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Sociedad|Domingo, 30 de septiembre de 2007
A UN AÑO DE LA LEY ANTITABACO EN LA CIUDAD, EN LOS BOLICHES BAILABLES NADIE LA CUMPLE

Vamos a fumar, mi amor

Mañana se cumple un año de la puesta en marcha de la ley que prohíbe el cigarrillo en los lugares de acceso público. Pese a la polémica inicial, en bares y restaurantes se respeta absolutamente. No así en los boliches, según reconocen el gobierno y los dueños de los locales. En los bingos, se sigue fumando por los jueces que fallaron a su favor. El balance.

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Hasta hace un año, había en los restaurantes y bares porteños una zona reducida, gris y difusa que generaba poco respeto. Se llamaba área de no fumadores, y por lo general el único objeto tangible que la separaba del resto de la superficie del local era un cartelito con su nombre. Pero 12 meses atrás, desapareció. Algunos dijeron que iba a ser sólo por un tiempo, pero nunca más se la volvió a ver. Otros aseguraron que el motivo de su migración era que se había cansado de los atropellos, mas lo cierto es que su huida fue obligada por la puesta en marcha de la Ley Antitabaco en la ciudad, que mañana cumple su primer año. Aunque durante ese período la norma que la obligó a retirarse cosechó victorias, como que el cumplimiento de la prohibición de fumar sea casi absoluto en los negocios de gastronomía y que la propia gente censure a quien intenta romperla, todavía hay un ámbito donde no logra terminar de instalarse: los boliches.

Las discotecas, mecas de la diversión nocturna, aparecían desde el principio como el hueso duro en esto de que no se fume. Sus grandes ambientes llenos de gente parada y sus recovecos escondidos hacían difícil imaginar un férreo control por parte de los encargados de los locales. Pero el texto de la norma no daba ni da lugar a las excepciones para estos lugares: están catalogados como lugares privados de acceso público, al igual que una cafetería o una parrilla.

Apenas promulgada la ley, las frecuentes inspecciones del gobierno porteño lograron la pequeña hazaña: los techos de los boliches dejaron de estar precedidos por la densa nube de humo acostumbrada. El fenómeno llamaba la atención instantáneamente a los habitués de las discos, tanto por la rara imagen como por la insistencia de mozas, patovicas y cualquier otro empleado en el “por favor apagá el cigarrillo, no se puede fumar adentro”.

Ese oasis duró poco. El paso de los meses mostró un relajamiento en los controles oficiales y, por ende, también en los de las pistas de baile. Y medio año después del auspicioso comienzo, los cigarrillos prendidos habían comenzado el contraataque, que en este aniversario muestra signos de haberle ganado la batalla a la legislación.

A tal punto que el subsecretario porteño de Control Comunal, Federico Peña, admitió a Página/12 que “en la gran mayoría de los boliches de la ciudad se incumple la norma, porque hay gente que fuma” y señaló que “creemos que esa situación se va a revertir como parte de un proceso paulatino”. En la misma línea, el funcionario agregó que “las discos integran el grupo de lugares donde es muy difícil para los propietarios controlar que nadie prenda un cigarrillo, por eso nuestras inspecciones en estos espacios no toman tanto en cuenta las infracciones individuales, sino que prestan más atención a la disposición de los empleados para que ocurra lo menos posible”.

En este punto, los integrantes del gremio bolichero coinciden con la versión oficial: reconocen el retorno del cigarrillo al ambiente. Mariano Accer es el encargado de marketing en algunos restaurantes y discotecas de las más importantes de la ciudad, como Museum, Pizza Banana, Syrah, Frodo’s San Telmo y Sudaca. Y admite que “alguna gente fuma en las discotecas y la verdad que controlarlo es imposible, porque son lugares muy grandes, con varios ambientes y no podés tener ojos en todos lados”.

En el mismo sentido, Accer le apuntó a una característica de muchos fumadores: crear estrategias para poder despuntar su hábito más allá de las reglas o prohibiciones. “Mucha gente ya se adaptó a la dificultad, entonces para fumar se esconde de los empleados. Lo que pasa es que lo ideal sería que todos pudiéramos tener un área para fumadores, pero en lugares como Museum, con un techo a 30 metros de altura, cumplir con las condiciones que te exigen para instalarla cuesta más de 100 mil pesos”, graficó.

Si bien desde la Subsecretaría de Control Comunal porteña aseveraron que el caso de los boliches no difiere en ningún aspecto del resto de los comercios alcanzados por la ley –es decir que en ellos sólo se debe permitir fumar en “zonas específicas” destinadas para ese fin, que deben estar “apartadas físicamente del resto” de los ambientes y “no ser paso obligado para la población no fumadora”–, los testimonios de habituales danzantes nocturnos confirman y amplifican los dichos de Accer.

