuidarlo y me perdía el recital. Lo cuidaba como si fuera mi hermanito, aunque me sacaba una cabeza”.
El 1º de enero se iban a ir a Santa Teresita, como todos los años. Ya tenían los pasajes y la casa. Era el primer recital al que iba Miriam, a quien no le gustó la cosa desde que le hicieron sacar las zapatillas a la entrada. “Pero el peligro ya estaba adentro”, evaluó. Romina tiene tres recuerdos puntuales: “Cuando se incendió la media sombra. El fuego duró segundos, y empezó a salir el humo. Después me acuerdo de los de la banda huyendo como ratas del escenario. Entonces se corta la luz”. Como tantos asistentes, quedaron esperando a que los organizadores extinguieran el fuego. “No puedo hacer nada”, gritaba el padre en la oscuridad de cianuro y monóxido de carbono. Se separaron en el revuelo. Romina puso a su hermano contra una pared, lo agachó y le tapó con la remera la cara. “Alrededor, las voces de chicos gritaban ‘me muero’, ‘auxilio’, ‘me falta el aire’. Esas cosas. Como alguien pisó a mi hermano me puse arriba para protegerlo. El me dijo ‘busquemos una salida’, pero pensé que si nos movíamos de ahí nos iban a pasar por arriba”, relató.
Se despertó en el hospital y estaba lúcida. Hasta que le agarró un paro respiratorio que la dejó 55 días en terapia intensiva, la tuvo un mes en coma farmacológico y propició que le operaran los pulmones. Miriam estuvo internada hasta el 20 de enero. Con las muertes de los hombres de la familia, “en el hospital un día me decían que (Romina) ‘se muere’. Al otro, ‘se salva’. Al día siguiente volvía a empeorar”. Así pasaron el verano. “Para mí el año empezó hoy” (por ayer), contó Romina, que si tiene que escribir la fecha todavía pone 2004. Cuando preguntaba por su padre y su hermano, “le teníamos que mentir. Le decíamos que estaban en otra parte”. El 23 de febrero le dijeron una verdad que caía de madura. “Ya sabía”, respondió a sus familiares cuando la informaron. “Soy la única que se arregla con el novio en terapia intensiva”, observó Romina, que entubada le escribió a Ricardo que lo amaba. Se habían peleado hacía un año, y él estuvo en el hospital desde el primer día.
“Vas a terminar el año con tu familia y mirá cómo acabás”, pensó Romina, que espera “que tantas muertes hayan servido para algo”. Igualmente, “no me veo en marchas, porque ni Kirchner ni Ibarra nos van a devolver a nuestra familia”. Y consideró que “la banda también tiene culpa, porque sabían cuánta gente entraba. ¿Ahora me van a cantar para consolarme? Es una hipocresía”.
Informe: Sebastián Ochoa

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