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Sociedad|Jueves, 22 de septiembre de 2005
LOS ESTUDIANTES RECIBIERON LA PRIMAVERA CON UN PICNIC MASIVO

Fútbol, sandwiches y preservativos

Más de 100 mil jóvenes se concentraron en Palermo. Hubo música, picados, baños químicos y reparto de forros. Los 600 efectivos de seguridad no actuaron, ya que no hubo incidentes.

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Miles de jóvenes aprovecharon el día de sol en Palermo.
Lo mismo que sus padres y sus abuelos años atrás, miles de estudiantes de Buenos Aires festejaron su día cerca de los lagos de Palermo. Los controles de los adultos para que los adolescentes mantuvieran la limpieza y no bebieran alcohol quedaron en gestos de buena voluntad ante los cien mil concurrentes que estacionaron en el predio. Allí, como en otros puntos del país, despuntaron lugares comunes como el fútbol patadura, la ingesta de sandwiches y el inflado de preservativos regalados.
“Mortadela y queso”, fue el menú enumerado por las dos chicas, las únicas entre la decena de jóvenes venida desde la localidad de Derqui, en Pilar. Sus amigos socializaban la botella plástica decapitada en la que habían echado tinto, gaseosa y hielo. Con mixtura similar saboreaban la primavera Tamara y sus amigos, llegados del Bajo San Damián, de William Morris. A pocos metros, había veinte policías reunidos. “Está todo bien”, decían los chicos sobre los anaranjados. A unos pasos, estaba “Santillán Juan Carlos”, que estudia para ser militar, acostado en el pasto junto a su novia. “Recién se estaban cagando a piñas acá nomás y no hicieron nada”, dijo el futuro soldado, quien quiso dejar en claro que nada tiene que ver con generaciones de botas pasadas.
La ciudad destinó 400 agentes de la Federal, con 40 motos y 30 caballos, a evitar “los excesos” en los festejos. Lo mismo hicieron 200 integrantes de la Guardia Urbana. Por su parte, el Ministerio de Salud repartió preservativos y folletos informativos sobre sanidad sexual y reproductiva. “Enamorarse en verano es tan fácil como cuidarse”, decían las remeras de los encargados de entregarlos. A la tarea preventiva se sumó la marca Prime. Algunos chicos los tomaban con risas nerviosas, otros procuraban naturalidad. Mucho látex se adelantó a su triste final y concluyó navegando inflado en el lago o tirado en el pasto. Otros albergaron los profilácticos como un tesoro: “Los voy a usar durante la semana”, se ufanó un joven.
Aunque el Gobierno afirmó que había 400 baños químicos en los bosques de Palermo, varios árboles padecieron el riego de los incontinentes. Luis, uno que se la aguantó, se quejaba de que los sanitarios fueran inhallables. Greenpeace, por su parte, aprovechó la ocasión para hacer una jornada de reciclaje de residuos. En la zona instaló 70 tachos verdes para recibir materiales reciclables como papel, cartón, vidrios y botellas de plástico. Desde la ONG indicaron que la acción buscó “promover la sanción de la ley de Basura Cero, que se discute en la Legislatura porteña”.
A los paquetes de alimentos y a los folletos se sumó el tráfico de pelotas en pies sin pericia. A tal punto que nadie se habrá ido del parque Tres de Febrero sin haber ligado al menos un pelotazo. Un chico que dormía con auriculares despertó mojado por una caja de vino que una mano anónima le arrojó al lado. “Arruinado me ves/ no puedo bajar/ si yo soy así no es por culpa de la droga/ no es por culpa del alcohol”, cantaba un joven que aseguraba haberse tomado “dos viajes de pepa”. Mientras avanzaba el atardecer, los vapores de la jornada subían a la cabeza. “Vinimos a fumar porro”, dijeron unos chicos de San Martín que daban vueltas buscando algo que los divirtiera. En esa situación estaba la mayoría de los peregrinos, que se dedicaban a caminar hasta que el cansancio los llevaba a sentarse. Los que ya no tenían hambre, tiraban pedazos de pan a los patos voraces. Otros presenciaban recitales de rock, o rodeaban una guitarra criolla.
“Rosas, claveles”, casi cantaba Miriam. La florista contó a Página/12 que “cuesta, pero se vende”. Durante la semana, es profesora de Historia y Geografía en escuelas de José León Suárez. “Pero no me alcanza”, sostuvo. Por la mañana, pasaron ante sus baldes florecidos algunos de sus alumnos. “Es un poco triste para mí que me vean así, pero ellos lo entienden. Me dijeron ‘profesora’”, se consoló la mujer. “Igual, este segundo trabajo me encanta”, dijo.

Informe: Sebastián Ochoa

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