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Sociedad|Sábado, 13 de enero de 2007

Historias de gente que vive entre malabares y acrobacia, junto al mar

Son los artistas de un circo instalado en la zona de Punta Mogotes, muchos de ellos nacidos y criados en la arena (o el aserrín) de las pistas. Sin animales salvajes, son exponentes de un género que no pierde vigencia.

Por Carlos Rodríguez
Desde Mar del Plata
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El payaso Boris vive once meses al año, con sus hijas, recorriendo el país en una casa rodante.

Se llama Yanina Saldaña, tiene 17 años y es marplatense “por casualidad”. Es una de las diez bailarinas que tiene del Circo del Sol. Es mucho más que eso, porque nació debajo de la carpa, rodeada de trapecistas, payasos y malabaristas. “Mis padres se conocieron en el Circo Rodas. Yo nací en la temporada 1989.” Ni año, ni clase. Temporada. Yanina, cuando cierra y abre los ojos, sacude sus gruesas pestañas postizas, que se mueven como arañas danzando. Yanina, como tantos otros personajes del circo, podría haber nacido en Antofagasta, en Río de Janeiro o en Lima, nómades como son los personajes de esta historia. El caso más extremo es el de Sasha Makrouchine, 47 años, hoy director artístico del circo. Sasha nació en Leningrado, que luego de la caída del Muro de Berlín volvió a ser San Petersburgo. Gimnasta, jugador de hockey, Sasha se sumó recién a los 25 años al mítico Circo de Moscú. De gira por Centroamérica conoció a su actual esposa, la mendocina Gabriela. Desde ese momento, la revolución primero y el Estado capitalista ruso después, perdieron un soldado. Sa-

sha nunca volvió a su tierra.

Sin animales salvajes porque las ordenanzas municipales los prohíben y en medio de una polémica con otros circos (ver aparte), el Del Sol se ha instalado en un predio, jurisdicción de la provincia de Buenos Aires, que está pegado a las playas de Punta Mogotes. “Sobrevivimos, a pesar de que los que legislan no saben nada acerca del circo y toman medidas que por esa razón son arbitrarias, sin sentido alguno”, protesta Marcelo López, productor general del espectáculo. Ricardo Cárdenas es “Choricito”, uno de los payasos. Debutó a los tres años, en su Chile natal. “Mis padres, que eran gente de circo, pensaron que me iba a cohibir, pero no, era mi vocación ser payaso y también trapecista, igual que mis hermanos.”

Raúl Cubillos es hombre de circo, por cuarta generación. Hasta los 46 años fue trapecista, junto con su esposa Norma. Hoy es el encargado de la escenografía y su mujer es su asistente, además de realizar otras tareas. Oscar Illanes, el abuelo materno de Cubillos, fue payaso. Y su bisabuelo, que había nacido en Italia, se pagó el viaje a América, en barco, trabajando de saltimbanqui durante la travesía. “Hacía sus números y después pasaba la gorra. De esa forma llegó a América.” El papá de Cubillos se llamaba Alfonso María y había sido músico militar, hasta que se incorporó a la troupe de un circo chileno. “En esos años, los circos tenían orquestas que tocaban en vivo, durante la función. Mi padre pasó del cuartel al circo.”

El colombiano Armando Domínguez, además de ser locutor y “motociclista suicida” del Globo de la Muerte, también hace acrobacia en bicicleta. Es artista de circo por séptima generación. Vivía en su país natal hasta que, en giras por separado, se cruzó con su mujer, Yanina Muñoz, hija del dueño de un circo marplatense. Trabajaron juntos, se enamoraron y hoy tienen un hijo de ocho meses. Mientras la función está en su apogeo, Yanina está en la trastienda, dándole teta a su bebé. “En estos momentos, mi único trabajo es el de mamá”, dice sin abandonar su tarea.

José Luis Moine es “Boris”, otro de los payasos. Como para que lo tomen en serio aclara que también se desempeña como capataz y como tal es responsable de un sinfín de tareas que hacen al circo, entre ellas el mantenimiento y el montaje. Boris tiene tres hijas, las mellizas Fiona y Abril, de 5 años, y Joselina, de 11. Con su familia vive entre diez y once meses, al año, en una casa rodante con la cual viajan por el país y buena parte de Sudamérica. Boris nació en Rosario, durante una parada del circo. El uruguayo Dante Echegaray tiene apenas 18 años, es malabarista y otro de los “motociclistas suicidas”, una de las principales atracciones del Circo del Sol. “Mi papá, Dante, es argentino, y mi madre, Rosario, es uruguaya. Yo hago malabarismo desde los diez años.” Las únicas debutantes en el circo son las bailarinas Nazarena Caprara, de 20 años, y Melani (así se escribe) Mitchell, de 29. Las dos han bailado en el teatro, pero ahora viven “una experiencia distinta, en un lugar bastante loco. Ni siquiera nos maquillamos como en el teatro. Y eso que todavía nos faltan las pestañas”, se ríen de su aspecto lleno de estrellitas de colores.

“El circo es nuestro mundo y no lo cambiamos por nada. A nosotros, en las venas, no nos corre sangre, nos corre el aserrín de la pista”, certifica como cierre el payaso Choricito.

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