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Sociedad|Domingo, 30 de julio de 2006
LA HISTORIA DE LA “DAMA” JULIA POLAK, UNA CIENTIFICA ARGENTINA

Vida de novela

Recibió el título de “Dama del Imperio Británico” por sus aportes a la ciencia. Once años atrás supo que padecía una enfermedad pulmonar que ella misma había investigado y le trasplantaron pulmones y corazón. Su vida inspiró una novela y una obra de teatro.

Por Andrea Ferrari
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Julia Polak junto a su familia, al recibir el título de “Dama del Imperio Británico”.

Parece extraño e inusual que un científico pueda analizar sus propios pulmones bajo un microscopio. Pero a esta altura pocas cosas resultan sorprendentes para Julia Polak, una patóloga argentina radicada en Londres que un día descubrió que padecía una infrecuente enfermedad que ella misma había investigado y debió recibir de urgencia un trasplante de pulmones y corazón. En los años que siguieron se convirtió en una pionera en el estudio de la ingeniería de tejidos, recibió el título de Dama del Imperio Británico por sus aportes a la ciencia, vio su vida convertida en una novela y hasta se sentó en un teatro para ver cómo representaban su historia en el escenario. De manera que la medida de lo extraño o inusual parece haberse transformado en Polak y cuando uno llega a preguntarle por el asunto de sus propios pulmones en el microscopio, se limita a decir con sencillez que “eran muy interesantes”.

Su familia se inclinaba más hacia las leyes que hacia la medicina: con un padre que llegó a juez de Cámara y un hermano abogado, no se anticipaba que ella seguiría al fin el camino de su tío abuelo, Moisés Polak, un prestigioso anatomopatólogo.

Dejó el país en 1967 para seguir sus estudios de posgrado en Londres. Ya entonces se había casado con otro médico, Daniel Catovsky –actualmente profesor de Hematología–, y había nacido su primera hija. No pensaban quedarse a vivir en Inglaterra, pero las oportunidades se fueron dando, nacieron dos hijos más y ya no volvieron al país más que de visita.

Julia Polak ya trabajaba con el prestigioso cirujano Magdi Yacoub y era una experta en ciertas patologías del pulmón el día en que le empezó a faltar el aire. Primero pensó que era el asma que volvía luego de muchos años, pero resultó ser algo mucho más serio, hipertensión pulmonar. Parecía una ironía: ella investigaba esa enfermedad.

–Estaba muy grave y me pusieron en la lista de emergencia para recibir el trasplante. Debía estar todo el tiempo con oxígeno. Tuve suerte, a los cuatro meses apareció un donante. Mucha gente se muere esperando.

La operó su colega Yacoub. Recibió pulmones y corazón, ya que así la cirugía se facilitaba, y su propio corazón fue dado a otra persona. No sabe quién fue el donante que la salvó: las leyes impiden conocer su identidad. Admite sin embargo que se lo preguntó muchas veces.

–Todo el tiempo tuve curiosidad, todo el tiempo. Pero es así.

Con otro corazón

Tuvieron que pasar unos ocho meses hasta que empezó a sentirse mejor, aunque recuerda los tres primeros como los peores. No cree que haya sido una paciente particularmente difícil. Aunque reconoce que al principio quería controlar todo, a poco de andar se dio cuenta de que las cosas no estaban en sus manos. Por otra parte, sus conocimientos la volvieron muy responsable, porque sabe bien cuáles son los riesgos. Quizás todo eso permitió que hoy sea, entre quienes recibieron un trasplante de pulmón en Gran Bretaña, la que alcanzó una mayor sobrevida. Exactamente once años, desde aquel 17 de julio de 1995 en que la llamaron para avisarle que había un donante. El tema surge al pasar, al preguntarle por su relación con otros trasplantados.

–Muchos no quedan, la mayoría murió. Tengo una amiga íntima mucho más joven que yo. Creo que la cuestión de la supervivencia fue una mezcla: tuve suerte porque salí del posoperatorio rápido y los órganos eran buenos. Pero además yo soy muy cuidadosa, eso es muy importante, tomar las medicinas a tiempo, en la hora correspondiente. Mucha gente no lo hace.

La idea de la Fundación que dirige surgió cuando aún no se había recuperado.