Gabriela Fernández vive en la provincia, pero suele ir a bailar a la disco Aqua, de Puerto Madero, y relató que allí “no controlan para nada el tema del cigarrillo. De hecho, varias de mis amigas fumaron adentro y nadie les dijo nada”. Por ese motivo, “en el lugar hay bastante humo, pero yo no le voy a ir a decir a alguien que tiene un pucho prendido que lo apague”, manifestó.

Pablo Di Monte, otro asiduo concurrente a boliches porteños, contó una experiencia que le llamó la atención y grafica la situación: “En la entrada de Museum, los patovicas nos pararon y les dijeron a mis amigos que hasta que no apagaran los cigarrillos no podían entrar. Pero cuando ingresamos al lugar, había un montón de gente fumando y, como consecuencia, una humareda terrible. Lo de la puerta es una careta”.

En bares y restaurantes

El panorama es bien distinto en el ámbito gastronómico porteño. En los bares y restaurantes, la ley se impuso con éxito desde el primer día. Si bien al principio los encargados debieron enfrentarse con enojos y desplantes de los fumadores más consecuentes, el humo dejó de ser invitado a las mesas de café tanto como a las de almuerzo o cena.

La “ley de ambientes libres de humo”, como también se la conoce, fue motivo de queja de propietarios y clientes durante los primeros meses, aunque ninguna de las dos partes se negó a cumplirla a rajatabla. Entonces, las advertencias aparecieron en las entradas de los negocios, como para evitar problemas; muchos prevenidos pegaron un cartelito con un extracto de la ley y con su número, para dejar en claro que la alergia a los fumadores no era idea de ellos, mientras otros colocaron leyendas del tipo “Este local no tiene espacio reservado para fumadores”.

Daniel Quaranta, encargado del bar Madagascar, frente a la Plaza Cortázar, en Palermo Hollywood, señaló que “por lo general la gente respeta la prohibición, porque en el fondo sabe que si no lo hace compromete al local”. De todas formas, recordó que “al principio teníamos que estarles más encima a los clientes por este tema, pero con el tiempo el control social, es decir entre ellos mismos, hizo que directamente ya ni intenten prender un cigarrillo adentro”.

Entre quienes siempre tienen el atado en el bolsillo, las opiniones están divididas. Mientras tomaba un café con dos amigas en el bar y pool Tazz de Palermo, Ariela Wajncwajg expresó su acuerdo con la norma. “Me parece bien que lo hayan prohibido, pese a que soy fumadora hace 14 años. Pero el resto no tiene por qué pagar el precio de mi vicio. Además, me ayuda a bajar la cantidad de cigarrillos que consumo.”

En los antípodas de este pensamiento se ubicó Marisa Castro, con un cigarrillo en la mano y un café con leche con torta apoyado en una de las mesas del bar La Biela, en Recoleta. Apenas escucharon la pregunta del cronista, ella y la amiga con la que charlaba en la zona de fumadores del tradicional café pusieron cara de indignación y sostuvieron al unísono: “Odiamos esa norma. Si sos fumador no te puede gustar. Al principio nos íbamos a comer a la provincia, pero ahora ya sabemos cuáles son los lugares que tienen la zona donde se permite fumar, y vamos siempre a ellos”.

Uno de los problemas que acusan los tabacodependientes es que es muy bajo el porcentaje de locales que cuentan con una zona para fumadores, sobre todo en los que son únicamente bar. Y según los propios integrantes del rubro, aquellos que cuentan con esa posibilidad le sacan una ventaja al resto.

El bar Crónico, en Borges al 1600, es uno de esos privilegiados. El local está dividido en dos por una gruesa lámina de acrílico: en una parte cigarrillos, encendedores y ceniceros están permitidos; en la otra son intrusos indeseables. Bernarda Bezina es la cajera del lugar y admite que para el negocio “es una ventaja, y eso se nota porque la zona de fumadores es lo primero que se llena, sobre todo cuando hace frío”. En cuanto a los incumplimientos, sostuvo que “sólo ocurren cuando vienen grupos grandes de gente, y alguno prende un cigarrillo. Entonces tenemos que ir a decirle que lo apague”.

En esta época de turismo pleno en Argentina, los extranjeros no quedaron exentos de la cuestión. Valeria Cabello y Paula Riquelme son chilenas y, de vacaciones en el país, se encontraron con la novedad de que es difícil combinar café y cigarrillo. “Creo que el problema no es la ley en sí, sino que prácticamente no hay lugares con espacio para fumadores. En muchos casos nos tuvimos que sentar a las mesas de afuera, pero los días de frío se nos complicó.”

Informe: Eugenio Martínez Ruhl.

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