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Sociedad|Domingo, 27 de noviembre de 2005
LOS ESTUDIANTES SECUNDARIOS QUE HACEN PASANTIAS LABORALES

Sin recreo

Para algunos, es la forma de arrimar unos pesos a la casa. Para otros, es el primer contacto con el mundo del trabajo. Cada vez más alumnos de secundario o Polimodal buscan hacer pasantías rentadas, una práctica que tiene sus beneficios, pero también riesgos si no hay control sobre las empresas.

Por Alejandra Dandan
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Estudiantes en pleno trabajo en Chilavert, una empresa recuperada dedicada a trabajos de encuadernación.
Lo echaron luego de encontrarlo en un baño, comiendo a escondidas montones de huevitos Kinder de chocolate. Era uno de los 24 alumnos de la Escuela Media 6 de Ituzaingó que viajaba todos los días hasta un supermercado de Flores para trabajar cuatro horas en una pasantía de 150 pesos al mes. El área de Recursos Humanos del supermercado le rescindió el contrato, pero mantuvo el resto de las pasantías de una escuela en la que los estudiantes persiguen a los profesores para conseguir más vacantes. El de Ituzaingó no es el único caso. Las pasantías crecen en buena parte de las escuelas medias de Capital y del territorio bonaerense. Los chicos cuelan sus datos en solicitudes de ingreso que luego entran en una lista de espera tan larga como el sueño aletargado de los grandes para ganarse el Gordo de Navidad.
Durante los ’90, los rectores de los colegios secundarios desarrollaron cierta aprehensión ante la idea de las pasantías. María del Carmen Iglesias era una de ellos. Integrante de organizaciones gremiales como la UTE, que nuclea a los docentes del conurbano, ella dirige la escuela de Ituzaingó. “Antes me decían pasantías, y yo las rechazaba”, explica sobre lo que le pasaba en 1995. Esa mirada ahora cambió: “Es que los chicos te las piden, tuvimos que ponerlas. Nos corrían desesperadamente por los pasillos para pedirnos las pasantías”.
Un rápido relevamiento entre rectores, estudiantes, profesores y tutores de estudios del conurbano y de la Capital Federal demuestra que la de Ituzaingó vive una experiencia semejante al resto de las escuelas. Los adolescentes se incorporan al mercado laboral a bajo costo y antes de tiempo: a los 15, 16 o 17 años, cuando Unicef aún los define como niños. Las pasantías promovidas desde las escuelas les permiten a los más pobres formalizar un tipo de trabajo que de otro modo consiguen en la calle. Para los sectores medios, la pasantía se convierte en la primera práctica laboral, el primer contacto con el mundo del trabajo en ocasiones bueno, en otras dolorosamente regulado por la lógica comercial de las empresas privadas.
Poco tiempo atrás, un fallo escrito por dos juezas de la Sala II de la Cámara Nacional Laboral condenó a la cadena de comidas rápida McDonald’s a pagarle a una ex pasante secundaria una indemnización de 3510 pesos, porque la niña demostró que su pasantía se había convertido en un trabajo idéntico al de los empleados. Limpiaba mesas, barría pisos, atendía a los clientes en la sala, en la caja y era capaz de sacar un pedido en los tres minutos reglamentarios dispuestos por la empresa. Según las juezas, sus condiciones eran peores que las de sus compañeros: trabajaba cinco horas diarias, seis días de la semana a cambio de una “asignación estímulo” de 100 pesos, en la segunda quincena de marzo de 2002. A raíz de ese fallo, Página/12 intentó saber cuántos son los estudiantes secundarios que pasan sus días como esa niña.

