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Sociedad|Domingo, 8 de mayo de 2005
EL AUGE DE LAS PLANTACIONES CASERAS DE CANNABIS POR LA ESCASEZ DE MARIHUANA

El autocultivo

Desde diciembre la marihuana se volvió escasa en el país. La que hay es mala y cuesta tres veces más. Algunos especialistas sostienen que la baja es una política para desplazar la demanda a drogas más riesgosas. Para morigerar la abstinencia colectiva, los cultores porteños del cannabis se están volcando al autocultivo.

Por Alejandra Dandan
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Ana lleva veintiún años plantando cannabis, aprendió a los 19 experimentando en la maceta de un balcón del centro de Buenos Aires. Recién había sido mamá: “Me agarró la paranoia típica –dice–: a ver si me veían mis vecinos”. Con los años supo que su mejor cosecha sale cuando planta durante la última luna menguante de agosto. Y el último febrero aprendió a cambiar el sexo de las plantas con una pócima licuada de brotes de soja. Sabe que sus plantas son buenas, pero no había pensado venderlas hasta hace unos días: la escasez de marihuana en Buenos Aires terminó golpeando las puertas de su casa de Tigre. Por primera vez en todos estos años alguien le ofreció 5 pesos por gramo cultivado. Ana no aceptó, pero –lo admite– se quedó pensando.
Desde diciembre, los cultores del cannabis padecen un síndrome de abstinencia colectiva. Una repentina ausencia desató todo tipo de teorías de este lado del Río de la Plata, en Uruguay y en la web, donde los aficionados buscan explicaciones y soluciones para morigerar la privación.
La poca marihuana que consiguen en Buenos Aires los usuarios es mala, prensada, llena de semillas y cara: el gramo pasó de uno a tres pesos en los últimos seis meses. Se les echó la culpa a los operativos en la Triple Frontera después de la muerte de la hija del ex presidente Raúl Cubas; a las acciones de la DEA contra las FARC colombianas, que ahora trabajan hacendosamente con narcos brasileños en Paraguay; a las sequías y hasta a quienes intentan desplazar el cannabis paraguayo del mercado para abrirle camino a la maligna pasta base procesada en Bolivia.
¿Qué pasó en realidad? Nadie lo sabe con exactitud, pero buena parte de estas causas parecen explicarlo. En tanto, los usuarios salen a buscar en el autocultivo una alternativa. Intentan saber si las temperaturas de esta época del año son adecuadas para iniciarse en las plantaciones de marihuana fabricada made in casa.
El viernes 18 de marzo, Luchano dejó escritas sus preguntas en un foro de Internet:
–¿Se acabó el porro en Buenos Aires? –inquirió–. Lo aumentaron escases mallllll? guerra de narcos paraguayos????? ahora habrá que tomar mas fernetttt (sic).
Eran las 17.53 minutos. Poco después, otro argentino llamado Wilson contestó con humor:
“Domingo, 20 de Marzo de 2005 a las 15:24 –escribió–. ¿Qué espera Kirschner para salir y criticar a los dealers por esta escasez?” (sigue el sic).
Desde entonces han pasado casi dos meses, poco ha cambiado y hasta la Gendarmería coincide con el diagnóstico de la escasez: en lo que va del año, Drogas Peligrosas secuestró 1315 kilos de marihuana y detuvo a 103 personas, la tercera parte de los secuestros y las detenciones hechas en el mismo período del año pasado.
No es que las plantaciones hayan dejado de ser un negocio, pero el sistema de controles, el tipo de cambio y la distancia desde las zonas productoras hasta el punto de destino parecen ser parte de las explicaciones.
Un productor paraguayo recibe 10 dólares por la cosecha de un kilo de marihuana. Con una hectárea obtiene 3 mil kilos y 30 mil dólares. “Como en el año las cosechas suelen ser dos, con una producción pueden llevarse hasta 60 mil dólares”, razona Aníbal Maiztegui, que con grado de comandante general es director de la División Antidrogas de Gendarmería. Cuando la marihuana se fracciona, sigue explicando, el precio aumenta: un kilo fraccionado en Uruguay se paga 600 dólares, en Chile 1000 dólares y en Argentina entre 300 y 400 dólares. Con estos números, todo hace suponer que el mercado más rendidor de la producción paraguaya ya no es el argentino. Históricamente la Argentina recibió entre un 10 y 12 por ciento de la producción de marihuana paraguaya. Del total, una parte se quedaba y otra “permanecía en tránsito hacia Chile”, explica Gabriel Abboud, subsecretario de Control del Narcotráfico de la Secretaría para la Prevención de la Drogadicción y Lucha contra el Narcotráfico (Sedronar). A pesar de la devaluación, en los últimos años los números no variaron. Lo que cambió, para Abboud, es un presunto aumento de la demanda, una sucesión de malas condiciones climáticas, el auge de operativos en los controles fronterizos y, finalmente, el tipo de producción en Paraguay: en los dos últimos años, ese país alcanzó niveles de producción comparables con lo que aquí se llamó el “boom de la soja”: 18 mil toneladas en 2003 y 21 mil toneladas en 2004. Cuatro cosechas anuales en lugar de las dos tradicionales y el uso de tecnología apta para cultivos intensivos son parte de las explicaciones del fenomenal crecimiento. Lo que esas variables no explican, sin embargo, es por qué si hubo tanta producción aquí existe escasez. Según la hipótesis de Abboud, todo es más simple de lo pensado: una gran sequía regional habría interrumpido la última cosecha. Si eso es así, todo indicaría un pronto regreso a la “normalidad”, pero la comunidad de usuarios lo ha puesto en duda:
–Esto es como la Bolsa o el riesgo país –dice Marcelo, un usuario–: nunca sabés si tenés que comprar más porque el precio va a seguir subiendo o tenés que esperar porque va a tener que bajar.

