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Sociedad|Jueves, 9 de junio de 2005

“Dije que me violaron, pero no querían escuchar eso”

Romina Tejerina habló con Página/12 un día antes de la sentencia en el juicio por homicidio.

Por Marta Dillon
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Elvira y Florentino, los padres de Romina Tejerina.
“¿Culpa? Claro que sí, porque yo sé que me desquité con una criatura que no tenía nada que ver, pero si hubiera crecido, no sé, la hubiera rechazado también. Yo estaba en shock. Me acuerdo de que me llevaron al hospital y ahí me agarró un oficial Reyes, que yo conocía del barrio, y me empezó a zamarrear, a decirme ‘pendeja de mierda, qué haz hecho’... Y yo muda, lo miraba. Después vino la neonatóloga y de vuelta a sacudirme, así con odio, que qué había hecho, que no me haga la mosquita muerta porque era un monstruo. Esas son las palabras que tengo grabadas.”
Hoy, Romina Tejerina estará sentada de nuevo en el banquillo de acusada. Hoy se sabrá qué significa que “nadie va a quedar contento con la sentencia”, como aseguró una fuente del tribunal que la juzga, abriendo la posibilidad, al menos, de que no reciba la pena máxima pedida por el ministerio público. Pero todavía es miércoles mientras la joven habla, sentada sobre un borde de cemento que alguna vez delimitó una cancha de voley que nadie usa en el penal de mujeres de Alto Comedero. “Yo digo que estoy preparada para cualquier cosa, pero la verdad no sé qué me va a pasar. No sé qué les va a pasar a mis viejos, que han sido de hierro luchando conmigo”, dice y se acomoda el pelo prolijamente peinado con una raya en zigzag que aprendió a hacer en el taller de peluquería que acorta el tiempo en cautiverio. No pudo terminar la secundaria, a pesar de que estaba en quinto año cuando un embarazo que crecía en silencio terminó en tragedia. “Es que no hay capacitadores para mí, acá hay escuela sólo del primer ciclo y querían que lo haga de nuevo, pero yo tengo todo aprobado.”
Fue en febrero de 2003 cuando Romina se encerró en el baño de su casa, en el barrio Roberto Sánchez de San Pedro, a 30 kilómetros de San Salvador. Allí parió, sin ayuda, una beba que no quería y que actualizaba la violación de la había sido víctima, ocho meses atrás, dentro del auto de su vecino, un hombre 20 años mayor. “Ahí mismo, en el baño, se me cruzó la imagen de él. El me tenía como encerrada, porque cada vez que salía lo veía y se me reía, me burlaba. Yo ya no era la misma, si siempre fui de hablar mucho y en ese tiempo estaba muda, me quería morir.”
Después sucedió lo que ya se ha relatado más de una vez desde que su nombre se convirtió en demanda para mujeres de todo el país que en cada marcha han venido pidiendo su libertad. Las pericias dicen que fueron 26 puñaladas. Ella sólo dice que en ese baño se sintió “más encerrada que nunca” y que después no sabe, no se acuerda, hasta que escuchó cómo la insultaban en el hospital al que la llevaron sus hermanas, junto con el cuerpo de la recién nacida. “Lo único que dije ahí mismo es que me habían violado, pero nadie quería escuchar eso, querían que declarara lo otro”, dice, balanceando las piernas que se le acalambran, supone, por los nervios.
–¿Por qué nunca pediste ayuda hasta ese momento?
–Se me juntaban las amenazas del violador con las de mi viejito, que siempre me decía que era una puta, que si llegaba embarazada le iba a dar un infarto. Porque ellos son así, chapados a la antigua. Yo no tenía confianza ni con la mami ni con el papi. Si algo quisiera cambiar es eso, tener confianza para poder hablar con ellos en vez de andar siempre con miedo.
Sus padres están cerca mientras ella habla. Son como un isla de silencio en medio de una tarde de visita en el penal donde conviven 52 mujeres y cinco niños. La trama familiar se ha develado en el juicio y han acusado recibo. Pero Romina no quiere cargar sobre ellos: “Yo le dije a la mamá que para ella debía ser muy duro por las cosas que se dicen, pero no puedo hacer nada. Yo tengo la imagen de mi papá pegando a mi hermana, y a mítambién, cuando volvía de la escuela mojada, porque yo era de hacerme pis y arruinaba la ropa que me compraban”.
–¿Vos creés que el violador se había dado cuenta de que podías estar embarazada?
–No sé, porque a mí no se me notaba, si siempre pesé 48 kilos y en ese momento tenía 53. Además, a él qué le importaba. Si me acuerdo que una vez me encontró en Metrópolis, un boliche al que iba con mi hermana, y vino y me dijo que estaba con un amigo listo para llevarme, que tenía el auto en la puerta. Yo lo maldecía con la mirada, pero no sabía qué hacer.
El miedo es un lugar común que aparece en su relato como una letanía. Miedo a lo que iban a decir sus padres, miedo a que el hombre que la había forzado lo volviera a hacer. “Ya ni quería ir a la escuela. Y eso que era encargada de curso, pero no podía. A todos lados tenía que salir con Erica, mi hermana. Y hasta a ella la trataba mal, le gritaba por cualquier cosa, no sé por qué, pero estaba agresiva, como mala. No era yo.”
–¿Hay algo que te gustaría decirles a las personas que te juzgan?
–No, yo no quiero hablar porque siempre las preguntas son crueles. Ellos ya tienen que saber lo que me pasó, porque el violador está lo más tranquilo, a él lo absolvieron. Y yo me descargué como no tendría que haberlo hecho. No sabés cuánto recé después para que la criatura se salve, cuando empecé a estar más tranquila rezaba mucho. Sé que a mí no me la podían dejar ver (cuando la nena agonizaba).
Un grupo de mujeres llegan desde el conurbano bonaerense para la visita. Le traen peluches hechos en los talleres de desocupados.
Hace tres días que Romina no duerme, se le nota en los ojos negros y grandes inyectados de rojo. Pero no quiere medicación, dice que eso es peor porque no quiere estar dopada. Tiene 21 años que parecen menos, si hasta no pudo evitar hacer globos con un chicle porque los nervios en las primeras audiencias le hacían trampa. “Después se agarran de eso para decir que soy una desalmada, o hablan de la ropa que uso. Igual que en el juicio por la violación, me preguntaban si usaba pollera corta. Y claro que usaba, como todas las chicas. Ahora no sé si alguna vez voy a volver a ir a bailar, lo único que quiero es terminar la escuela, porque ya perdí mucho tiempo.” Hoy se decidirá cuánto tiempo más la va a separar de su sueño de graduación. Mientras, afuera del tribunal, un acampe de mujeres dirá que con Romina se está juzgando a todas, porque, como dice María Isabel Lemos, de La Matanza, “todas sabemos lo que es soportar la violencia”.

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