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Sociedad|Viernes, 10 de agosto de 2007
OPINION

Piel, mañas y consumo

Por Juan Sasturain

Voy a ser obvio: la cuestión no es, como supondría la berretada maniquea que busca el efecto fácil, contraponer los supuestos varoncitos de antes con los supuestos ostensibles mariconazos de ahora. Nada de eso. Sobre todo porque es lógica y políticamente incorrecto asimilar apariencia, usos y costumbres a comportamientos privados. E incluso, de ser así: qué carajo importa. En eso, todo es historia, cultura, relatividad de tiempo y lugar. Toga, media y peluca han ido y venido; gorguera y bigotera, quincho y faja han hecho (su) época. Todo se ha ido, todo volverá.

Tampoco es productivo abundar sobre otra lacra manifiesta: los imperativos del perverso mercado, que no dejan de ser el tema implícito y verdadero de esta tonta noticia a la que no deberíamos acaso ni darle bola. La pólvora está seca de que la descubran a cada rato. Es decir: ya sabemos de qué se trata. Conseguir quién compre. Cualquier cosa y a cualquier precio. Disculpas por la trivialidad de la conclusión.

Por eso voy a detenerme apenas lo necesario en un detalle acaso impertinente: la generación de los rasposos desprolijos –en cuanto al cuidado del pelo y de las pilchas (ni hablar de la piel– es, sin matiz de orgullo ni mucho menos, sólo como dato sociológico, la nuestra. Es decir: los cincuentones/sesentones de hoy, adolescentes y jóvenes en los sesenta/setenta, ex militantes y hippies viejos más o menos dignos y/o patéticos. O sea: mi viejo, macho y tanguero peronista de clase media, se daba unas biabas (sic) e incurría en detalles de acicalamiento acaso no de metrosexual, pero sí de un refinamiento de pelo y pilcha que aún hoy me espantan. De eso me diferencié, en eso jamás incurrí. Supongo porque la moda (o el molde) consistía precisamente en no amoldarse. Y la consigna contra el molde era el no consumo: de bienes, de valores, de usos y costumbres. Acaso peor: consumíamos ideología. Una moda carísima que consistía en pagar por los valores cualquier precio.

Pero no es cuestión de idealizar el pelo largo, la grela de varios días y la barba crecida sin haber ido al monte con el fusil ni al parque con la guitarra. Tampoco de decirle vade retro definitivo a cremitas en la cara y parches en el culo. Sólo caben el no para mí y el no por ahora, digamos.

Me lo imagino a Castelli puteando porque se le corrió un punto de la calza una hora antes de ir al Cabildo abierto y lo entiendo. O al General empolvándose los mofletes irritados en el salón contiguo al balcón. O a Guevara recortándose la barba apenas lo justo antes del discurso de Punta del Este. Es importante que cuando la chica o la historia nos vengan a buscar nos encuentren a gusto o resignados con lo que vemos en el espejo. Lo demás son boludeces.

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