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Sociedad|Lunes, 5 de marzo de 2007
SE NEGO A EXAMINAR A UN PRESO PICANEADO Y FUE EX JEFE DE SANIDAD DEL SPB

Cómo ser perito sin hacer una biopsia

El médico de la Asesoría Pericial de San Nicolás, Roberto Silicani, rechazó tomar muestras de piel a un preso que denunció haber sido picaneado. Alegó no ser “cirujano”. El mismo perito había sido jefe médico del penal de San Nicolás y participó en cantidad de autopsias, con informes que favorecen a policías o guardiacárceles.

Por Horacio Cecchi
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La denuncia de picana en cárceles del SPB es frecuente, pese al riesgo que representa para los presos.

“De golpe sentí en la espalda como si me estuvieran cortando con la punta del mango de una cuchara y sentía una descarga eléctrica como cuando uno se queda pegado con el enchufe.” El relato corresponde a Martín Ariel Barra Amaya, alojado en la Unidad 3 de San Nicolás, en su denuncia ante la fiscal de San Nicolás Verónica Marcantonio. Como en toda denuncia de tortura con pasaje de corriente eléctrica, el tiempo es un factor clave. En cuatro o cinco días se borran las pruebas en la piel. Por eso, es necesario realizar cuanto antes la biopsia. Esto lo saben los presos, los torturadores y también los peritos. La constante en todos los casos es la demora. El de Barra Amaya no fue una excepción. Fue picaneado el sábado y recién el miércoles estuvo frente a un perito forense de San Nicolás, lo que no significó nada: “No soy cirujano”, alegó el perito después de poner en duda la denuncia. El perito forense de la duda se llama Roberto Silicani. En enero de 2004 fue mencionado en una nota del periodista Horacio Verbitsky haciendo lo mismo que había hecho ahora, o sea, poner en duda el pasaje de corriente eléctrica sin tomar muestras de piel. Lo curioso del perito legista “no cirujano” es que ya participó en unas cuantas autopsias desde que dejó de ser jefe médico del Servicio Penitenciario Bonaerense para ser médico de la Asesoría Pericial de San Nicolás. Entre esas autopsias, una la realizó sobre el cuerpo de Tito Saldaña, asesinado en la comisaría de Villa Ramallo, tal como se demostró en enero pasado. El informe del perito “no cirujano” dijo que se había colgado.

El lunes 26 de febrero, por la mañana temprano, la abogada Silvina Pasquaré, que trabaja como relatora junto al fiscal federal general de Bahía Blanca Hugo Cañón, atendió el llamado de un preso. “Hablaba en voz muy baja y rápido, porque estaban dando vueltas muy cerca los guardias”, diría más tarde Pasquaré. El preso se llama José Augusto Rojas Ojeda. Dijo que lo habían trasladado de la cárcel de Junín a la 3 de San Nicolás, que habían sido muy golpeados él y otros dos presos de un grupo de doce que habían sido trasladados la noche del viernes 23 de febrero, de diferentes penales hasta el de San Nicolás. Rojas agregó que uno de los otros dos golpeados, llamado Barra Amaya, había sido picaneado. Después, cortó.

Al rato, al mismo teléfono llamó Barra Amaya. Casi susurrando, en pocos segundos y con desesperación, dijo que había sido muy golpeado y picaneado el sábado 24 a la madrugada. Como el hecho era denunciado desde la U3, Hugo Cañón (también presidente de la Comisión Provincial por la Memoria) ordenó informar de inmediato a los jueces de ejecución de cada condenado, y a Gabriel Ganón, defensor general de San Nicolás, para interponer recursos de hábeas corpus para proteger la vida de los presos.

El juez Edgar Rodríguez hizo lugar al recurso. El martes 1º de marzo, a las 13.10, Barra Amaya presentaba su denuncia ante la fiscal Verónica Marcantonio. Detenido el 28 de enero de 2005, ya había pasado por Olmos, Sierra Chica, San Nicolás, Bahía Blanca, Mercedes, Dolores, Azul, la 9 de La Plata, Junín, Batán en Mar del Plata, Urdampilleta, la 23 y 24 de Varela, la 28 de Magdalena, la 29 de Melchor Romero, Alvear, la 31 y 32 de Varela, la 34 de La Plata, la 35 de Magdalena y la 37 de Barker. Y llegaba desde la 31 de Varela hasta la 3 de San Nicolás. En dos años, a un promedio de un penal por mes, el récord de Barra indicaba que al servicio no le caía bien. Eso le hicieron saber al llegar a San Nicolás.