Para abajo:

Como cualquier producto del mercado, el precio del cannabis está vinculado a la ley de la oferta y la demanda: si hay menos, cuesta más. La pregunta es si sólo hay menos por una sequía o porque existe una orientación del precio para regular la demanda, como sospecha Silvia Incháurraga, directora del Centro de Estudios de Drogadependencias y Sida de la Universidad Nacional de Rosario (ADRA). El aumento de precios, sumado a la prohibición del acceso y tenencia, dispara varios fenómenos.
En lugar de restringir el consumo, según Incháurraga, lo diversifica de modo peligroso. Aunque no comparte las teorías sobre el consumo escalonado y sostiene que buena parte de los cultores del cannabis fuman sólo marihuana, hay un sector que responde a la escasez proveyéndose de productos más tóxicos, riesgosos y económicos. “La prohibición genera una concentración de las redes de distribución”, explica. En otros países, como Holanda, “evitan que los usuarios entren en contacto con otras drogas como la heroína o el crac separando el mercado con la legalización, por ejemplo, de lugares aptos para fumar como los coffee shop”. Acá, dice, “sucede todo lo contrario: a la misma persona que vende la marihuana le comprás todo”. Y todo incluye pasta base o frascos enteros de quetamina “con efectos de riesgos tóxicos que por 30 o 40 pesos suplantan las pastillas de éxtasis y se distribuyen en amigos”.
El dato no le pasó por alto ni siquiera a la Gendarmería: aunque las incautaciones de marihuana bajaron, las de la cocaína aumentaron tres veces este año. Drogas Peligrosas secuestró 477 kilos en los primeros meses, mientras que en todo el año pasado se incautaron 210, indicador de un supuesto aumento del consumo. Aunque nadie puede marcar aún un desplazamiento directo del cannabis a la cocaína, los uruguayos construyeron su propia teoría con datos semejantes.
Preocupados como los argentinos por la escasez, confirmaron la existencia de desplazamientos riesgosos. En marzo, El Observador aseguró que el desplazamiento del cannabis paraguayo por la pasta base sería impulsado por una cuestión de números: con un kilo de pasta los traficantes obtienen el mismo dinero que por 90 kilos de marihuana.

Made in casa:

Frente a la escasez y el precio, hay quienes optaron por cultivos caseros en patios de PH, balcones, terrazas –como las de Cristina, que estuvo preocupada porque las dimensiones de su planta podían dejarla en evidencia– o departamentos con peceras plagadas de lámparas de sodio de 400 watts prendidas durante doce horas continuas en las horas de crecimiento hasta que la planta trepe los 30 o 40 centímetros de alto. Hay plantaciones en los clásicos y clandestinos armarios, en pequeñas departamentos de dos ambientes como el de Maxi, un experto en materia de rastas que dedica el tiempo libre a los cultivos intensivos bajo el techo cerrado de su casa de Almagro.
Alicia Castilla escribió Cultura Cannabis, una especie de narración iniciática sobre políticas, filosofías, recetas y potencialidades de la planta. Vivió en Brasil hasta hace cinco años y en este momento reparte el tiempo entre la traducción de un libro sobre bancos de semillas y plaza Francia. Es una de las que sostiene aquel postulado que indica que ante la escasez están aumentando las producciones caseras. No sólo por los precios o la falta de disponibilidad –advierte– sino que “las hojas propias dan más confianza”. En este tiempo, conoció casos como el de un fabricante de zapatos que abandonó su fábrica y se instaló en Entre Ríos para dedicarse tiempo completo a la producción del cultivo. O el de quienes alquilan departamentos para trasformarlos en invernaderos con potencialidades de microemprendimiento.
“En los años que llevo en el país –dice Alicia–, veo a la gente que sale del armario. Me sorprendo en plaza Francia con los estereotipos que aparecen pero al revés: gente que yo nunca hubiese pensado que fumase vienen a consultar por las semillas.” La gente se anima más: “La hiperadaptabilidad a la represión generaba que no marches por miedo al escrache. Ahora la gente se organiza para aprender a plantar”. Con la lógica de las prácticas semiclandestinas, los novatos suelen encontrarse con militantes en citas ultraveloces e hiperreservadas para hacer cursos intensivos de cultivo durante un fin de semana. Se informan sobre el tiempo de crecimiento de una planta, de seis meses cuando se cultiva al aire libre. Aprenden que las cosechas se hacen en marzo y que los procesos de cultivo interior son más veloces: “Con semillas modificadas genéticamente e iluminadas con una lámpara de sodio de 400 watts –dice Alicia–, los seis meses se reducen a dos: cada metro cuadrado de plantas puede dar entre 350 y 500 gramos de cannabis”. El problema con las primeras prácticas son los vecinos: “El olor es uno de los temas –dice Alicia–, sobre todo con alguna de las especies que se huelen desde los primeros brotes. Hay que tener cuidado con los vecinos”.

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