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Sociedad|Domingo, 7 de agosto de 2005
EL PIRATA INFORMATICO ESPAÑOL PRESO EN LA ARGENTINA

“Hacker se nace”

Lo acusan de algo que dice no haber hecho, que aquí no es delito y que en España no está probado. José Manuel García Rodríguez está sospechado de ser un estafador, pero él jura que sólo hace travesuras para demostrar la frágil seguridad en la red. Lo que nadie discute es que, a los 23 años, es un genio de la informática. Página/12 lo entrevistó en su calabozo. Aquí cuenta su historia.

Por Horacio Cecchi
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José Manuel García Rodríguez, tras ser detenido en Santa Fe.
En la santafesina Carcarañá, un pueblo crecido en tierras de hacendados y jesuitas, lo conocen desde 2003 como el Gordo, o José, como el Español o Gallego. Para los hackers del mundo entero es Tasmania. Desde hace años, en la península ibérica el runrún del boca a boca lo designa como un genio que se divertía burlando la perfección de las contraseñas y códigos de seguridad que tuviera a mano en la red de redes de los españoles. En cambio, los medios periodísticos de aquí y de allá lo catalogaron, desde el jueves 28, como líder de una banda dedicada a realizar millonarios fraudes a bancos españoles. Ese día, el Gordo, o José, o el Español, o Gallego, pero especialmente Tasmania, fue detenido por Interpol en su casita de Carcarañá, donde vive sin ocultarse de nadie y con todos sus papeles en regla. Le enrostraron un curioso pedido de captura internacional: los policías le decían que Interpol de España les había comunicado que una jueza decía que un tal Alex Picú, rumano y detenido por estafas en España, le había jurado y perjurado que Tasmania le había dicho (eso sí, por chateo) que haría saltar la banca española. ¿Confuso? No, increíble. Página/12 conversó y entrevistó al famoso demonio en su lugar de detención, en Rosario, y se encontró con que el todavía adolescente de 23 años José Manuel García Rodríguez lo único que tiene del demonio de Tasmania es su legendario nombre y en que puede resultar endemoniado. Ni siquiera tiene en común su tamaño (el animalito australiano mide 50 centímetros y este Tasmania es inmenso). Sostiene que nunca robó, que empezó como hacker por curiosidad, que siguió por competencia de inteligencias y terminó como militante de la ética del hackeo contra el Big Brother, “contra el ojo que os vigila para que sigamos siendo ganado”.
“Yo no invento nada. Yo tomo calles que ya están, que son públicas, que están en la red, pero que la gente no anda ni sabe que existen porque prefiere no enterarse, porque prefiere creer que es el único camino –dice, con su brutal candidez–. Es más cómodo, pero viven como les dicen que tienen que vivir.” Ni uno ni nadie espera encontrar semejante párrafo crítico al mundo globalizado de boca de un post adolescente, detrás de las rejas y envuelto por la oscura humedad de una celda compartida.
El jueves 28 de julio, a la noche, el Gordo salió a guardar su mínimo ciclomotor Juki 50 (mínimo porque cuando lo monta la motito desaparece debajo de su anatomía) que había dejado sobre la vereda de la casita que alquila en Sarmiento y 9 de Julio, en Carcarañá. Apenas tomó el manubrio, cuatro policías se le echaron encima al clásico grito de “¡policía, policía!”. El Gordo soltó el ciclomotor y se quedó quieto. Le echaron entonces una parrafada leguleya por la que se enteró de menos que lo indispensable: lo detenían, según creyó escuchar, por un pedido de captura lanzado desde España a través de la temida Circular Roja, la circular policial que permite realizar una detención en cualquier parte del mundo y después esperar la llegada de la orden de un juez.
En rigor de verdad, parece que en Carcarañá nadie se esperaba semejante operativo que, desde Madrid, fue codificado como Operación Pampa-Tasmania. Cuando el Gordo vio policías y escuchó “España”, supo de qué se trataba, lo que no quiere decir que se considerara culpable.
–Les dije que vivía solo y que no quería dejar abierta la puerta. No tenían orden de allanamiento (por eso lo esperaban afuera). Dos policías entraron conmigo para buscarme una campera y las llaves. No se llevaron nada y me trataron bien. Me llevaron esposado.
–¿Por qué se fue de España? –preguntó el cronista, mientras observaba la remera blanca con el texto celeste “Just do it” que cubría esa inmensa y a la vez pequeña mole, los dos aritos enganchados en su ceja izquierda, la barbita candado y los gestos de las manos bailoteando en un utópico teclado sobre la mesa.
–Porque me estaban dando caña. Me fui de Algeciras (a todo esto, habrá que saber que José Manuel nació en Algeciras, provincia de Cádiz) porque la persecución que me hacían ya molestaba a mi familia y ellos no tienen por qué ser molestados por lo que yo hago.
–¿Qué hace?
–Curioseo, investigo, me meto en lugares. Molesta que una gran corporación gaste fortunas en genios para que les armen un sistema de supuesta defensa y venga un pibe sin otro recurso que su inteligencia y conocimientos y muestre que todo es una mentira. Que no es tan seguro como dicen que es.
–¿Y desde cuándo se hizo hacker?
