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Sociedad|Viernes, 22 de septiembre de 2006

El día en que fueron “liberados” decenas de libros en la ciudad

Integrantes del movimiento Libro Libre abandonaron 235 volúmenes. La idea es que quien tome uno lo lea y lo vuelva a “soltar”.

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El cementerio de Recoleta, uno de los lugares de la “liberación”.

La chica de la mochila amarilla entró en la cabina telefónica de Recoleta y enseguida vio el libro de Jorge Semprún, apoyado cuidadosamente encima del teléfono. Lo tomó y se asomó a la calle: miró a todos lados, en busca de quien lo hubiera dejado olvidado. No había nadie a la vista. Entonces lo abrió, leyó el texto de la primera página y algo cambió. Cuando salió de la cabina se lo guardó en su mochila. Era uno de los 235 libros “liberados” en el Día de la Primavera por el movimiento Libro Libre que nació en México y está expandiéndose a través del e-mail por América latina.

Cerca de la cabina miraban Ana Ponce, impulsora del proyecto y sus dos acompañantes, Rodrigo y Moira, que ayer trazaron un recorrido inspirado en la doble L de “libro libre” y se fueron con mochilas cargadas de libros desde Constitución a Boedo, luego Almagro, la Recoleta, Núñez, Floresta y al fin Caballito, dejándolos en trenes, colectivos, bares y plazas. Si la consigna de la “gran liberación” del 21 de septiembre prendió, entonces al mismo tiempo muchos otros estarían diciéndoles adiós a sus libros en diferentes puntos del país.

La idea es generar una suerte de gran biblioteca circulante sin sede: que cada uno que encuentre un libro lo lea y luego vuelva a soltarlo, si quiere agregando una dirección de e-mail para poder tener noticias de él. Las reacciones de la gente son curiosas. Ayer en el cementerio de la Recoleta, el libro de poesía El baño turco estaba apoyado sobre una estatua. El primer grupo que se detuvo, estudiantes que habían salido a festejar la primavera, lo miraron y volvieron a dejarlo en su sitio en la misma posición, como si fuera un ornamento del cementerio. Lo mismo hizo una pareja veinteañera vestida muy dark. Al fin fueron dos adolescentes los que lo hojearon y se lo llevaron. Probablemente habían leído la etiqueta en la primera página que dice: “Este libro forma parte de la biblioteca itinerante de Libro Libre Argentina. Cuando termines de leerlo deberás volver a liberarlo” e incluye datos de la página web.

Ponce puso en marcha la idea en el país el año pasado, después de haberse encontrado en un museo de México un folleto donde daba cuenta de esa iniciativa generada en ese país por el grupo Letras Voladoras. Desde entonces, recibió una enorme cantidad de e-mails en la casilla [email protected] de gente entusiasmada con el proyecto. Ahora también existen versiones de Libro Libre en Chile, Brasil y Bolivia.

En verdad, una idea muy similar es la de Bookcrossing, un movimiento nacido en el año 2001 en Estados Unidos que ya anuncia casi medio millón de integrantes y tiene réplicas en buena parte del mundo, incluida la Argentina. Se trata de una estructura más grande, que tiene publicidad en su página web e incluso fabrican objetos con su logo para sostener económicamente el proyecto. Ponce sostiene que hay diferencias: “Nuestros objetivos, además de fomentar la lectura y hacer que circulen los libros, son experimentar con el azar, incorporar lo lúdico a la vida cotidiana, romper barreras, generar encuentros...”

La primera convocatoria a liberar libros el Día de la Primavera tuvo lugar el año pasado a través de una cadena que sólo daba la dirección de e-mail. Aunque recibieron muchos mensajes, incluso de algunos medios que proponían entrevistas, los organizadores prefirieron mantener la iniciativa anónima: “La idea era que se diera a conocer el movimiento y no una persona”. Pero este año, junto con una mayor difusión, también apareció gente –hasta un diputado, dicen– apoyando la idea o apropiándose de ella.

¿Y qué pasa después con los libros? Algunos “reaparecen” a través de un mail enviado por quienes los encuentran. Pero nada garantiza que los “liberados” lleguen realmente a un lector. Siempre existe el riesgo de que los recoja un cartonero en busca de material reciclable o que acaben en un cajón de objetos perdidos, como Yo también fui un espermatozoide, de Dalmiro Sáenz, que ayer fue recogido en una mesa del café Aroma por un mozo y llevado a la caja. “No importa –dijo Moira, quien lo había ‘liberado’ allí–, en algún momento alguien lo va a abrir y van a saber de qué se trata.”

Esta cronista probó soltar un libro. En verdad, no cumplía tanto con el requisito propuesto de “libro que dejó una huella”, sino más con el de “libro repetido en la biblioteca”. Pero igual, dejarlo librado a su suerte genera un cierto desasosiego. Por suerte, se lo llevaron rápido.

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