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Sociedad|Lunes, 10 de octubre de 2005
CRONICA DEL HORROR EN MUZAFFARABAD, EPICENTRO DEL INFIERNO

Nadie puede sepultar sus muertos

En más de 30 mil se calculan las muertes por el sismo. El epicentro tuvo lugar cerca de la ciudad de Muzaffarabad. No quedó nada en pie. Ni siquiera el hospital. La ayuda demoró en llegar porque las rutas estaban destruidas y por remezones posteriores.

Por Justin Huggler *
Desde Islamabad
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Un edificio milagrosamente en pie, rodeado por escombros, en la ciudad capital de Muzaffarabad.
Cuando lo sacaron de las ruinas estaba respirando, aunque sólo apenas. La piel de su cara ya había adquirido el color gris de un cadáver y cuando lo llevaron a la luz, echó sus ojos hacia atrás y su mano izquierda se movía convulsionadamente para ganar aire para respirar por un momento. Después se detuvo. Sobrevivió más de 24 horas atrapado en un angosto espacio entre las planchas de concreto que habían pulverizado a sus vecinos, y ahora su corazón había parado de latir, justo cuando los rescatistas llegaban a él.
“¡Vuelvan! ¡Necesita oxígeno!,” gritó uno de los médicos a la multitud. Los que miraban la escena nos dijeron que su nombre era Iqbal. Le dieron un masaje cardíaco y resucitación sobre los escombros de su casa. El rescatista que le estaba dando respiración boca a boca interrumpió la resucitación, levantó su cara y gritó “¡Ambulancia! ¡Ambulancia!” a la multitud, con una voz que se cortaba por la desesperación. Atrapado allí abajo, entre los escombros por más de un día, Iqbal debe haber oído los quejidos y los llantos de los otros sobrevivientes que pedían ayuda, mientras yacía impotente. Ahora estaba peleando por su vida frente a nuestros ojos. Después hubo un grito de alegría. Su corazón comenzó a latir otra vez. Una ambulancia golpeada llegó y lo transportó a un helicóptero que lo llevaría a Islamabad.
La escala del devastante terremoto que golpeó aquí en la mañana del sábado fue finalmente revelada ayer cuando Kashmir, que había sido aislada del resto del mundo por derrumbes durante un día, fue finalmente reabierta. El número de muertos fue mucho mayor de lo que se esperaba el sábado: al menos 30 mil hasta anoche, más miles de cuerpos más que todavía debían ser desenterrados de los escombros.
Y esto era Muzaffarabad, que ahora es llamada la ciudad de la muerte y que fue el área edificada más cercana al epicentro de un terremoto tan poderoso –midió 7,6 en la escala de Richter– que fue percibido desde Afganistán hasta Bangladesh. Secciones enteras de la ciudad colapsaron. Las calles estaban repletas con escombros. Probablemente miles murieron aquí. Otros miles estaban saliendo de la ciudad ayer, abandonando sus casas destruidas y dirigiéndose a las colinas. Los que no tenían autos subieron las colinas a pie bajo el ardiente sol, muchos con sus cabezas vendadas. Otros llevaban a sus bebés envueltos en pashminas para protegerlos del sol.
No les quedaba nada para quedarse. Ya no hay un hospital en Muzaffarabad: fue destruido. Nadie tiene tiempo de enterrar a los muertos que quedan tirados descomponiéndose bajo el sol. Sin embargo, hubo pocas señales de una operación de rescate paquistaní aquí ayer, y el odio empezaba a aumentar en las calles. “El gobierno y el ejército no han hecho nada, y el gobierno ha fallado totalmente en ayudar a la gente”, gritó un hombre cuyo hermano estaba atrapado.
Su nombre era Faiz Bangasa y había caminado durante cinco horas a través de las colinas para llegar con la esperanza de encontrar a su hermano con vida. Cuando llegó a la ciudad, uno de sus hermanos estaba muerto y el otro estaba atrapado en los escombros, pidiendo ayuda a gritos.
Con la desesperada búsqueda de los sobrevivientes, no hubo tiempo de deshacerse de los cuerpos. En lo que queda del Hotel Rehmat, se podían ver manos saliendo de los angostos agujeros entre las capas de concreto que eran los pisos colapsados del hotel. En uno de los extremos, se podía ver la cabeza de un joven saliendo de los escombros, que todavía yacía sobre su almohada pacíficamente como lo estaba cuando el terremoto golpeó. Pero el resto de su cuerpo había sido aplastado y su cabeza se estaba poniendo negra por el sol. Su nombre era Younis, decía la gente. Trabajaba en el hotel, sólo tenía 17 años.
En el lugar del hospital había una pila de concreto destruido donde una vez estuvo el edificio principal. “Los muertos allí dentro fueron incalculables”, aseguró Mohammed Liaqat. Un segundo edificio todavía se mantenía en pie, pero estaba tan dañado que nadie se animaba a acercarse a él. Los pacientes rescatados del hospital yacían en los jardines al lado de las ruinas, con sus radiografías y sus historias clínicas dobladas junto a ellos. Los muertos fueron colocados al lado de ellos. Sus caras estaban cubiertas –por respeto– con viejas sábanas y frazadas. Grupos de familiares llegaron para ver si sus seres queridos estaban entre los muertos y, nerviosamente, descubrían las sábanas. Cuando una frazada fue retirada, reveló la cara de una joven. Tenía un vendaje alrededor de su cabeza. No murió instantáneamente. Cuando anochecía, otro cuerpo llegó. Iqbal, el hombre que sacaron vivo de los escombros, murió en el camino al helicóptero.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12. Traducción: Laura Carpineta.

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