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Sociedad|Lunes, 14 de abril de 2008

Larguirucho, hablá fuerte

Por Pedro Lipcovich

“Debería regularse el máximo nivel de sonido admisible en lugares públicos, especialmente los locales bailables –sostiene Mario Serra, del Cintra de la UTN–, tal como ya está reglamentado el nivel sonoro admisible en ámbitos ocupacionales. De hecho, el ruido excesivo actúa como una droga de abuso que, al elevarse el umbral auditivo, requiere dosis cada vez mayores y causa daños irreparables.” “La educación en contra del ruido excesivo debería empezar en el jardín de infantes –sostiene Ester Biassoni–. En la mayoría de los jóvenes estudiados registramos la actitud de escuchar música en altos niveles sonoros. Entre los 14 y los 15 años, sólo entre el 5 y el 10 por ciento reconoce el daño potencial de la música a alto volumen y prefiere no exponerse; cuatro de cada diez reconocen que puede hacerles daño pero se exponen igual; los demás no saben o no creen que pueda producirles daño.”

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