Matías
Matías vive en una vieja casona de San Cristóbal, a muy pocas cuadras del Congreso. Laura, su madre, adaptó el cuarto de adelante para atender a las clientas de depilación. El consiguió la pasantía en el colegio comercial de San Cristóbal justo cuando convenció a su madre para que le comprara un teléfono celular. Ella aceptó la propuesta, pero, le dijo, “¿cómo vas a hacer para pagártelo?”. En agosto, Matías cobró el primer sueldo estímulo: 150 pesos en el supermercado Eki del barrio. “¿Qué hice con la plata?”, pregunta él. “Le pagué los 35 que le debía a mi mamá por el abono del teléfono, pagué los 35 de ese mes, y después el resto de la plata fue para mí.” Laura dice: “¿Si lo veo cansado? No. ¿Querés que te diga? Yo lo veo más maduro, como responsable. Es una ayuda para él, para tener sus cosas, para que valore y aprenda a manejarse con la plata”.
En la ciudad de Buenos Aires hay 1420 estudiantes secundarios con pasantías: 956 prestan servicios en organismos públicos y 464 en alguna de las 142 empresas privadas con convenio con la Secretaría de Educación. En general, ganan un viático de entre 150 y 300 pesos mensuales por un trabajo con un tope de 20 horas semanales establecido en agosto de 2003. En ese momento, la secretaría modificó una vieja regulación de Nación que permitía –y aún permite en la provincia de Buenos Aires, por ejemplo– convenios de hasta 30 horas semanales.
Mercedes González es la coordinadora del programa de pasantías “Aprender Trabajando”. Cuando llegó a la Secretaría de Educación se encontró con que 760 estudiantes de la Capital hacían sus supuestas prácticas de trabajo en locales de McDonald’s. Tras la nueva reglamentación, desde la secretaría alentó a las escuelas para que escogieran otro tipo de alternativas; abrió espacios en organismos públicos como hospitales, centros sanitarios barriales, dependencias de ceremonial y hasta en una fábrica recuperada para que las prácticas obtuvieran la necesaria cuota pedagógica que les dé sentido. Con el tiempo consiguió ciertos resultados: en los locales de McDonald’s, los pasantes porteños ahora bajaron a 50. Pero la empresa siguió adelante: reemplazó a los estudiantes porteños por secundarios de la provincia de Buenos Aires.

Gastón
Gastón estudia filosofía en la UBA, pero trabaja en el local de Las Heras y Coronel Díaz con adolescentes de las escuelas de Tortuguitas, Pacheco y Tigre. Sus compañeros se pasan una hora y media del día arriba del 60 para llegar hasta el local y vuelven a subirse al colectivo durante todo ese tiempo para irse. Gastan 2,70 en cada viaje, ganan 2,90 la hora y pueden trabajar hasta seis horas al día durante cinco días de la semana. Pero no más.
–¿Sabés cómo nos dicen a los empleados de McDonald’s? –pregunta Gastón–. Anotá: Cru, que significa empleado en inglés.
–¿Y a los pasantes?
–Y a los pasantes, también les dicen Cru.
–¿Sabés cuál es la única diferencia? –insiste–. Que a ellos les pagan 2,90 la hora, y a nosotros 3,95.
El comercial Bermejo es como el centro de una resistencia invertida. Claudio Calvosa defendió a capa y espada las pasantías en McDonald’s cuando la Secretaría de Educación de la ciudad intentaba desterrarlas de las escuelas. Es el tutor de los pasantes del Bermejo. “Yo tengo los pies en la tierra –se explaya–. McDonald’s es el único lugar que a mí me garantiza lo que los otros no me dan: que los chicos terminen incorporados a la planta permanente.” Unos veinte estudiantes de la escuela ganan “operatividad” con prácticas laborales en los locales de la populosa hamburguesería.
Las pasantías funcionan desde hace años en su escuela. McDonald’s renueva los contratos sin demasiados inconvenientes entre pasantes que tienen perspectivas de crecimiento. “Porque si realmente soportan el trabajo –dice el tutor–, salen adiestrados de una forma que después pueden entrar adonde sea.”
Gastón ni siquiera lo escucha. Probablemente no se cruzarán en ningún lugar. El solo repite lo que les pasa a sus compañeros dentro del local. “Que alguien se fije”, pide. “Que miren los boletines y van a ver si pueden mantener el promedio de notas con las que venían.”

Ideologías
Graciela Vequin siempre se consideró ideológicamente en contra de las pasantías porque, asegura, las empresas las aprovechan para tener mano de obra barata. Es la directora de la Escuela Técnica Fernando Fader, especializada en enseñanza artística, donde ahora se hacen pasantías. “Pero la diferencia la plantamos desde la escuela –dice Vequin–: el pibe no va a barrer un local porque no hay relación con el cuadro pedagógico, y no los insertamos en lugares como la Shell.” La escuela activó pasantías en Chilavert, la imprenta de Pompeya recuperada por sus trabajadores. Mientras se entrenan en encuadernación, sus estudiantes aprenden de comisiones internas, de marchas, discusiones, legislación y política. Dentro de la fábrica ya está Belén Ludovico, una antigua alumna del Fader que después de la pasantía del año pasado consiguió un contrato efectivo. Le pagan poco más que antes, 200 pesos por mes. Y ahora reclama, porque además de trabajar necesita cobrar.
Mercedes González, la coordinadora del programa porteño de pasantías, explica: aproximadamente un “uno por ciento” del padrón de estudiantes secundarios porteños está enrolado en alguna de las variables de pasantías. “¿Si queremos más?”, pregunta Mercedes. “Yo estoy convencida de que el 60 por ciento de los chicos de las escuelas de la ciudad de Buenos Aires desearía tener una pasantía.”

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