Tanto Barra como Ojeda habían sido trasladados durante la madrugada del sábado junto a otros diez internos desde diferentes unidades. Al llegar a San Nicolás los encerraron a todos en una leonera, una jaula con apenas lugar para agarrarse de las rejas. Rojas vio cómo sacaban a Barra y después a él lo llevaban a los buzones de aislamiento, donde entre cuatro guardias le pegaron con puños, bastones y patadas, mientras le decían “dejen de meterle el dedo en el culo al Servicio Penitenciario” y lo amenazaban con matarlo. Después lo tiraron en la celda 11 del pabellón 5 donde se encontró con Barra, que estaba tirado en el piso. “A la medianoche (del sábado) por el pasaplatos pasaron una escopeta y la percutaban”, continuó Rojas.

A todo esto, Barra dijo que entre cinco guardias lo sacaron de la leonera y lo metieron en una oficina junto al pabellón 5. Allí “empezaron a golpearme con bastones de goma en la cabeza, me daban piñas en la cabeza y patadas en todo el cuerpo y mientras me golpeaban me decían ‘tu vida es una caja de pastillas’”. La tunda se estiró por diez o quince minutos. Después lo tiraron en el piso boca abajo, con el torso desnudo y sin zapatillas. “De golpe sentí en la espalda como si me estuvieran cortando con la punta del mango de una cuchara y sentía una descarga eléctrica como cuando uno se queda pegado con el enchufe”, relató Barra.

El miércoles Barra estaba frente al perito judicial Silicani para que le extrajeran con su consentimiento la muestra de epidermis para comprobar el pasaje de corriente. Silicani primero intentó convencer a la fiscal de que no se trataba de picana. Después dijo que para realizar una biopsia había que ser cirujano, cosa que él no era. La insistencia de Ganón y la decisión de Marcantonio impidieron que el de Barra fuera un caso más de denuncias archivadas. La biopsia la realizaron en unos minutos en el hospital público y si la muestra fue correctamente conservada y congelada y la demora no lavó las marcas, Barra tendrá su correspondiente pericia anatomopatológica positiva.

No es la primera vez que un perito forense elude la realización de la biopsia como parte de la lógica para evitar reconocer que se tortura con picana en las cárceles bonaerenses. Tras una serie de notas que denunciaban el uso de picana en penales bonaerenses, el 25 de enero de 2004, Página/12 informó sobre la denuncia del uso de picana en la misma unidad 3 que ahora fue escenario de la tortura de Barra Amaya. En aquella ocasión, primero el perito Aguer demoró la pericia, y ante la insistencia de Ganón, el dictamen de Silicani agregó que no se notaban marcas de pasaje de electricidad como para realizar la biopsia.

Pese a considerarse perito legista “no cirujano”, Silicani intervino como forense en muchas autopsias. Una de ellas la realizó en septiembre del ’99 sobre el cuerpo de Tito Saldaña, detenido tras el asalto al Banco Nación de Villa Ramallo. Saldaña apareció colgado en una celda de la comisaría de Villa Ramallo. La policía dijo que se había suicidado, pese a que tenía un golpe en la cabeza y apareció colgado de una reja del techo a la que no podía llegar por sus propios medios. El informe de la autopsia del forense “no cirujano” no descartó el suicidio. Este diario anticipó el 29 de enero pasado el resultado de una segunda autopsia, lograda por el abogado de la familia de Tito, Luis Valenga, después de batallar cuatro años contra la impericia pericial. El informe de la Asesoría Pericial de La Plata señalaba lo que ya se sospechaba: a Saldaña lo mataron ahorcándolo desde detrás para lo cual, primero lo anestesiaron de un golpe. La marca de la soga en el cuello del ahorcado, precisaba el informe, corre en diagonal, y la que presentaba Saldaña era horizontal. Para observar el detalle no había que ser cirujano.

Un año antes, también realizó la autopsia del caso Giménez. El chico, dealer de la policía, apareció ahogado más arriba de donde estaba, como si hubiera nadado muerto contra la corriente del Paraná. Silicani informó que se había ahogado. Otro informe demostró que lo habían asfixiado mientras le mantenían la cabeza bajo el agua.

–¿Hablo con el doctor Roberto Silicani?

–Sí –respondió el perito “no cirujano”.

–¿Puedo consultarlo por un caso?

–No, yo entiendo su trabajo y no me molesta que me llame, pero no respondo por casos. Mis informes los entrego a la Justicia.

–De acuerdo. Le hago una pregunta que no tiene que ver con un caso en particular. ¿Usted trabajó como jefe de Sanidad de la Unidad 3?

–Sí, pero después me incorporé a la Justicia.

–¿Cuál es su especialidad?

–En medicina legal. Soy médico legista.

–La última pregunta, doctor. Usted, como perito forense, ¿debe responder a todos los pedidos de la Justicia o tiene que tener una especialidad?

–Como médico legista debo responder a cualquier pedido de la justicia.

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