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Sociedad|Martes, 7 de marzo de 2006
EL ESTRES, LA ANGUSTIA Y LA DEPRESION PUEDEN AFECTAR LA MEMORIA

Tenía un título, pero no lo recuerdo

El 40 por ciento de los mayores de 65 años tiene problemas de memoria, pero entre un 12 y un 14 por ciento desarrollará Alzheimer. Los especialistas proponen detectar los trastornos en su estadio más precoz.

Por Carmen Girona *
Desde Madrid
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La edad es el factor de riesgo más importante para desarrollar el mal de Alzheimer.

Muchas personas bromean con la enfermedad de Alzheimer cuando se les olvida un nombre o no recuerdan dónde han puesto las llaves. Otros, sobre todo si tienen familiares con esta patología, no bromean cuando eso les ocurre. Al contrario: se angustian porque temen padecerla. El estrés, la angustia y la depresión pueden afectar la memoria. Pero las fallas de memoria también pueden ser el primer síntoma de una enfermedad neurodegenerativa. ¿Cómo distinguirlos? Ese es el gran reto de los especialistas. El 40 por ciento de la población mayor de 65 años refiere problemas de memoria que no afectan a su vida diaria, pero entre un 12 y un 14 por ciento desarrollará Alzheimer con el tiempo. Los especialistas se plantean detectar las demencias en su estadio más precoz, el del llamado deterioro cognitivo leve.

“Para poder retener una información se ha de estar atento, alerta, vigilante, y así poder empezar una acción y terminarla. Esta situación de atención-concentración se relaciona con el estado psicoafectivo. Cuando se evalúa a adultos con problemas de memoria, se observa que la mayoría de ellos no presenta déficit en las pruebas de memoria pura, sino en las de atención-concentración, que secundariamente van a producir una pérdida de memoria. El estrés, el insomnio, la ansiedad o la depresión son las causas que subyacen en muchos casos con problemas de memoria”, explica Mercé Boada, neuróloga del hospital Vall d’Hebrón de Barcelona.

En personas de más de 65 años, los síntomas de alarma comienzan, según los expertos, cuando la pérdida de memoria se mantiene durante meses y con una intensidad suficiente para que los familiares se den cuenta. En estos casos es preciso realizar una exploración formal y protocolizada de la memoria (visoespacial, de lenguaje, verbal, lógica o biográfica) y de otras áreas cognitivas (lenguaje, reconocimiento o cálculo).

En la mayor parte de quienes se quejan de problemas de memoria, la pérdida no se confirma en las exploraciones clínicas. Es un efecto transitorio de situaciones de estrés, angustia o depresión. Pero hay un porcentaje de personas en las que se aprecia un deterioro cognitivo leve, un concepto que se ha consolidado en los últimos años y que refleja una situación de pérdida cognitiva que puede desaparecer, estabilizarse o derivar en una demencia.

Las demencias afectan a entre el 5 y el 10 por ciento de los mayores de 65 años, porcentaje que se dobla cada cuatro años de edad hasta alcanzar el 30 por ciento entre quienes tienen más de 80 años. Según una guía elaborada por el Grupo de Trabajo de Demencias de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria (Semfyc), la demencia más frecuente es la de Alzheimer (56 por ciento), seguida por la vascular (20,3 por ciento) y la mixta (6 por ciento), que incluye ambas.

“Para diagnosticar un deterioro cognitivo leve, según los criterios de Ronald Petersen, uno de los expertos que más ha trabajado en este campo, es necesario que exista pérdida de memoria o de una función ejecutiva, es decir que no se produzca como consecuencia de una enfermedad de base que lo justifique, y que además exista una desviación estándar de 1,5 en las pruebas neurológicas que se realizan habitualmente, esto es, una desviación sobre el resultado de población sana de edad y características similares a las del paciente”, subraya Pedro Gil, responsable de la Unidad de Memoria del Servicio de Geriatría del hospital clínico San Carlos de Madrid.

Hacer un diagnóstico de deterioro cognitivo leve no es una tarea fácil, aunque el verdadero reto descansa en diferenciar este primer estadio de una demencia en inicio. Para llegar a un diagnóstico correcto los facultativos realizan una valoración clínica extensa, recabando información de la persona y de su entorno más próximo, así como una amplia batería de pruebas neuropsicológicas y al menos una prueba de neuroimagen. También se indican pruebas analíticas o radiológicas para excluir otras enfermedades.

Entre las técnicas neuropsicológicas que más se utilizan en España para valorar la memoria figuran la escala de inteligencia de Wechsler (WAIS en sus siglas en inglés), y la batería Cerad, que comprende un grupo de siete pruebas. Para analizar las funciones ejecutivas se muestran dibujos o se cuentan historias que luego tiene que repetir el paciente. La película Gente de Roma muestra una entrañable escena en la que se practican algunas de estas pruebas para determinar si el paciente sufre Alzheimer. Las técnicas de neuroimagen apoyan el diagnóstico y, entre otros, valoran el grado de atrofia del hipocampo, que es la zona del cerebro relacionada con la memoria, el grado de perfusión en zonas temporales, o la atrofia cerebral en general.

“En el deterioro cognitivo leve hay dos grandes grupos de pacientes: los de tipo amnésico, que pierden exclusivamente la memoria, y los que sufren un deterioro cognitivo de dominios múltiples, que pueden o no perder memoria, pero que, además, tienen deterioradas otras áreas de la función cognitiva, como el lenguaje o la función ejecutiva. En general, continúan haciendo una actividad diaria normal y el rendimiento no difiere mucho de los sujetos normales”, explica Marcelo Berthier, coordinador del Grupo de Neurología de la Conducta y Demencias de la Sociedad Española de Neurología.

A los pacientes con deterioro cognitivo leve, tanto amnésico como el que afecta a más de un área cognitiva, se les debe hacer un seguimiento periódico muy de cerca, según apunta Boada: “Se podría detectar la enfermedad muy al inicio y, por tanto, tratarla en la fase inicial, retrasar los síntomas y poder aumentar la calidad de vida del paciente y su familia”.

De momento, no hay ninguna prueba que permita determinar cómo evolucionará el paciente con deterioro cognitivo leve. Lo que sí se sabe es que el 14 por ciento de ellos desarrolla demencia al año y estudios recientes han mostrado que la atrofia cerebral progresa a razón de un 14 por ciento anual. “No podemos perder de vista que, aunque los médicos tenemos que preocuparnos por ese porcentaje, la sociedad ha de ser consciente de que un 86% no la sufrirá”, dice Boada.

El concepto de demencia senil o problemas de memoria asociados a la edad es un concepto obsoleto, según los expertos. Éstos distinguen dos patrones, el de demencia neurodegenerativa o de Alzheimer y el de demencia vascular. El primero es una enfermedad progresiva, que en estos momentos se atribuye a una acumulación anómala de una proteína que degenera la función de las neuronas y que, a la larga, las mata. La demencia vascular o la presencia de lesión vascular en Alzheimer aparece además por la asociación con factores de riesgo vascular (hipertensión, cardiopatías, obesidad, sedentarismo o diabetes), que provocan pequeñas trombosis.

“Aunque la edad es el factor de riesgo más importante para desarrollar Alzheimer, también es un factor crucial para padecer una patología vascular cerebral y, según se va envejeciendo, estos procesos pueden coexistir en un mismo individuo’, indica Mercé Boada, que también es directora médica de la Fundación ACE, entidad especializada en el diagnóstico y tratamiento de enfermos de Alzheimer y que trabaja con programas de estimulación integral desde 1990.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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