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Sociedad|Viernes, 17 de febrero de 2006
UN POLICIA MATO A SU NOVIA Y SE SUICIDO EN UN MCDONALD’S DE CALLAO

Matar, morir y culpar a la pasión

El era oficial de la Federal recién recibido. Ella cursaba el último año de la escuela de cadetes. Ocuparon una mesa en el local de Callao 131, a unos metros de un pelotero donde jugaban niños. El le disparó a la frente y después se mató. Pánico entre los clientes.

Por Horacio Cecchi
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La policía retira los cuerpos de la pareja. De fondo, el local con las persianas cerradas.

El pagó ocho con cuarenta por dos cafés con medialunas. La parejita aguardó en el mostrador a que le sirvieran el pedido; después, ambos tomaron las bandejas y subieron al primer piso. Se ubicaron en un box, una especie de reservado en el fondo del local, por detrás de un pelotero en el que jugaba una decena de chicos. Serían las doce y media, a más tardar la una del mediodía. El local de McDonald’s Congreso, ubicado en Callao 131, junto al Banco Nación casi esquina de Bartolomé Mitre, estaba cubierto de clientes en un 70 por ciento. Una media hora después, el muchacho, de 24 años, sacó una pistola –después se sabría que era una 9 milímetros–, apuntó a la frente de la joven, de 23 años, y disparó. La chica se desplomó. No pasaron segundos para que él apoyara el caño sobre su propia sien y volviera a gatillar. El primer estampido, que demolió a la joven, sólo provocó sorpresa y dirigió las miradas hacia el centro de la escena. El segundo desató el pánico entre los chicos del pelotero, entre las madres que corrían a buscar a sus hijos, entre los clientes que corrían hacia la puerta y los empleados que intentaban superar la sorpresa y controlar la situación. Poco después se supo: él era oficial ayudante de la Federal recién recibido; ella, cadete de la escuela policial Ramón Falcón; la 9 milímetros era la reglamentaria.

El local de comidas rápidas se encuentra a una cuadra del Congreso, cruzando Callao. Habitualmente, a la hora en que se desató la tragedia –mediodía y zona céntrica– el lugar suele encontrarse atiborrado de oficinistas, estudiantes, empleados del Nación, pero la fecha particular (período de vacaciones) modificó en parte el escenario: había unos cuantos padres que habían llevado a sus hijos a comer hamburguesas. Unos diez chicos jugaban en el pelotero, ubicado en la planta alta del edificio y que ocupa las tres cuartas partes del frente del local. A la derecha del pelotero, desde el frente y hasta el fondo, rodeándolo como una “L”, se despliega una veintena de mesas y un par de boxes o reservados, con sillones y mesas fijas.

La pareja llegó alrededor de las 12.30 al local. Según una fuente policial, “pidieron dos cafés con medialunas, pagaron y subieron al primer piso. Habría unas veinte personas arriba y unos diez chicos jugando en el pelotero”. El lugar elegido se encuentra al fondo, a unos seis metros del vidrio que separa al pelotero del sector de mesas. “El se sentó en el sillón que apoya la espalda contra la pared y da la cara al pelotero, o sea, se sentó al fondo mirando hacia la calle –agregó el investigador–. Ella se ubicó al revés, mirando hacia la pared del fondo, de frente a él y dando espaldas a los chicos del pelotero.”

El muchacho era un joven oficial ayudante, de 24 años, recién egresado de la escuela de oficiales de la Federal, Ramón L. Falcón; ella aún era cadete estudiante en ese institución, tenía 23 años, aún cursaba el tercero y último año de la carrera de oficial y se presume que ambos se conocieron en la misma escuela, donde se vincularon como pareja.

Es probable que nadie haya observado el momento en que él sacaba un arma, una pistola, y le apuntaba a su novia a la cabeza: según los investigadores, la pareja hablaba en voz baja, no se produjeron discusiones y no llamaba la atención de nadie. De acuerdo con el relato de una clienta, ubicada en la mesa de al lado, los jóvenes conversaban normalmente y en ningún momento se escucharon gritos o una discusión fuera de tono. Por eso, cuando jaló por primera vez el gatillo, ella se desplomó hacia atrás y se derrumbó muerta al instante con una bala en la cabeza, sin que nadie cayera en la cuenta de lo que ocurría. En la planta baja, el estampido llamó la atención, pero nadie supo identificar de qué se trataba. Algunos creyeron que había estallado algo; otros imaginaron un escape o un pinchazo en el exterior.

En realidad, quienes sí comprendieron qué había ocurrido eran las veinte personas que almorzaban en el primer piso y los diez chicos que jugaban enel pelotero. Comprendieron, sin ver el momento preciso: el primer estampido, más que pánico, concentró la atención en el box del fondo. La imagen de la mujer caída y el inmediato segundo disparo es lo que desató alaridos, pánico y corridas.

Una testigo que perdió un zapato en la huida dijo que “la gente comenzó a correr desesperada hacia las escaleras, pensaban que era un asalto. Había madres que corrían a buscar a sus hijos que estaban en el pelotero y otros que corrían escalera abajo para escapar”.

Los empleados del local ayudaron a los clientes a abandonar el lugar y luego comenzaron a cerrar las persianas metálicas. Enseguida llegaron uniformados de la comisaría 5ª. Durante unas horas la información oficial sobre el caso no dejaba en claro que se trataba de una pareja de policías. El jefe de la circunscripción 2 de comisarías porteñas, comisario inspector Daniel Fernández, aseguró a la prensa que “se trató de un drama pasional” y recién varias horas después se comenzó a admitir la realidad. Una versión señaló que el muchacho había utilizado balas de punta hueca (prohibidas) para evitar que atravesaran los cráneos y provocaran víctimas inocentes entre los chiquillos que correteaban en el pelotero. Aún falta confirmarlo.

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