–Fue el cirujano que me operó quien lo sugirió, para que tuviera la cabeza ocupada.

Así nació el “Julia Polak Research Trust”, un proyecto destinado a apoyar la investigación sobre las formas de reemplazar tejidos y órganos humanos enfermos. En 1999, junto con el profesor Larry Hench, Polak creó el Centro de Ingeniería de Tejidos y Medicina Regenerativa, donde un equipo multidisciplinario de científicos ha logrado notables avances en torno de la regeneración de tejidos a partir del trabajo con células madre. La idea es, a largo plazo, poder enfrentar la crónica carencia de donantes logrando producir tejidos y órganos en el laboratorio.

–Actualmente estamos realizando experimentos en animales para después poder hacerlos en la clínica. En cuanto a los tiempos, yo me imagino que hasta que podamos producir algunos tejidos se tardará tres o cuatro años, y con otros unos cinco o seis.

Estos extraordinarios logros colocaron a Polak y su equipo en la avanzada mundial en ingeniería de tejidos. Así fue como un día se enteró de que como reconocimiento a sus aportes la harían Dama del Imperio Británico y la reina le daría una distinción. No tiene idea de cómo se originó esa movida.

–Me llegó como una gran sorpresa. Me llamaron por teléfono y también me enviaron una carta desde la oficina del primer ministro Tony Blair. Uno tiene que estar de acuerdo y firmar un consentimiento. Y también anunciarles anticipadamente quiénes serán los invitados que irán a Buckingham Palace. Como sólo se podía llevar tres personas, uno de mis hijos se quedó afuera.

De modo que ahora, cuando alguien se refiere a ella, lo hace como “Dame Julia”, un trato al que ya se acostumbró. Igual, cuenta, no pone el título en sus tarjetas.

–Pero uno siente que lo tratan con más respeto.

La vida en escena

Intensive care (Terapia intensiva) es el título de la novela que escribió Rosemary Friedman basándose en su vida y que luego se llevó al teatro con el nombre de Change of heart (Cambio de corazón). La propia Friedman contó en alguna ocasión cómo se conocieron: un día, diez años atrás, leyó un anuncio donde un profesor buscaba a un escritor para que lo ayudara en la difusión de su investigación. Cuando se presentó, supo que se trataba de Julia Polak. Pero recién una vez que conoció su historia vio que ahí estaba la base de una novela.

–Ella hizo una investigación increíble: entrevistó a medio mundo –dice Polak–. El libro no es una biografía, la trama está toda inventada. Pero si uno me busca allí, me encuentra.

La propia Friedman –que lleva publicadas 18 novelas– adaptó su libro para teatro. Allí, la profesora Jessie Sands es quien necesita un urgente trasplante de pulmones y corazón para no morir, pero simultáneamente hay una chica de 17 años esperando los mismos órganos. Jessie se hace preguntas como: ¿de quién será el corazón que va a latir en mi cuerpo? ¿En quién me voy a convertir?

La actriz Julie-Kate Olivier –hija de Laurence Olivier– representó en escena a la profesora Sands, mientras que entre el público la verdadera Polak lagrimeaba.

–Fue muy melodramático –dice–. Increíble. Con mi familia estábamos todos llorando.

Ante la misma pregunta –¿cambia la personalidad tras un trasplante?– ella, sin embargo, afirma que en su caso no. Que sigue siendo igual.

–Mis hijos dicen que soy la misma loca de siempre.

A la escritora Friedman le impactó su estilo al conocerla. “Es notable –dijo entonces–. Da conferencias, viaja, trabaja veinte horas por día... Y todo esto en quien ha logrado sobrevivir más tiempo tras un trasplante de pulmones y corazón.” Pero cuando uno le pregunta a Polak si es un peculiar tesón lo que le permitió hacer semejante carrera y al mismo tiempo lidiar con sus píldoras diarias, con ejercicios, controles médicos constantes y recaídas de su salud, ella se limita a sonreír.

–Eso habría que preguntárselo a otros.

Sus respuestas son sencillas y breves. No parece proclive a exagerar sus logros ni a quejarse de sus problemas. Sólo protesta un poco cuando se le pregunta si alguno de sus tres hijos –una abogada, un científico y un contador– le han dado nietos.

–Ninguno –se queja–. Qué bronca.

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