–Uno no se hace hacker. Se nace hacker. Siempre fui un poco rebelde, desde los 13 años ya estaba dedicado a esto y ya estaba dando qué hablar. Por eso, a los 18 me fui a Madrid.
–¿Lo detuvieron alguna vez?
–Cantidad de veces. Siempre por acusaciones de la policía. Sabían donde buscarme porque nunca estuve prófugo. Me llevaban detenido 72 horas, pero después el juez tenía que soltarme porque no había cometido ningún delito.
–¿Y por qué eligió Argentina?
–Allá conocí a unos amigos de Carcarañá. Todos los argentinos son agrandados (“yo ya lo estoy siendo después de tanto tiempo de estar acá”) y por eso me describieron a Carcarañá como un pueblito tan encantador como después descubrí que lo era. Como ya se estaban poniendo muy pesados, el 30 de septiembre del 2003 me vine para acá. La plata que me fui ahorrando con mi trabajo (hacía lo básico, páginas web y diseños) en euros acá me fue muy conveniente y mi madre me enviaba dinero.
–En Internet circula que después de su detención se transformó en un héroe como Mitkin.
–Eso sí que no, ¿eh? Eso es mucho, él está muy arriba.
–También circula que se llevó buenas cantidades de dinero.
–Es totalmente falso. No solamente no tengo plata, sino que además nunca robé. Eso es para los crackers, los cardings, los phoning, los phishing. Yo no hago nada de eso. Yo digo, si algo está en Internet es porque está puesto para que lo veas, es público. El conocimiento es público. Pero robar, nunca robé a nadie.
Al Gordo, al demonio de Tasmania, lo defienden los abogados de una ONG, la Unión Argentina por los Derechos Civiles, que interviene gratuitamente en defensa de los Derechos Humanos. La madre del Gordo se conectó en España con la American Civil Liberties Union, que en su momento defendió a Mitkin, que finalmente recomendó la defensa al abogado Jorge Fernández Méndez, de la UADC. Como cuestión de principios de la UADC y porque el defendido no parece tener más fondos que lo que lleva puesto, la representación del Gallego es gratuita.
“Además de que el delito de que lo acusan está basado en un testimonio de un chateo –dijo Fernández Méndez a este diario–, aparece en un artículo del código penal español: el 248, incisos 2 y 3, pero no es un delito para la ley argentina. O sea, lo detuvieron por algo que no hizo y que en Argentina no es delito.”
El 248 b dice que “también se consideran reos de estafa los que, con ánimo de lucro, y valiéndose de alguna manipulación informática o artificio semejante, consigan la transferencia no consentida de cualquier activo patrimonial en perjuicio de tercero”. Fernández Méndez sostiene que “no existe la figura de la estafa definida de esa forma en Argentina, y no existe ni una prueba de que con ánimo de lucro lograra transferencias de ningún tipo perjudicando a terceros”. El 248 c sostiene que “la misma pena se aplicará a los que fabricaren, introdujeren, poseyeren o facilitaren programas de ordenador específicamente destinados a la comisión de las estafas previstas en este artículo”. El abogado sostiene que “en Argentina sería una ley anticonstitucional, porque tan sólo poseer una computadora ya te transformaría en un delincuente”.
El tratado de extradición entre España y Argentina sostiene que, para que se cumpla la extradición, el hecho por el que se reclama al reo sea delito en ambos países, cosa que según el abogado no se cumple. “Esto hace ilegal la detención”, sostiene Fernández Méndez. Para colmo, el artículo 249 del CP español dice que “los reos de estafa serán castigados con la pena de prisión de seis meses a tres años, si la cuantía de lo defraudado excediere de 400 euros”. En el caso de Tasmania, como surge hasta el momento, no se le ha probado suma alguna, por lo que, dice el defensor, ni siquiera para la ley española debería estar detenido.
A todo esto, la defensa presentó un pedido de excarcelación que el juez federal Germán Sutter Schweider rechazó, hasta tanto llegue el pedido de extradición de la Justicia española. O sea, la lucha de Tasmania contra el sistema derivó en una paradójica prisión reveladora: lo acusan de algo que dice que no hizo, que tampoco es delito en Argentina y por el que tampoco correspondería detenerlo en España porque no se le ha probado monto. Pero, por las dudas, adentro.
Al planteo de habeas corpus y reserva ante la Corte Suprema que se vienen, se agrega un pedido de trabajo, único modo en que de acuerdo a cómo expresaron informalmente en la Cancillería argentina, Tasmania podría acceder a la ciudadanía argentina. Busca trabajo como experto en protección de redes informáticas y está claro que sabe más que unos cuantos expertos. “No es ningún conflicto –dice el Gordo–. Nosotros vivimos del trabajo. Y quiero ser argentino.” A todo esto, el jueves pasado, el canciller de la embajada española Gerardo Illanes visitó al detenido apenas este cronista abandonaba la delegación de la Federal en Rosario. Illanes llevaba todo lo necesario para actualizar el pasaporte vencido de Tasmania. En su momento, no se lo habían querido renovar porque lo querían detener. Ahora, que fue detenido, le ponen los papeles en regla.

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