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Sociedad|Jueves, 12 de enero de 2006

Un mercado persa al aire libre, desde La Perla a Playa Varese

En los lugares más tradicionales, como la Rambla, la Bristol o el Torreón conviven los artesanos con un festival de espectáculos callejeros y vendedores de baratijas y elementos descartables.

Por Carlos Rodríguez
Desde Mar del Plata
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Unos seamonkies modelo 2006, réplicas de barcos pesqueros, en la feria artesanal junto a la playa.

Desde el fin de semana pasado, el promedio de turistas, por día, creció a cerca de 350 mil y eso se nota en el centro de la ciudad, en las playas y en la Rambla, sobre todo en lugares tradicionales como La Perla, la Bristol, el Torreón del Monje o Varese que, además de la oferta habitual de espectáculos callejeros, se han convertido en mercados al aire libre donde se exhiben desde panchos recalentados hasta artesanía fina. Lo que abundan son los vendedores de baratijas, al estilo todo por medio peso que –dos pesos sería un despilfarro–, a falta de mercadería útil, aportan su humor bizarro y la excusa atendible de la imperiosa necesidad de sobrevivir. Los verdaderos artesanos se mantienen a cierta distancia del mundanal ruido, más allá del Torreón, sobre el paseo público, sin pisar la arena privatizada, tratando de marcar diferencias que a veces pasan desapercibidas entre tanto trajín.

De tan llena, en la rambla ubicada detrás del Casino Central y el Hotel Provincial, es imposible divisar a los lobos marinos. En simultáneo, posan para la foto estatuas vivientes que personifican a Chaplin, Cleopatra y una walkiria, mientras hacen su actuación dos parejas que bailan cumbia y una familia entera, matrimonio y cuatro hijos, que se dedican al tango. La música de unos y otros se pelea a garrotazos, mientras el público ríe, aplaude o bosteza, según corresponda.

En ese marco propicio para el desconcierto, Gustavo ofrece con paciencia oriental una especie de mano de Freddy Krugger, que en lugar de asesinar a mansalva sirve para acariciarse la cabeza y despenarse el alma. El vendedor ofrece su remedio “milenario” por su nombre erótico, “orgasmotronic” o, si le parece más prudente, como “satu-chi”, que en chino básico quiere decir algo así como “energía hacia afuera”. Nadie le cree una sola palabra, pero todos se divierten con el personaje. A lo largo de varias cuadras, todo es material descartable y ofertas desafortunadas, desde slips estirados hasta pastelitos de grasa que se calientan bajo el sol de enero.

Para los que quieren comprar algún souvenir, más allá del Torreón aparecen los artesanos que aportan algo más que sonrisas. Rubén Oscar Suárez, un puntano que supo vivir en Florencio Varela y ahora recaló en Mar del Plata, ofrece piedras semipreciosas de Perú, Sudáfrica, Chile y su provincia natal, trabajadas con fineza. Se destaca la pirita, un metal que los españoles, cuando llegaron a América, creyeron que era oro y llenaron los barcos con ella. En el puesto vecino, Verónica vende lindos anillos artesanales y collares fabricados en serie. Locutora de profesión, conduce un programa que se llama La Viuda Negra. En su brazo izquierdo tiene un tatuaje de esa araña tan temida y amenaza: “Te hago el amor y te anestesio en forma definitiva”.

Angel Pardo, un joven marplatense, hace barcos artesanales, a escala, iguales a los de color naranja que abundan en el puerto de Mar del Plata. Realizados en madera, siguen la línea de los auténticos hasta en los detalles mínimos, incluso los que pintados con colores ocres simulan ser embarcaciones oxidadas por haber estado años sumergidas en el fondo del mar. Los más grandes cuestan 350 pesos, pero los hay más pequeños por 30 pesos.

Juan Rodríguez Anido hace tallados en madera, desde el clásico cartel con nombre y altura de la calle, hasta el que dice Ford y que luce en la parte trasera de una camioneta de colección, del año 1920, que circula de vez en cuando por la ciudad y que fue estrella de una reciente edición del programa de TV El Garage. Otro que lucra con el turismo extranjero es Sergio, un joven que se dedica a hacer enormes piezas y tableros de ajedrez que los italianos, tan exagerados ellos, le sacan de las manos.

Claudio Castellano y Adriana Santos hacen colgantes y pulseras de hilo revestidos en parafina. El tejido es en macramé con figuras incaicas. Son curiosos los libritos con tapas de madera y hojas de papel artesanal con frases en quechua y otras lenguas originarias. En un lugar intermedio entre lo artesanal y el shopping playero podría ubicarse el trabajo que hace Héctor Vaccaro. Este marplatense se dedica a vender unos muñecos para chicos que hacen recordar a los sea monkies. Son de poliuretano y de tamaño diminuto, pero las mascotas “crecen en el agua”, sin perder las formas, luego de “dos o tres días”. Hay peces, víboras, mutantes y hasta dinosaurios propios del Jurassic Park.

Los artesanos pretenden que la comuna marplatense les confirme un lugar fijo en la ciudad donde ofrecer sus trabajos “en un marco adecuado, sin competir con productos de otros rubros”, dice Rodríguez Anido, mientras los vendedores de panchos –a grito pelado– ofrecen lo suyo porque, como es lógico, “de algo hay que vivir”.

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