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Sociedad|Martes, 20 de febrero de 2007
OPINION

Exclusión y política

Por Bruno Bimbi *

¿Y qué pasaría si hubiese sido al revés? ¿Qué deberíamos decir si los resultados de la encuesta publicada por Página/ 12 hubiesen sido que la mayoría de la gente está en contra de la legalización de los matrimonios entre personas del mismo sexo?

Durante mucho tiempo, la mayoría estuvo en contra del voto femenino. La mayoría legitimó la esclavitud en la Colonia, aquí y en otras partes del mundo, y la mayoría aprobaba la segregación racial en Estados Unidos. Hubo, en un principio, una mayoría que vivó a Hitler en Alemania.

Quizá sea el momento, ahora que los datos de esta encuesta nos sonríen, de decir que los derechos humanos no son una cuestión de mayorías y minorías. No es más legítima la pretensión de las organizaciones de lesbianas, gays, bisexuales y trans de alcanzar la igualdad jurídica porque haya encuestas que demuestren que esa pretensión tiene respaldo social. Lo que le da legitimidad a nuestro reclamo es el derecho a la igualdad ante la ley, el derecho a la no discriminación y –por qué no– el derecho a la felicidad de millones de seres humanos en todo el mundo.

Ahora bien, esta encuesta tiene un valor enorme por dos motivos. El primero, porque nos da la fuerza que proviene de saber que estamos acompañados, que nuestros familiares, nuestros amigos, nuestros vecinos, nuestros compañeros de trabajo entienden que lo que pedimos es justo y nos respaldan.

El segundo, porque se cae el discurso hipócrita de algún sector de la clase política. “No es el momento”, “Yo estoy de acuerdo con ustedes, pero la sociedad no está preparada”, nos dicen para evitar comprometerse a debatir en el Congreso la igualdad jurídica y el fin de la discriminación con relación al matrimonio.

Esta encuesta demuestra que la gente está mucho más madura y preparada de lo que algunos y algunas creen. El problema, en todo caso, es que algunos de nuestros representantes le tienen miedo a la Iglesia. Allá está el cardenal Joseph Ratzinger haciendo todo lo posible para voltear a Romano Prodi por una ley de uniones que apenas reconoce unos pocos derechos en forma casi culposa. Al Papa y su homofobia les tienen miedo, no a la madurez de la gente.

Quizás, entonces, será hora de que la dirigencia política de este país se haga cargo de que la discriminación y la exclusión de una parte de la población son un problema político que van a tener que enfrentar, que no podrán seguir eludiendo. Nuestras vidas no van a seguir esperando, porque nos toca vivirlas ahora y tenemos derecho a ser felices. No será fácil, porque hay un lobby poderoso que quiere sostener la discriminación, pero nuestros representantes deberán entender que es su responsabilidad ética y que –ahora queda claro– hay una mayoría de la sociedad que ya se ha dado cuenta.

* Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans.

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